domingo, noviembre 24

Menos contaminación lumínica claman los conservacionistas de aves en Venezuela

¡Allá hay un azulejo!, ¡Mira la reinita!. Extasiados, seis observadores de aves rastrean con binoculares las copas de árboles en un santuario privado donde habitan unas 170 especies de pájaros, a unos 30 minutos de la capital de Venezuela.

Al filo del amanecer partieron desde Caracas para adentrarse en este reducto de bosque húmedo en el Global Big Day, actividad que apoya la conservación de estas especies vitales para el planeta, reseñó AFP.

El grupo, integrado en su mayoría por mujeres, fue conducido por Rosaelena Albornoz, guía de aves de 61 años que lleva casi tres décadas dedicada a estudiar las aves de Venezuela.

A todos los embarga la emoción con cada avistamiento en Amaranta Casa de Colibríes, un santuario ubicado en San José de los Altos, estado Miranda.

“Las aves son indicadores del estado de salud de un ecosistema”, comenta a la AFP Albornoz, que toma apuntes en una libreta para vaciarlos en Ebird (https://ebird.org/), plataforma para registrar aves en todo el mundo.

También graba sus cantos con un dispositivo al que conecta un micrófono para captar un audio más nítido.

“Con el Global Big Day lo que hacemos es visibilizar las aves, la ciudadanía sale a divertirse con las aves a través de su conteo”, añade esta experta que abandonó su trabajo como ejecutiva para estudiar aves.

Menos tímidos, colibríes sobrevuelan flores y bebederos artificiales dispuestos por la médico jubilada, Cecilia Martínez, dueña de Amaranta Casa de Colibríes, llamado así en honor a una lora con la que convivió una década.

Un colibrí Orejivioleta Marrón (Colibri delphinae) se acerca a Martínez en busca de agua azucarada que guarda en una pequeña taza de café. “¿Dónde estabas tú que me tenías olvidada?”, pregunta, causando asombro entre los turistas.

El ave vuelve una y otra vez en un ritual que muestra la cercanía que pueden llegar a desarrollar con los humanos que los alimentan con néctar preparado con agua y azúcar.

“Los colibríes son capaces de conocer a uno”, comenta esta patóloga de 73 años que se jubiló en 2012 y ahora dedica su vida a preservar los 7.000 metros de bosque que bordean su casa.

“Luz blanca no, por favor”

En este paraje montañoso se respira paz, interrumpida a ratos por el bullicio frenético de guacharacas (Ortalis ruficauda) que suelen adueñarse de las frutas servidas por esta patóloga que se retiró cansada de lidiar con la muerte. Ahora “quiero dar buenas noticias”, señala.

A Martínez, de cabello cenizo y voz suave, le preocupa la fragilidad de la avifauna. “Hay aves que de repente las veías muchísimo y ahora las ves menos”, comenta, haciendo énfasis en la tala como principal amenaza.

Ocurre algo semejante con insectos como las mariposas, algo que la motivó a crear un criadero de una subespecie de la mariposa monarca.

Su preocupación es compartida por Albornoz, quien suma la contaminación lumínica a las amenazas.

“La idea sería estudiar la contaminación lumínica y el efecto grave que ha hecho con la pérdida de los insectos (…) Si con la luz blanca acabamos con los insectos también va a disminuir la cantidad de polinizadores y de aves”, advierte.

Compara lo que sienten las aves e insectos con la incomodidad de los humanos si tuvieran que dormir con un farol pegado al rostro.

“Hay zonas de costa donde las aves han perdido su capacidad de cazar los peces de noche porque tienen luminarias, entonces este exceso de luz artificial afecta humedales”, lamenta Albornoz.

Su clamor es claro: “Luz blanca en los exteriores no, por favor, (mejor) luces que oscilen hacia el amarillo”.

 

Por Agencia