La pequeña casa gris de Mahir Karatas, que una vez dominaba la carretera, descendió varios metros. El terremoto del 6 de febrero, que devastó Turquía y Siria, abrió una falla en el suelo del pueblo turco de Demirkopru, que quedó cortado en dos.
“Aquí el suelo se derrumbó cuatro metros”, cuenta este campesino de 42 años, cuya bonita morada parecería casi intacta, fuera del hecho de que está más abajo de lo habitual, reseñó AFP.
Media docena de edificios cercanos resultaron muy dañados. El cadáver de una vaca yace en el barro seco de lo que queda de un cobertizo agrícola.
Durante el terremoto, que causó más de 44.000 muertos, “el suelo descendió y luego volvió a subir”, detalla Mahir Karatas.
El trabajo de los socorristas se concentró en Antakya, la capital de la provincia de Hatay, devastada por el desastre. En Demirkopru, a 20 kilómetros, la virulencia del siniestro salta a la vista, aunque no haya dejado víctimas mortales.
Una enorme zanja se abrió en el poblado, de unos mil habitantes, donde el agua subió de los sótanos y luego se estancó.
El camino pavimentado reventó y algunos tramos están un metro por encima de los otros.
“Esto se convirtió en una isla que subía y bajaba, subía y bajaba”, cuenta Murat Yar, imitando con sus manos una especie de alfombra voladora.
“El suelo se deslizó treinta metros hacia el río. Se vio brotar agua y arena”, prosigue este techador de 38 años.
La gente saltaba por las ventanas
El pueblo no lamenta más que algunos heridos porque sus habitantes, según él, pudieron “saltar por las ventanas de sus casas de uno o dos pisos”, a diferencia de Antakya, donde los edificios se desintegraron bajo los temblores.
En Demirkopru, la población corrió hacia un terreno designado como seguro por las autoridades, pero que también parecía haber cobrado vida.
Murat Yar describe que vio “un géiser de diez metros” surgir durante el sismo, cerca de la escuela, cuya fachada sin embargo no sufrió deterioros.
Por el contrario, el tribunal situado enfrente es irreconocible: tiene una grieta zigzagueante en su fachada y su portal se encuentra a veinte metros, en línea perpendicular respecto a su lugar inicial.
Un poco más lejos, los cuatro edificios prefabricados de otra escuela parecen fichas de dominó desparramadas sobre un montículo irregular de tierra.
“En el momento del terremoto me dije: ‘Estamos muertos’”, cuenta Murat Yar, para quien este siniestro fue “un millón de veces peor” que el de 1999, que dejó 17.000 muertos.
“Hubo otros sismos en el pasado, pero fueron ligeros”, confirma Hatice Sahan, de 58 años. “Esta vez tuvimos mucho miedo. Confiamos nuestras vidas a Dios”, subraya.
Por Agencia