No hay solidaridad y esto se refleja en una sociedad que se ha vuelto demasiado indiferente ante las injusticias, el clientelismo, la corrupción, la deshonestidad.
Se hace difícil imaginar que en un país que ha manejado miles de millones de dólares haya gente sobreviviendo sin electricidad, sin una gota de agua, viviendo en condiciones infrahumanas, muriendo en los hospitales por la carencia de medicamentos, de insumos médicos o peor aún sin un techo con que protegerse de las lluvias.
Está barbarie se refleja también cuando todos hacen oídos sordos ante la violencia en contra de un niño, de un anciano o cualquier persona en condiciones de vulnerabilidad.
En reiteradas oportunidades vemos en la calle gente pidiendo ayuda y preferimos mirar a otro lado “para no complicarnos la vida”.
En otras palabras, la indolencia se ha arraigado como un mal permanente en nuestra sociedad.
Desde gobernantes que no tienen compasión para robar dinero que podría servir para dar una vida digna a miles de familias en situación de pobreza extrema, hasta el ciudadano común que se mantienen inmutable a las injusticias que todos los días ocurren ante sus ojos.
Son episodios que, lamentablemente, pasan desapercibidos y los vemos todos los días.
Es el momento de pensar en que la solidaridad, el apoyo mutuo sean los pilares para construir una sociedad de progreso y de justicia social, es creer de verdad en la dignidad de la persona humana.
Debemos alzar nuestra voz contra la apatía, el individualismo y trabajar unidos para construir una sociedad más justa y solidaria, ese es el verdadero sentido cristiano del amor.
Mientras nos mantengamos indolentes ante el sufrimiento humano seguiremos siendo testigos de las peores injusticias.
Por Ángel Montiel