«Lo malo que tiene un país donde el gobierno es débil no es la fuerza de la oposición, sino la memoria del electorado.”
Anónimo
Una suerte de sorteo del kino o de lotería electoral, léase premio gordo, es lo que hasta «por ahora» tenemos como cierto los venezolanos al no saber una fecha precisa, concreta o segura de cuando serán las elecciones de la Presidencia de la República, salvo que en uno de los 27 días escogidos en el calendario, podría estarse celebrando ese proceso pero habrá que esperar que el CNE salga del hibernadero, donde ha estado metido desde hace tiempo, a quien constitucionalmente le «corresponde» la tarea de seleccionar y fijar la «mejor fecha», que según se ha sabido podría ser en el segundo semestre del 2024.
Probablemente algunos de mis lectores sean de esos seguidores cinéfilos que desde ya saben, están enterados dos años antes, que la serie de Harry Potter tiene fecha de estreno y que su regreso a la pantalla será en 2026 en siete temporadas, cuando años atrás en su primera entrega cautivó mundialmente la atención de millones de espectadores, entre quienes me incluyo, pero en contraste, paradójicamente, ellos ni el resto de los venezolanos sabemos cuando votaremos en la elección que corresponde a un nuevo período de gobierno que permita salir del actual que, precisamente, no ha sido una saga cinematográfica exitosa a lo largo de un cuarto de siglo
Nada debería sorprendernos, digamos, en cuanto a lo largo de todo este proceso que cual vía crucis de una cruz que llevamos, llamada crisis social, tiene una verdad que no es otra que el deseo de los venezolanos de votar, sufragar, ejercer un derecho y producir un cambio del modelo político que llegó a 25 años agotado, desgastado y sin respuesta al deseo de millones de vivir en mejores condiciones, tener calidad de vida y dejar de ver al final del túnel solo oscuridad que ha originado la salida de millones de hombres y mujeres, familias enteras, que no han parado de huir de la tierra donde nacieron y tienen sus afectos. Un 85 por ciento del país desea, quiere y aspira un cambio de gobierno.
Describir, decir o expresar esa verdad duele, pero no es momento de cederle paso al pesimismo, desgano, desinterés o pensar que todo está perdido. Esas son las ganas, deseos y propósitos del oficialismo para que en la gente el germen de la derrota crezca. Sin embargo, la realización de las Primarias en 2023 ha sido un impulso contrario al efecto deseado por el adversario oficialista, cuando quizá subestimó demasiado que la elección de María Corina Machado no les traería más dolores de cabeza, sino dividendos políticos e imagen externa, pero aliados ideológicos muy cercanos, Petro y Lula, por ejemplo, han exhortado a que el gobierno venezolano debe respetar los derechos electorales de cualquier aspirante.
Eso, lo sabemos. También aunque parezca odioso, incómodo, antipático o despreciable al extremo que me califiquen de «alacrán» «colaboracionista» o cualquier otro calificativo, lo cierto es que ella no será habilitada y su derecho constitucional de ser electa o poder elegir continuará secuestrado por la «ley». Ni este ni ningún otro gobierno en el mundo públicamente que conozcamos, gestiona su propia aniquilación, desaparición o extinción al provocarse el harakiri político. Es un punto de honor oficialista llevado al extremo buscando, además, otras reacciones que puedan atribuirse a desestabilizadoras como ya vemos en el dedo acusador contra dirigentes de la Plataforma Unitaria Democrática, PUD.
La madurez, paciencia, sensatez y serenidad debe imponerse en el campo opositor venezolano en respuesta a la estrategia del gobierno de no querer enfrentar por miedo y temor a María Corina Machado. Le toca a ella buena parte de esa responsabilidad en la designación de quien llegará a ser su sustituta o sustituto. Decirlo no cae bien, pero no podemos callarnos y ocultar la cabeza como el avestruz. La importancia, trascendencia y valor de defender la ruta electoral es válida también en circunstancias adversas como la actual.
No es el final del camino, de un esfuerzo ni tampoco significa el tanto nadar para morir en la orilla. Quizá es parte de una estrategia que en ninguna guerra es revelada y lleguemos a escenarios distintos en su debido momento. Lo cierto es que en quien recaiga esa responsabilidad de convertirse en la opción opositora contra Miraflores, debe estar preparado cual si se tratara de un encarnizado juego de béisbol de una final, cuando detrás del lanzador estelar, un buen manager, tiene a dos, tres o más calentando el brazo en caso de peligrar el juego.
No olvidemos que en el desespero de no tener pueblo, votos, nada le cuesta al oficialismo sacar, eliminar o suprimir a cualquier oponente. Eso le funcionó en Nicaragua a Daniel Ortega Saavedra cuando fue «reelecto» a la presidencia de la nación centroamericana, después de desterrar o expulsar del país a siete aspirantes a la posición que hoy ocupa. Otro ejemplo de eso sucedió este fin de semana en la Costa Caribe nicaragüense, donde el partido del líder sandinista logró el 90 por ciento de los cargos en unas elecciones regionales, donde el único partido opositor de origen indígena, Yatama o Hijos de la Madre Tierra, que podía derrotarlos no pudo participar por llevar tiempo proscrito.
Nadie ha dicho que ha sido facil llegar hasta donde se ha llegado. Errores, torpezas, incompetencias y equivocaciones en la oposición han sido demasiadas, pero quien esté libre de culpas que lance la primera piedra. Lo trascendente no es caerse sino levantarse y hacerlo mejor. La unidad es un imperativo, es vital, no admite otros errores. Negarlo, no admitirlo, sería afirmar que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
En resumen la ruta es la electoral. Por más provocaciones nada ni nadie deberá sacarnos de ese camino. No hay otra. Tener los pies sobre tierra firme y segura vale más que cualquier aventura distinta a la confrontación electoral, pese al ventajismo, abusos, mañas o picardías que hemos conocido en el pasado. Esos vicios tienen a través del voto unitario el mejor método de combatirlos. En Nueva Esparta, Cojedes, Barinas y Zulia en 2021 esa verdad quedó demostrada por si alguien todavía lo duda. ¡Amanecerá y Veremos!.
Por José Aranguibel Carrasco/ Ilustración: Feyo