Por estos días en Estados Unidos un caso que involucra a jóvenes venezolanos hunde la imagen que se tiene de nuestros conciudadanos en el mundo.
Unos jóvenes agrediendo a los policías de Nueva York, y más allá el caso patético de un niño de quince años que intenta matar a unos turistas en un robo a una tienda en la gran manzana hiriendo a un oficial de policía mientras huía.
Según las autoridades, el menor llegó a Nueva York en septiembre pasado y pudiera ser integrante de una banda de atracadores.
La policía de Nueva York lo considera un elemento peligroso cuando se atrevió a disparar un arma de fuego en plena vía pública y atentar en contra de un oficial de policía.
Son casos sorprendentes que por supuesto llaman la atención porque la imagen del venezolano se ha deteriorado desde que llegó el gobierno de Hugo Chávez. Perfil que antes en los gobiernos democráticos era visto como gente valiosa, meritoria, con sólidos valores ciudadanos.
Esto cambio, ahora el comportamiento de algunos venezolanos en el exterior, no solo en los Estados Unidos, explican el daño severo que nuestra población ha tenido en estas dos últimas décadas sobretodo en los jóvenes que han emigrado huyendo de la tragedia que significa vivir en nuestro país.
Pero no son solo las severas dificultades que se viven y que se encuentran en razones políticas, sociales y económicas, también se encuentran en los sentimientos negativos que se viven en la sociedad.
Hay que llamar la atención y admitir que la particularidad de la crisis venezolana posee características abundantes que han minado el comportamiento civilizado de la gente y convertido en un sentimiento delincuencial que hace estragos en la mente y accionar de algunos de nuestros emigrantes por todo el mundo.
Los jóvenes en Venezuela solo ven como la impunidad vence al no haber castigo y se logra coronar lo deseado y salir ileso, algo que no acurre en otras latitudes.
La delincuencia común y organizada que ahora actúa en otros países adquiere una inquietante capacidad para el crimen sin importar sus consecuencias superando a veces la capacidad disuasiva de la policía.
Toda esta mentalidad delincuencial es producto en primer lugar de situaciones aprendidas en una sociedad enferma de la envidia, hija del sentimiento de la baja autoestima creada por la violencia institucional no solo en Venezuela sino en cualquier parte del mundo que ha creado el estereotipo del venezolano como sinónimo de delincuente.
Ese situación tiene una potencia destructiva que puede llegar a ser como un supremo amor o el más fuerte odio.
Muchos inmigrantes traen una carga emocional negativa, ese sentimiento que no perdona, siempre piensa en tener más aún a costa de su vida y la de los demás. Esa actitud negativa y destructora se verá reflejada en todas las acciones para conseguir lo que se busca.
Eso hace que millones de venezolanos que huyen en masa de esta tragedia sean un elemento importante para la delincuencia que ya se mueve en todos los países de América Latina y los Estados Unidos.
Es el hábito del delito, de la transgresión que se convierte en una forma de cultura.
Una sociedad que no establece normas ni límites se convierte en una estructura de vulneración de las normas más elementales desde colarse en una taquilla de una oficina pública hasta la insensatez de pasar un semáforo en rojo.
Solo reina la “viveza criolla”, el bochinche y el desorden que en otros países no se tolera.
Estos elementos han destruido la imagen del venezolano que emigra y que es rechazo a veces con episodios violentos de xenofobia por todo el mundo.
Es posible que acciones conjuntas con los gobiernos de los países afectados por la emigración descontrolada se pudiera manejar pero desde la llegada al poder de Hugo Chávez y de su sucesor Nicolás Maduro rompieron con sus aliados naturales y próximos especialmente con los Estados Unidos en donde la llegada de los venezolanos al gran país del norte ya no era bienvenida sino que comenzaron a mirarnos con cuidado y hasta con cierto recelo porque el gobierno venezolano se convirtió en una especie de enemigo o en un “amigo incómodo» para el tío Sam.
Es la estrepitosa caída de la imagen del venezolano ante el mundo, es el momento de recuperarla.
Por Ángel Montiel