«El sistema de gobierno más perfecto es aquél que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política».
Simón Bolívar
Ese es el grito desesperado de cualquier cristiano que lee nuestro artículo de esta semana, cuando cientos de miles de zulianos, sin importar el lugar donde viven, cuanto tengan en la cuenta bancaria o más, modestamente, la cantidad de dinero que puedan cargar en la cartera, no les sirve de nada ante las consecuencias que origina el ineficiente servicio eléctrico que está «peor» y sigue agobiando, asustando y poniéndonos a todos a mirar al Cielo cada vez que llega un bajón o nos quedamos sin luz.
A ningún mortal, sino al propio papá Dios y a La Chinita, nos encomendamos cada día en vista que en Corpoelec no hay reparo y continúan en modo de ciegos, sordos y mudos. Es un problema que descapitaliza a la familia, al empresario y al comerciante. Créanlo, primero vemos un avestruz caminando por el Puente sobre el Lago de Maracaibo, a que lleguen a su fin los bajones, no quedarnos a oscuras o que se vaya la «luz».
Lo que tenemos hasta hoy aleja cualquier inversión económica y arruina, principalmente, al que menos puede reponer, arreglando o adquiriendo, algún electrodomésticos o equipo industrial que queda fulminado por la inestabilidad de la carga eléctrica que está ocasionando, cada vez más, frecuentes incendios que destruyen aparatos, viviendas y locales de la industria o el comercio.
El problema eléctrico venezolano comienza por allá en el año 2009 cuando en el caso del estado Zulia, inusuales, desconocidos y extraños bajones, que rarísima vez eran sentidos cuando existía Enelvén o Enelco, abrirían el camino que ha terminado en el desastre que hoy tenemos a diario, a cualquier hora y sin previo aviso de Corpoelec. Es una lotería que nos sortean obligados a diario.
También en 2009 el estado Zulia junto con la gente de los Andes venezolanos fuimos pioneros en eso de ser las primeras víctimas del peor servicio público que, siendo una obligación constitucional de dirigirlo y garantizarlo el Estado venezolano, a cambio ha sido descuidado y abandonado a la luz de escándalos de corrupción, desinversión, expansión y reposición de equipos.
Los venezolanos no olvidamos a aquel embustero llamado, Jessie Chacón Escamillo, asumiendo la dirección de Corpoelec y jurando que en «cien días» el problema eléctrico lo «arreglaría», cuando aún estaba en una etapa, diría, menor a la dimensión que ha llegado este monstruo o de la ineficiencia que extendió su daño cuál cáncer mortal al resto del país.
Poco a poco los venezolanos iríamos viendo el desfile de «gerentes» que llegaban o salían de Corpoelec sin antes no dejar de prometer que la solución era inmediata, a la vuelta de la esquina, pero a paso de morrocoy. Quien no recuerda a uno de ellos, Luis Motta Domínguez, a quien los defensores de la vida animal y silvestre no deben tenerlo en un buen pedestal.
Ese funcionario expresaba una manía de poseer una anidmalversión que no ocultaba, gustándole entretenerse y descargando su incapacidad de mal gerente en culpar, responsabilizar y echarle dedo a inocentes criaturitas del Reino Animal. Contrariando una enseñanza que a lo mejor no sabía o desconocía, en cuanto a que San Francisco de Asís, lejos en la Italia de siglos pasados, fue el Santo Patrón del medio ambiente y protector de los animales que aún hoy incluye a criaturas de la fauna venezolana.
Además, no desaprovechaba su propensión a no resistir la presencia de las cámaras de televisión a la hora de buscar responsables, cuando, otra de sus teorías del «saboteo eléctrico», señalaba a «francotiradores» que rondaban los alrededores de represas para ejecutar «actos terroristas». Sin embargo, detenidos, armas o explosivos no aparecieron en ninguna pantalla.
Lo cierto es que su teoría conspirativa contra iguanas, rabipelaos o zamuros cada vez que había «un evento» en el Sistema Eléctrico Nacional no dejó de originar en el venezolano la concurrencia del mejor humor. Si era distracción o no, la estrategia evasiva no tapaba la creciente antipatía de la población a no poder disfrutar de un excelente servicio eléctrico.
Nuestro Sistema Eléctrico Nacional, SEN, en un momento llegó a ser uno de los mejores de América Latina, poseedor de una infraestructura de las primeras en el mundo y de reconocida certificación por la excelente preparación técnica de su personal. Hoy esa realidad es muy distinta producto de la desinversión y la migración de muchos de sus profesionales, víctimas, además, de pírricos sueldos y salarios que paga el sector público.
A todas estas, meses atrás nos vendieron la idea que los problemas de la «administración de carga», cortes y bajones no programados, desaparecerían cuando Corpoelec cambiara guayas, cableado y otros dispositivos eléctricos en las cabrías que atraviesan el Lago de Maracaibo que nos unen a la interconexión que viene del Guri. Hasta allí, dándole al ministro de Energía, Néstor Reverol el beneficio de la duda, hemos esperado sentados para no casarnos de pie, a ver si llegaba algún cambio o mejora.
Ha sido otra promesa que solo resiste algún grado de credibilidad en un papel de la burocracia revolucionaria, cuando, además, quedó a la deriva la promesa que en sesenta días veríamos los resultados. Eso también pasó al olvido. Los zulianos hemos quedado como novia de pueblo, vestidos y alborotados, engañados, burlados. Ahora el problema ha empeorado, los cortes son más prolongados y una verdadera fiesta de bajones pronto llegarán a dos dígitos diarios.
Su designación como Padrino del Zulia, protector o guardián de «un mejor vivir» engrosará seguramente su currículum vitae de funcionario público. Este último domingo, Día Internacional del Padrino y la Madrina, no lo vimos por ningún medio de comunicación informando acerca de «resultados», sino enterándonos, un día después, que deja el ministerio y Corpoelec para asumir Corpozulia.
Vendrá un sustituto y otras promesas seguramente que dirán como arreglar la crisis eléctrica. Ya no serán las guayas o el cableado de las cabrías. Quizá nos quede a los zulianos pedirle, rogarle, a papá Dios y a La Chinita, que no llueva tan fuerte como la madrugada de este lunes, cuando el servicio desapareció en muchas zonas que aún permanecen esperando el cumplimiento de tantas promesas. El 28 de julio en nuestras manos tendremos el poder de decidir apagar el obturador o seguir sufriendo debido a la ineficiencia, incapacidad y al engaño. ¡Amanecerá y Veremos!
Por José Aranguibel Carrasco/Ilustración: Feyo