El español Rafael Nadal no pudo firmar su enésima resurrección en la pista central de Roland Garros, donde cayó ante un sólido Alexander Zverev en la primera ronda, en un duelo que tuvo aíres de despedida pese a que el 14 veces ganador en París no ha descartado regresar el año próximo.
El resultado, 6-4, 7-6 (5) y 6-3, fue tan inapelable como el partido, que tuvo un único dominador, salvo un intento de rebelión del español en las postrimerías del segundo set y en el inicio del tercero, que acalló el germano elevando el nivel para no dar esperanzas a su rival y a la grada que lo aclamaba, reseñó EFE.
Aunque Nadal se negó a decir adiós, abundaron los síntomas de que era una despedida. Las gradas llenas en una primera ronda, algo que nunca antes había visto el Grand Slam de tierra batida, la congregación de los fieles del español, reunidos para asistir a un milagro o a un final de ciclo.
Fue lo segundo, aunque Nadal, que por vez primera en toda su carrera encadenó dos derrotas consecutivas sobre tierra batida, dejó algún destello de que no está tan lejos de la primera clase del tenis.
Al final se despidió del público, aseguró que «seguramente» será su último baile en la central, aunque reiteró que no lo asegura al cien por cien, agradeció el apoyo de la grada y dijo adiós: «Lo que siento ahora es difícil de describir, es algo muy especial que siempre llevaré en mi corazón».
Nadal aseguró que le queda todavía para poder rivalizar contra jugadores como Zverev, pero demostró que su apuesta por seguir un año más, a punto de cumplir los 38, no era tan ilusa como algunos pretendían y que su sueño de volver a París para los Juegos dentro de dos meses tampoco es una quimera.
Frente a un rival que todo el mundo coincide en que es el jugador en mejor forma del momento, que alzó el torneo en Roma hace poco más de una semana, Nadal tuvo instantes de brillantez que hicieron las delicias de su parroquia.
Nadie quería perdérselo. En la grada estaban dos números 1, el serbio Novak Djokovic -con quien Rafa ha mantenido la mayor rivalidad de la historia del tenis- y la polaca Iga Swatek -confesa devota de Nadal-, además de Carlos Alcaraz, su heredero natural.
Gritó de júbilo el público con el ramillete de golpes que dejó el español, recuerdo de todo lo que ha sido en esta tierra batida, se entusiasmaron con sus carreras, con el puño cerrado al aire cuando lograba doblegar al gigante alemán.
Sin que oficialmente lo fuera, pareció un último regalo a un público al que le ha dado todo y que en este final de trayecto parece al fin darse cuenta de que tiene ante sí un mito inigualable.
Aun así, no fue suficiente. Zverev pudo controlar las emociones, los gritos y las embestidas de Nadal, se apoyó en su demoledor servicio y apenas dejó opciones al español, que, si bien si pareció físicamente recuperado, navegó muy lejos del tenis que le hizo leyenda.
Y eso que el día estaba desapacible, oscuro pese a que comenzó a primera hora de la tarde, húmedo, con la pista protegida por el techo de una lluvia que no disuadió al «nadalismo» de acudir en masa a la cita con su ídolo.
Zverev, la cabeza visible de una generación invisible, eclipsada entre la longevidad del «big 3» y la eclosión de los nacidos en este siglo, acabó con el sueño de victoria de Nadal.
El alemán, al que este triunfo propulsa a la categoría de favorito de la edición más incierta de los últimos años, lleva tiempo queriendo pedir paso, pero a sus 27 ve pasar el tiempo sin levantar un grande.
Es el único de los tenistas en activo que ha encadenado semifinales en París los tres últimos años. La de 2022, dramática contra Nadal, la abandonó en silla de ruedas tras quebrarse un tobillo.
Esta vez comenzó rompiendo el servicio del español y eso marcó el duelo. Nadal no concretó dos bolas de rotura en el cuarto y Zverev no dejó más griegas en su tenis.
Ilusionó el español a sus incondicionales en el segundo, cuando llegó a tener servicio para empatar a un set, pero Zverev no tembló y el balear no fue tan contundente como acostumbraba, por lo que dejó escapar el parcial en un juego de desempate en el que el servicio del germano volvió a ser determinante.
A las primeras muestras de resignación del público respondió Nadal avivando sus esperanzas con un 2-0 que no tuvo recorrido, porque el germano volvió a mostrarse contundente cuando más falta le hacía. Algo que tantas veces el público de París ha visto hacer al español, pero que ahora no está en condiciones de repetir.
Es lo que tiene lo irrepetible, lo que acudió a ver la congregación de fans de Nadal, aunque fuera en pequeñas píldoras, en sorbitos de calidad que brillaron como destellos de la mayor estrella que nunca ha tenido Roland Garros.
Por Agencia.