martes, noviembre 19

¿Ciegos, sordos y mudos?

«La libertad de expresión es la base de los derechos humanos, la raíz de la naturaleza humana y la madre de la verdad. Matar la libertad de expresión es insultar los derechos humanos, es reprimir la naturaleza humana y suprimir la verdad».

Liu Xiaobo

Defensor de los derechos humanos y Premio Nobel de la Paz en 2010

Cuanto gustaría, agradaría y tranquilizaría a la gente del gobierno en Miraflores y a sus camaradas del Psuv que los periodistas venezolanos estuviéramos de espaldas a la realidad nacional, en similar actitud de los monos sabios del santuario de Toshogu en Japón, en una pose de ciegos, sordos y mudos, pero por tratarse de un tema nada cercano a la filosofía Oriental, sino de informar y defender la libertad de expresión, la destitución del periodista Seir Contreras de Globovisión debe actualizar, desempolvar, el debate sobre los peligros contra el ejercicio de esta profesión, la censura y el cierre de fuentes de trabajo.

El valiente periodista Seir Contreras en calidad de entrevistador en un espacio matutino de esa televisora privada, en el ejercicio de las prerrogativas que en teoría garantiza la Constitución Bolivariana de Venezuela de 1991, además de ser un ciudadano que vive y padece la crisis del día a día, firmó su salida de Globovisión al no compartir los criterios del entrevistado en la persona del diputado chavista de la AN, Ramón Magallanes. Las palabras del periodista con el correr del día llegaron a viralizarse en las redes sociales, convirtiéndose en tendencia. Obviamente eso molestó, no agradó, a directivos del canal que decidieron despedir al profesional por el supuesto delito de violar la línea editorial del medio audiovisual de «noticias».

Este no es ni será el último de los episodios donde la libertad de expresión y los periodistas en Venezuela sean el blanco de arremetidas que vulnera, afecta y lesiona el derecho constitucional en su artículo Nro. 57 que expresa que «toda persona tiene derecho a expresar libremente sus pensamientos, sus ideas u opiniones de viva voz, por escrito o mediante cualquier otra forma de expresión y de hacer uso para ello de cualquier medio de comunicación y difusión, sin que pueda establecerse censura».

El historial de excesos contra la libertad de expresión, la censura y el derecho a las fuentes de empleo es, a mi modo de ver, importante recordarlo en dos tiempos de nuestra historia contemporánea, vale decir, en el antes y el ahora de la llamada Revolución Bonita del Siglo XXI. Si bien en la muy atacada, desprestigiada y desacreditada IV República Puntofijista hubo excesos repudiables y contrarios al respeto que atentaron en algunas oportunidades en dirección de pisotear esa garantía del texto constitucional, no significó, en ningún caso, ser una norma permanente de represión contra ese Derecho Humano Universal.

El abuso de algún funcionario de tercera no quedaba en la impunidad, porque inmediatamente eran activados los mecanismos legales en un Estado de Derecho que tenía independencia entre sus poderes. Por su parte, el CNP y el SNTP hacían lo propio denunciando la agresión. Hoy ese trabajo no termina. Lo presente y vivido en estas dos últimas décadas nos presenta un dossier de eventos que pasa por el cierre, bloqueo, decomiso, hostigamiento, amenaza, eliminación, pérdida de empleos, manipulación, chantaje, censura, persecución, cárcel y otros calificativos de todo lo que tiene que ver con la permanencia de los medios de comunicación y sus profesionales que se desenvuelven en cada una de sus formas.

Venezuela ha sido quizá uno de los pocos países en el mundo donde existió una amplia, variada y moderna gama de periódicos en distintas presentaciones y gustos. No obstante, la desaparición de su materia prima, el papel, obligó a que muchos cerrarán, echaran a la calle a mucho de su personal y se adaptaran a las nuevas tecnologías. Los que no pudieron desaparecieron. Eso no ha sido fortuito ni gratuito. Es una receta prescrita desde la caribeña Isla de la Felicidad donde el Estado comunista es el único emisor comunicacional.

En el Zulia esta realidad es tan evidente que poseíamos en la versión de papel diarios de cobertura regional, entre ellos, Panorama, El Regional, Versión Final, La Verdad, Qué Pasa, además de medios impresos comunitarios, gremiales, deportivos, empresariales, revistas y otras formas física de comunicación que la ausencia de papel decretó su salida de circulación quedando su acceso a través de la internet. Esa fotografía es idéntica en cualquiera de otros estados del país. Lo mismo ha acontecido en el campo de la radio y TV donde hoy sobran los dedos de las manos para enumerar las emisoras y televisoras que están al aire vigiladas, observadas y controladas por el organismo censor llamado Conatel.

No decir, revelar o denunciar que la economía venezolana ha sido destruida por un modelo político fracasado. Qué Pdvsa dejó de ser la gallinita de los huevos de oro que se la comió la corrupción. Que a la niñez venezolana la desnutrición le gana la carrera de la vida. Que a pensionados y jubilados por el hambre y el no poder comprar sus tratamientos, la pelona les pisa los talones. Que servicios públicos de agua, electricidad, salud, educación, combustible no mejoran nada. Que la impunidad le ganó a la justicia el castigo que no llega para sancionar a los gobernantes del último gobierno chavista en el Zulia, cuando arrasaron y destruyeron la Gobernación y alcaldías y no ha pasado nada.

No solo, por ejemplo, en esos casos sino en decena de decena de muchos más que el gobierno no desea que se hable de ellos. Eso sería lo ideal, tener periodistas «ciegos, sordos y mudos», especie de castrados mentales. Lo ideal sería modelar a periodistas de espacios informativos de VTV y otros medios públicos que reseñan o hablan de la «realidad» y nos trasladan mentalmente a otro país, muy distinto donde vivimos, cuando la existencia de los problemas cotidianos es chocante, perverso y fantástico imposible de negar, esconder o desaparecer por más que empeñen en su esfuerzo profesional de convencer a la gente.

Además, no es un premio de consuelo que la falta de periódicos, radioemisoras y televisoras tenga en las redes sociales la posibilidad de permitirle a la gente informarse, conocer y estar al tanto de lo que sucede en el país y más allá de nuestras fronteras. Eso es una verdad no del todo segura y confiable. Sin embargo, sabemos a través de esas tecnologías que la hemorragia dolorosa de venezolanos huyendo continúa cada día, buscando en destinos inciertos una mejor calidad de vida sin medir o calcular riesgos.

Enterarnos, digamos, que este 23 de agosto las redes sociales permitieron conocer que otro venezolano, nacido de Maracaibo, Jhonny Enrique Damián Vílchez, murió en la travesía de El Darién es una triste noticia. Es lamentable informarnos por esa vía que es otro padre de familia que pasó a ser un número en la estadística de los que huyen y no regresan a la tierra que los vio nacer. Su muerte como la de otros no puede permanecer en el olvido. No terminemos siendo ciegos, sordos y mudos ante el daño causado a la familia en nombre de una Revolución que engaño a millones. ¡Amanecerá y Veremos!.

 

Por José Aranguibel Carrasco/Caricatura: Feyo