viernes, diciembre 5

El presidente incendiario que pone en riesgo una nación

El presidente de Colombia Gustavo Petro llegó al poder prometiendo un “cambio” para Colombia, pero su gestión se ve constantemente eclipsada por su arma mas eficaz y que mejor domina, un discurso incendiario o de abierta confrontación.

La retórica presidencial colombiana no es un vehículo para el debate, sino una estrategia deliberada de conflicto que polariza la nación neogranadina, socava las instituciones y amenaza la estabilidad internacional.

Petro utiliza un lenguaje de división que separa al país entre el “pueblo”, quienes se identifican con él, y las “elites”, categorías que engloba a todos sus críticos y opositores, esta falsa dicotomía busca deslegitimar a la oposición y poner en tela de juicio la legalidad de las instituciones colombianas que aún funcionan.

Además, el presidente colombiano contribuye con una narrativa para el consumo internacional donde él es el líder atacado por el imperio mismo.

Su pasado guerrillero del M-19 cimentó este relato de David contra Goliat, provocaciones sistemáticas, como las dirigidas al presidente Trump, o sus posturas extremas como por ejemplo, la pro-palestina en el Oriente Medio, generando las respuestas de sanciones o la escalada militar para reforzar su victimización.

El costo de esta retórica de confrontación va más allá de lo diplomático para incursionar en lo militar. Las irresponsables incitaciones en pleno centro de New York, megáfono en mano, a los soldados estadounidenses a desconocer a su presidente es una injerencia inédita y peligrosa.
Mientras el gobierno de Colombia prioriza el discurso ideológico, los cultivos de coca alcanzan cifras récord.

La escalada es innegable. Las recientes noticias de ataques estadounidenses a varias embarcaciones colombianas cargadas de presunta droga, en el Pacífico colombiano, con un saldo de varios muertos, subraya que la crisis diplomática no es solo un rumor comunicacional. Es la expansión de una campaña militar letal cerca de las fronteras colombianas, y son un reflejo del deterioro de la confianza con Estados Unidos principal socio comercial y antinarcóticos en el país.

En resumen, el discurso confrontacional de Gustavo Petro se manifiesta como una estrategia política que antepone el espectáculo y la consolidación de su narrativa de poder por encima de la gobernabilidad de la nación. Un jefe de Estado está llamado a ser, ante todo, un arquitecto de consensos. Dado el camino que recorre está retórica, en medio de la inestabilidad, la división y la confrontación internacional, la pregunta crucial ya no es si el “cambio” prometido llegará, sino si Colombia realmente puede permitirse seguir navegando en medio de tanto fuego. La urgencia nacional colombiana demanda un liderazgo más sereno y responsable que evidentemente Petro no representa.

Por: Ángel Montiel / @angelmontielp / angelmontielp@gmail.com