domingo, diciembre 22

Se nos fue el gran monseñor maracucho

Monseñor Roberto Lückert era más que un representante de la iglesia en Venezuela. Lückert como lo llamaba la gente era un sacerdote entregado a su apostolado, un hombre de fe, de verbo vivo, muy divertido y a veces fuerte de carácter que con sus ocurrencias llegaba a los sectores más populares, también era un intelectual conocedor de la doctrina de la iglesia.

Roberto Lückert era uno de esos personajes que se acercaba a la gente y tenía una capacidad de acordarse de los nombres de todas las personas pero más allá siempre tenía una frase, un chiste algo que encantaba y por supuesto su sacerdocio llegaba más fácilmente a todos los sectores porque Lückert atendía a todos sin importar su condición social. Sembró una escuela de sacerdotes en el Zulia y otros lo siguieron como el polémico padre José Palmar, Eleuterio Cuevas, que comenzaron a usar ese estilo directo, abierto y muy maracucho, ese era Roberto Lückert.

El 14 de agosto de 1966 comenzó su vida sacerdotal cuando fue ordenando sacerdote por el recordado monseñor Domingo Roa Pérez, fue el primer arzobispo de Coro, presidente de la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), obispo de la Diócesis de Cabimas, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Venezolana entre otras altas responsabilidades.

También incursionó en el periodismo fue director del diario católico La Columna y nunca tuvo problemas de ser director de un medio de comunicación y hasta los que lo adversaban lo respetaban, lo recuerdan y lo quieren.

Entendía la necesidad y la importancia que con sinceridad y humildad se anunciara el Evangelio en un mundo que vive el vacío del sinsentido de la vida, de los que sufren el desamor y que necesitan de Jesucristo.

En estos tiempos difíciles y complicados la personalidad de este pastor de la iglesia zuliana nos debe servir a los cristianos de no quedarnos con los brazos cruzados y callar ante la necesidad humana de Dios.

Era este pastor de la iglesia de esos hombres entregados a su apostolado que con ardor y el verbo encendido llevaba a las comunidades la buena noticia del Evangelio de Jesucristo.

Cómo hombres de carne y hueso sentimos tristeza en nuestro corazón pero como cristianos comprometidos tenemos la esperanza de la eliminación definitiva de la muerte que desgarra a la humanidad.

Este es mi humilde homenaje a monseñor Roberto Lückert León.

Ya Roberto dejó aquí su legado y está disfrutando en el cielo de la mansión eterna que nos ha preparado Dios en su gloria.

Por: Ángel Montiel
@angelmontielp
angelmontiep@gmail.com