En el nuevo episodio de The Last of Us, disponible en HBO y HBO Max, el tiempo parece detenerse. Por un lado, Joel y Ellie recorren el oeste de un país destruido donde la naturaleza lo es todo y la huella de la civilización desapareció. Por otro lado, la serie medita, con una profundidad desgarradora, acerca de lo que el ser humano puede ser, incluso en las peores condiciones, ajeno al tiempo que transcurre y a la desgracia.
La producción, en esta ocasión, deja a un lado la exploración acerca del desastre y el horror para recorrer lugares más sensibles. En especial, buscan dejar claro que hasta en medio de los escombros de la civilización, la esperanza es posible. También el amor.
Para un punto de vista tan profundo, el argumento decide relatar la historia de Bill. En la trama original del juego de Naughty Dog, el personaje es un huraño superviviente que reside en Lincoln, una ciudad asediada por los infectados.
Para su versión televisiva, su singular personalidad se mantiene, pero, además, el escritor Craig Mazin le añadió el rasgo del miedo. Encarnado por Nick Offerman, las primeras escenas del guion le muestran obsesionado con sobrevivir. Un observador en medio de la debacle que reconoce que los indicios del mundo tal y como lo conoce están a punto de sucumbir a las cenizas.
De hecho, esa es la primera frase que Bill pronuncia mientras la ciudad de Lincoln es evacuada. “Solo habrá cenizas”, murmura cuando contempla los camiones que tratan de desocupar la región. Para el hombre, es evidente que lo que sea que esté ocurriendo escapa a cualquier posibilidad de salvación.
De pie, con un rifle al hombro o mirando con atención las pantallas de vigilancia del sótano fortificado en el que se esconde, comprende lo inevitable. En la trama de The Last of Us, Bill es la representación del terror que transforma la supervivencia en un impulso primario, mientras el apocalipsis avanza con rapidez.
Es el 30 de septiembre del 2003. Cuatro días después del estallido, de la muerte de Sarah Miller y de los tumultos iniciales que presagian un cataclismo. Ha transcurrido casi una semana desde que la profesora experta en micología, Ibu Ratna, diera su veredicto: “Hay que bombardear todo”.
Bill no sabe el alcance de lo que tendrá que enfrentar o cómo se manifestará una amenaza todavía imposible de calcular. Pero está preparado. “Nadie entiende el fin como alguien que lo esperó siempre”, murmura el personaje, detrás de una alambrada de seguridad, a solas en el lugar que se volverá su territorio.
Frank (Murray Bartlett) escapa como puede de la catástrofe. En el material original de The Last of Us, el personaje es un recuerdo. En su versión en la pantalla pequeña, un hombre aterrorizado. Uno que no podría sobrevivir a solas en un momento lleno de amenazas y monstruos de pesadilla que aguardan al acecho.
La trama brinda a Frank de una vitalidad singular. Se aferra a la vida con todas sus fuerzas. Batalla como puede y con todos sus recursos para evitar morir. Pero sigue siendo solo una figura cualquiera, de los tantos que todavía no conciben el fin del mundo tal y como lo conocieron.
Si The Last of Us utiliza a Bill para narrar lo que rodea a la paranoia que engendra lo espeluznante, Frank es su reverso. Frágil en su torpeza, el primer encuentro entre ambos ocurre en el jardín de la casa de Lincoln, transformada en un área fortificada. El relato construye esa conversación inicial entre dos símbolos de la desolación, en una extraña reflexión del mundo que sobrevive.
Tanto uno como el otro saben que están aislados en medio de los contagiados, que aumentan en número y voracidad. Asimismo, son conscientes de que la soledad que engendra la tragedia es un vínculo. La complicidad entre ambos no será la de dos iguales, mucho menos la del inmediato amor romántico o la atracción, sino la del aislamiento.
A pesar de eso, gradualmente, la humanidad se impone. Si la narración imaginada por Neil Druckmann dejaba entrever una historia mayor para el dúo de personajes, la serie de The Last of Us explora con cuidado en ella. Pero no a través de la urgencia amorosa o el deseo imposible de contener. En realidad, lo que termina por unir a Bill y a Frank es la escalofriante conciencia de ser los últimos. De la ciudad que habitan, de las que la rodean. Los únicos seres vivos entre los cadáveres de hombres y mujeres que llenan el campo más allá de la propiedad en que se encuentran. Con una delicadeza que asombra y conmueve, The Last of Us narra los singulares pesares del tiempo y de un sentimiento nacido de la desesperanza.
Después, será la plenitud de la vida “con alguien que debe cuidar y proteger”, tal como lo repite Bill varias veces, hasta la simple intimidad. El tiempo avanza. Tres, diez años. El tercer capítulo de The Last of Us muestra la madurez de una experiencia que es mucho más peculiar que la pasión y más poderosa que la necesidad de compañía.
Al fondo, una ventana que mira a un jardín vacío. A través de ella se distinguen los contagiados que van de un lado a otro de la verja de seguridad electrificada, como espectros de un mundo muerto. Los días transcurren. El confinamiento devora, erosiona y, también, a su modo, devasta.
The Last of Us utiliza la relación entre Bill y Frank como metáfora de todas las hipotéticas historias que ocurrieron a lo largo de dos décadas. La debacle mundial queda puertas afuera y la atención del episodio se concentra en dos hombres. En una pareja improbable, rota y, al final, unida por la posibilidad agria de estar destinados a la tragedia.
El tercer capítulo de The Last of Us es una exploración sin urgencia inmediata de la supervivencia. Esto permite que sus momentos más poderosos estén llenos de silencios, de un paisaje simple de objetos cotidianos. Poco a poco, Bill y Frank abandonan el mundo exterior. Lo que resta es un amor nostálgico que sostiene la cordura de uno y otro, que les permite entender sus limitaciones y fortalezas.
Mazin se esfuerza en mostrar el miedo individual. Un recurso bien construido que describe la vida una vez que cualquier indicio de normalidad desapareció. ¿Qué ocurre cuando ya no queda otra cosa que lo que se recuerda, lo que no volverá a existir?
“Ambos sabemos que este es el fin de lo que hubo”, murmura Frank en los minutos finales del tercer episodio de The Last of Us. Bill solo le contempla y, entre ambos, el silencio es pura comprensión. Después de la tragedia de perderlo todo, este vínculo trágico, simple y significativo parece llenar el mundo.
Para cuando Joel y Ellie llegan a la casa vacía, únicamente encuentran los restos de una vida larga, plena y, por curioso que parezca, satisfactoria. Frank eligió la despedida bajo sus términos. Un adiós de mesas vacías y una cena postrera. Para Bill fue la conciencia de que, a pesar de todo, el apocalipsis todavía guardó algunas historias dignas de escucharse. Quizás, el punto más duro y conmovedor de un capítulo atípico.
Por:Agencia