Una simple operación matemática que resulta de dividir el «fabuloso» salario mínimo de 130 bolívares soberanos entre 10 que cuesta un dólar paralelo, hasta el momento de redactar este trabajo, nos dice que el salario mínimo de un trabajador venezolano que fue de 30 dólares, luego del aumento presidencial del mes de marzo, se redujo a unos miserables 13 benjamines que tal vez alcancen para los gastos de un día en un hogar venezolano.
Esta sencilla deducción se confirma cuando revisamos los resultados de la última Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) que viene realizando desde hace varios años, conjuntamente con otras universidades, la Católica Andrés Bello.
Medida por el nivel de ingresos, la encuesta apunta que la pobreza afecta al 81,5 por ciento de la población, es decir, 8 de cada 10 venezolanos no cuentan con los recursos suficientes para adquirir la canasta básica. El año pasado ese indicador alcanzaba a 90,9 %. El asunto es que como estamos ante un gobierno de muy malas mañas en cuanto respecta a ofrecer cifras confiables en cualquier aspecto de la vida del país, la prestigiosa encuesta ubicó a 53 % de la población en pobreza extrema, y a 81,5 % en situación de pobreza.
En realidad, los datos ofrecidos por este estudio en 2021 ubicaban ambos conceptos en 68 y 90,9 por ciento, respectivamente, en un país donde quedan un poquito más de 28 millones de habitantes porque cerca de siete millones han tenido que emigrar a causa de la pobreza.
Pero este cronista tiene la impresión que así como son capaces de confundir la indecente propuesta revolucionaria de «borrón y cuenta nueva» cobrándole a los venezolanos un poco de dinero que la mayoría no tiene, por su incapacidad hasta en el cobro de los servicios públicos, en el caso de la electricidad, lo serán también luego de analizar Encovi 22 y dirán que han triunfado porque se redujeron en unos dígitos los pobreza extrema y la pobreza crítica.
¡Vaya pírrica victoria!. De ingrata recordación son aquellas fatidicas colas provocadas por la tozudez del régimen de imponer controles de precios desconociendo la realidad del mercado. Finalmente se percataron que la habían puesto, y de qué manera, hasta que se convencieron que sí hay una mano invisible que actúa en la economía y contra la que nada se puede hacer.
Se olvidaron de las listas de precios que a su gusto imponía el régimen y comenzaron a aparecer nuevamente los productos, pero que venían de otros lares y a los precios que realmente debían tener.
Aquel paquete de medidas económicas signada por la ideología comunista del intervencionismo del estado en la actividad económica, el gasto dispendioso del régimen, la regaladera de los dólares de los venezolanos a otros países, la corrupción descarada y ante la cual se hacían los locos los organismos contralores del Estado y la caída abrupta de la producción de petróleo y de los precios del crudo, llevaron a la más pavorosa crisis que se tenga conocimiento no sólo en la vida republicana de Venezuela, sino en el mundo.
El hambre comenzó a pavonearse por todas las calles de Venezuela. Dramáticas escenas de familias, niños, registrando la basura de los contenedores de los restaurantes para comer de las sobras que conseguían le dieron la vuelta al mundo.
Y luego lo que era inevitable: el éxodo de millones de venezolanos que hoy día andan esparcidos por todo el mundo en búsqueda de mejores condiciones de vida que un país que había recibido más de dos billones de dólares por la venta del petróleo les negaba a las grandes mayorías.
Cada vez que he tocado el tema tengo que referirme a un hecho histórico para comprender el desastre causado por la revolución en estas dos décadas perdidas.
Al finalizar la segunda guerra mundial , los Estados Unidos de Norteamérica, país ejemplo de democracia y progreso, destinó 13 mil millones de dólares en lo que se conoció como el Plan Marshall para iniciar la reconstrucción de la Europa destruida por los criminales bombardeos nazis.
Esta revolución ha recibido diez mil planes Marshall y Venezuela está en la inciforia*, en la inopia, quebrada y destruida. Aquí nada sirve para no caer en detalles. El régimen sabe que 130 bolívares no sirven para nada y eso es lo que ganan unos cinco millones de pensionados que no les alcanzan ni para las medicinas mucho menos para comprarse los alimentos que requieren.
Maduro y su régimen se hacen los locos y dicen que las cifras de hambre y de desplazados son falsas y el pueblo sigue hambriento y huyendo hacia otras latitudes. Gracias a Dios Dios la salida la hay , y es Democrática cuando la oposición unida acuda a las presidenciales del año 2024 con un candidato único y derrote y saque de Miraflores al causante de este cataclismo social a punta de votos democráticos.
* estado penoso, de pobreza, o de calamidades
Emiro Albornoz León
Periodista/Asesor – emiroalbornozl@gmail.com