martes, noviembre 5

Las legumbres han ayudado a saciar el hambre en los momentos más difíciles de Venezuela

En el año 2017, cuando la crisis venezolana mostró su peor cara, la activista Brenda Ribeiro se encontró con el hambre y con sus ganas de combatirla. Recuerda que se propuso ayudar a paliarla con comedores, y que recibió muchos granos como aporte.

«Me fui a dos comunidades a recuperar el peso de los niños», con el minestrón como base acompañado con otros alimentos. Ribeiro, directora de la fundación Granitos de Esperanza, rememora su angustia ante la perspectiva de que pequeños de menos de cinco años de edad que caían en desnutrición extrema sufrirían daños irreversibles. «Hicimos esto con el corazón, con mucho cariño, con amor; ese fue el otro ingrediente para ver mejoras importantes», refiere a Contrapunto.

Las legumbres, literal o figuradamente, «salvaron la patria».

En un comedor en Jabillito servían 100 platos al día; fundamentalmente, para niños, aun cuando los adultos mayores también se apoyaron en esta oportunidad de alimentarse. «Había una abuela que venía con 20 laticas de mantequilla con su tapa para buscar el menestrón de los abuelos», relata. Cuando ya no había huesos o salchichas, «la gran mayoría de las veces», el equipo proporcionaba legumbres. «Esa es la razón por la que nos llamamos Granitos de Esperanza. Nos sentimos muy bien, porque era un minestrón, eran granos, pero todo era hecho con amor, con aliños y con verdura». En la mayoría de los casos, para todas esas personas, «era la única comida del día».

La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 10 de febrero Día Mundial de las Legumbres, las semillas comestibles de las leguminosas.

Para los venezolanos, las legumbres son mucho más que una fuente de proteínas y fibra: «Para una población en la que el acceso a la carne puede estar limitado por razones económicas, las legumbres ofrecen una alternativa valiosa para mantener una dieta equilibrada», explica Saúl López, presidente de la Sociedad Venezolana de Ingenieros Agrónomos.

En comparación con otras fuentes de proteína «las legumbres suelen ser más accesibles y económicas, lo que las hace un elemento esencial en la mesa de muchas familias venezolanas, especialmente en tiempos de crisis económica», estima López en un texto preparado para contrapunto.com.

También constituyen la dieta nacional. «Las legumbres forman parte integral de muchos platos tradicionales venezolanos. La «caraota negra» (frijol negro), por ejemplo, es un componente clave del plato nacional «Pabellón Criollo». Las lentejas y otros tipos de frijoles también son comunes en la cocina venezolana, consumidas en sopas, guisos y como acompañantes».

Sin combustible

Para el productor venezolano el cultivo de legumbres permite diversificar y reducir los riesgos económicos, apunta. Además mejoran el suelo, porque, como lo recuerda López, «tienen la capacidad de fijar nitrógeno en el suelo, mejorando su fertilidad y reduciendo la necesidad de fertilizantes químicos. Esto no solo es beneficioso para el medio ambiente, sino que también puede ayudar a reducir los costos de producción».

No obstante, problemas básicos no han sido resueltos. Manuel Anzola, representante de la asociación de productores de Yaracuy, consideró la caraota «como una de las siembras más importantes dentro del agro venezolano, porque el venezolano está acostumbrado a tener en su mesa las caraotas».

Anzola narró que, con apoyo de la FAO, han creado semilleros de caraotas, pero «en estos momentos está totalmente paralizado: tenemos para sembrar casi 10 o 15 hectáreas, pero está paralizado. La FAO nos pasó los insumos que se necesitan, pero no la hemos podido sembrar porque Yaracuy parece ser el estado más afectado por la falta de gasoil. Aquí todo está paralizado». A la fecha «tenemos tres meses con la siembra de caraotas por la falta de semillas».

Las legumbres abren puertas. Aunque la producción venezolana «pueda estar primordialmente orientada a satisfacer la demanda interna, cualquier excedente ofrece la oportunidad de exportación, abriendo potenciales fuentes de ingresos en mercados internacionales», evalúa López. Es cierto que los productores enfrentan dificultades como el acceso a los insumos y al financiamiento, pero, como la demanda de legumbres es continua, puede verse como una oportunidad.

Las imágenes satelitales permiten estimar «una superficie de 60.700 hectáreas incluyendo todas las leguminosas como el frijol mungo o chino. Hay que destacar una caída importante en la producción de frijol bajo y, sobre todo, caraota en los últimos años, considerando que la caraota es un cultivo más exigente desde el punto de vista de manejo agronómico, lo que aumenta los costos de producción; en las circunstancias actuales sin financiamiento se hace muy complejo producir este rubro de manera extensiva», expone.

No hay datos que permitan saber si el país satisface plenamente su demanda interna de legumbres. «En años anteriores la producción agrícola en Venezuela ha tenido dificultades para satisfacer la demanda interna de varios alimentos básicos, lo que ha requerido la importación de estos productos. Sin embargo, por los niveles de producción expresados, se deduce que se está importando caraotas y otras legumbres que no se producen en cantidad suficiente en Venezuela», señala López.

En cuanto a las exportaciones, el ingeniero agrónomo reitera que Venezuela figura «entre los principales exportadores de frijol chino en el mundo, con unas 60.000 toneladas métricas aproximadamente al mercado asiático, principalmente Vietnam, aunque se están haciendo los esfuerzos de certificaciones para exportar directamente a China, lo que permitirá aumentar la utilidad del negocio».

«En resumen, las legumbres representan un pilar tanto para la nutrición de los venezolanos como para la economía agrícola del país, siendo fundamentales en la seguridad alimentaria y en la sostenibilidad de la agricultura venezolana», destaca.

En la medida en que haya más producción nacional se logrará bajar los precios y que la gente acceda al alimento, reflexiona Ribeiro. «Atendimos la emergencia y la urgencia, y ahora tenemos que trabajar en lo importante, en lo estructural». Los productores están trabajando en semilleros, pero les falta hasta el gasoil. «Tienen 15 hectáreas de caraotas paradas para sembrar», puntualiza. «Necesitan financiamiento, necesitan gasoil, necesitan vías de acceso, que los puentes caídos en nuestras zonas rurales sean reparados; necesitan servicios públicos. Puedes tener el pozo, pero si no hay gasoil, ¿cómo opera la bomba para el regado?».

Deben afrontar amenazas como las que vienen del clima (cambios en el patrón de lluvias, sequías prolongadas y fenómenos meteorológicos extremos, enumera López), la ausencia de financiamiento, el costo de los insumos agrícolas, la persistencia de la migración del campo a la ciudad, al igual que «la falta de interés en las nuevas generaciones por la agricultura»; todo esto «amenaza la sostenibilidad del sector». Pesa, también, la dificultad para acceder a las tecnologías modernas de cultivo y las herramientas para afrontar las plagas.

A propósito de esta celebración internacional, López propone algunas estrategias para mejorar el cultivo de legumbres. La primera es «promover el uso de tecnologías agrícolas modernas, incluyendo prácticas de cultivo sostenible, sistemas de riego eficientes, y variedades de semillas mejoradas resistentes a enfermedades y adaptadas a las condiciones climáticas locales». Igualmente, los programas de capacitación y asistencia técnica para mejorar las prácticas de manejo agrícola; el acceso a créditos y subsidios y las «políticas agrícolas coherentes y de largo plazo que apoyen la producción de legumbres, incluyendo incentivos para la producción y exportación». Miles de personas como la abuela de la moto lo necesitan.

Por Agencia.