Esta semana que inició el 11 de noviembre, me he detenido a reflexionar sobre la vida y legado de un verdadero gigante del béisbol mundial, como lo es mi paisano y un referente de la zulianidad, Luis Ernesto Aparicio Montiel, único venezolano en tener su nombre plasmado en el Salón de la Fama de Cooperstown.
Este excepcional deportista maracucho, nacido el 29 de abril de 1934 en la maravillosa tierra del sol amada, no solo destacó en el campo de juego, sino también es un ejemplo de dedicación, perseverancia y cualidades que resaltan a lo largo de su vida y su carrera deportiva. Es por ello, que al honrar su carrera desde este parlamento, podemos así confesar nuestra profunda admiración por su trayectoria y por el impacto que un hombre como él ha tenido en el deporte venezolano y de todo el mundo.
Es importante destacar, que Luis es hijo también de un grande, que supo sembrarle el amor por el deporte y la pasión para perseguir los sueños que no solo alcanzó, sino que desde su vida propia inspiró a tantos a seguir el camino beisbolero, mientras que su terruño venezolano puede mostrarse como un país que ha sembrado figuras de tanta importancia en este deporte.
Su vida misma nos inspira a entender que más allá del trabajo duro y la determinación que tuvo en un mundo donde el éxito no se da instantáneamente, mostró su perseverancia y su grandeza que constituye la dedicación y el sacrificio para lograr las metas que él como máxima figura del campocorto pudo alcanzar.
Cada vez que traslado mi pensamiento a su gloriosa carrera, me vienen a la mente momentos icónicos en el diamante, donde su talento brilló con luz propia, pero más allá de los guantes de oro, los hits y las jugadas memorables, lo que realmente me resulta fascinante es su ética de trabajo, mostrándonos que alcanzar la excelencia no es solo una cuestión de habilidad, sino también de compromiso y amor por lo que hacemos. Es demostrar además la calidad humana cargada de valores.
El legado de Don Luis nos invita a explorar nuestras propias vidas y a esforzarnos por ser la mejor versión de nosotros mismos y nos aclara que cada uno de nosotros puede dejar una huella en el mundo, siempre que estemos dispuestos a trabajar por ello.
Por Iraida Josefina Villasmil