Una celebración que lo es para Colombia, la actual y la que está en el espíritu del libertador, insomne en San Pedro Alejandrino. Han cesado, al menos temporalmente los partidos, es decir las divisiones, entre Nueva Granada y Venezuela.
Se han calmado por la emergencia de su pueblo consciente. Honor a los marineros de ambos lados de la frontera creada. Sin temores recordar que fue esa victoria, producto de la unidad colombiana.
Valorarla. Más allá de que algunos historiadores digan que no fue una batalla importante porque las fuerzas realistas no tenían como levantarse y poner en peligro la libertad de la Colombia de entonces.
Celebramos esa oportunidad para ir juntos a esa jornada fundamental, costeños, caribeños, de Santa Marta, de Los Puertos de Altagracia, de Barranquilla, La Guaira o de Puerto Cabello. Seguros estamos de que no es levantando cada uno héroes solamente de los nacidos en el pedazo donde vivimos, sino celebrando a todos por igual.
Honrando con la memoria, la audacia y el valor que significó el liderazgo de José Prudencio Padilla. Honrando igual a los marineros venezolanos y neogranadinos que lo acompañaron.
Que salgan muchos acuerdos de la jornada festiva es necesario. Que salgan de allí acuerdos con Colombia para preservar y salvar de la destrucción las cuencas altas, ubicadas en su territorio neogranadino de los grandes ríos que nutren el lago de Maracaibo, que se pintó de rojo en esa jornada libertaria, con la sangre de soldados y marineros de ambos lados de la frontera.
Que retomemos el sueño que está pendiente del eje occidental de desarrollo que tanto discutimos y levantamos con la recepción de la presidencia en 1999. El ferrocarril que permita sacar al Sur del lago y luego al Caribe, por el lago, los productos de los llanos colombo-venezolanos, de los estados andinos de ambas naciones.
Que permita retomar la salida de los puertos del estuario y ubicarlos en el Golfo. Que garantice la navegación gabarrera, de acuerdo a las profundidades del lago sin dragar su entrada y contacto con el mar.
¿Por qué no revisar entre nuestros gobiernos tratados anteriores a mediados del siglo XX para adecuarlos y sacarles provecho en este momento estelar de nuestras relaciones binacionales?
La celebración debe dejar un saldo, más allá del desfile emocionante de los veleros ondeando las banderas con los mismos tres colores de nuestras patrias hermanas. Honrar nos honra. Pero honrar de verdad la memoria de aquella jornada, con un saldo que nos proyecte al buen vivir en el cercano porvenir, eso nos reivindica como bolivarianos, más allá del saludo, del slogan.
Que este bicentenario sea para revivir la gran unidad en los términos prácticos, de vida digna para nuestros pueblos, que los separadores y distanciados de nuestras patrias, igual en Caracas que en Bogotá, agitados por los intereses de dominadores extranjeros, han promovido con éxito en estos 200 años.
Celebración con buenas consecuencias. Afirmaba mi abuela que el tren que veíamos y oíamos de niño en San Félix del Táchira, decía con su locomotora: «mucha carga y poca plata».
Que haya vida, digna y trabajo y paz, para los pobladores de ambos países en la frontera de occidente. Para eso la victoria y el arrojo de Padilla y sus soldados de hace 200 años.
Francis Arias Cárdenas