“La gloria está en ser grande y en ser útil”, Simón Bolívar
“Por sus obras los conoceréis” es una frase bíblica pronunciada por Jesús de Nazaret, según recogen los escritos de Mateo 7,16. Esa expresión tiene mucho que ver con la vida del sacerdote católico Francisco José Virtuoso Arrieta, fallecido una semana atrás en Caracas, donde dirigió el timón de la prestigiosa Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Además fue un profeta de la fe y esperanza en estos convulsionados tiempos en la Venezuela que tanto amó durante su trayectoria sacerdotal.
No tuve la oportunidad de conocerlo en persona, pero soy de los que cree que en la vida la distancia o el tiempo no son obstáculos que separen o desconozcan la obra de cualquier mortal durante su vida terrenal de la que nadie debería tener el despropósito de cuestionar. Simón Bolívar, por ejemplo, Andrés Bello, Juan Pablo II, la Madre Teresa o Jacinto Convit dejaron en su momento huella que nadie podrá negar.
En Padre Virtuoso, bien lo dice su apellido, dejó un legado en sus 63 años de vida por haber sido un buen ciudadano, amante de la paz, la justicia y un fiel convencido que la superación es a través de la educación para derrotar a la pobreza, el atraso y la ignorancia. Su vida sacerdotal como docente, rector de la UCAB y guía espiritual lo condujeron a sembrar en tierra fértil. Su sueño de salir del oprobio, desgracia y retroceso que ha significado el Socialismo del Siglo XXI no pudo verlo, pero su existencia y rectoría en la UCAB llevó a esa casa de estudios a estar “comprometida con los valores democráticos y los principios asociados a la libertad y a la cultura”.
Quizá no tuvo tiempo de ver muchas y buenas cosechas, porque el Creador lo necesitó para otros propósitos, pero quienes lo conocieron o trataron saben que su angustia, preocupación o desasosiego es la actual situación de precariedad, agonía y sufrimiento de los venezolanos. De hecho fue un defensor de los derechos humanos y brindó su apoyo a iniciativas por el bien colectivo. Según el Padre Alfredo Infante, amigo cercano y también defensor de los derechos humanos, Virtuoso era “un hijo predilecto de Venezuela. Fue un hombre de fe en la gente y de unas convicciones democráticas muy hondas. Todo su conocimiento lo puso al servicio del país y de las clases populares”.
“Dedicó toda su vida a luchar por los derechos de los más vulnerable y soñó un país con una cultura democrática. En eso puso sus esfuerzos”.
Reseñas periodísticas dan cuenta que en 2018 el Padre Virtuoso mostró “el apoyo de la Iglesia Católica y la universidad al proyecto de la Unión Europea para abrir un diálogo entre las fuerzas políticas del país, con la condición de que se buscaran los mecanismos idóneas que en ese momento no existían según él”. “No creo que las meras ocurrencias, por brillantes que sean, solucionen las cosas. Sólo la disciplina, la constancia y el esfuerzo determinan los buenos resultados en lo que se emprenda”, afirmó en alguna oportunidad.
En mi recuerdo no olvido a dos sacerdotes, uno español y otro venezolano, Javier Sagasti y Nolberto López, respectivamente.
Ambos curas parroquiales, —ya desaparecidos—, los conocí en la década del ‘80 y primera del siglo XXI, cuando eran párrocos de las iglesias San Ignacio de Loyola del barrio Los Andes en Maracaibo y Nuestra Señora del Carmen en la población El Carmelo del municipio Urdaneta. El denominador común con el Padre Virtuoso de mis dos amigos es que la honestidad, prudencia, respeto, amor al prójimo y sembrar la palabra de Dios no distingue a los hombres de buena voluntad porque “la gloria está en ser grande y en ser útil”
Por: José Aranguibel Carrasco / CNP 5003