Reconozcamos nuestro error y demos un paso al frente. No es tiempo de lamentaciones, es tiempo de definiciones. No se trata de buscar culpables, pero sí de reorganizar estrategias para retomar el camino electoral. Los daños causados por la abstención son incuantificables. Si de verdad queremos salir de esta crisis nacional, tenemos que abandonar la etérea y banal retórica de bando y bando y generar verdaderos escenarios para lograrlo.
Las condiciones deben ser equilibradas para todos. Chavistas y opositores tienen el derecho de estar representados en cada proceso y en cada espacio de la vida cotidiana. Nosotros, ciudadanos todos, tenemos la obligación de respetarnos en la diversidad, más allá de la polarización. Los partidos políticos deben ser resarcidos por el robo de sus tarjetas electorales. Pero no nos equivoquemos. No hablo sólo de Primero Justicia, Voluntad Popular y Acción Democrática, hablo también de los movimientos de izquierda como Patria Para Todos (PPT), Tupamaros, Unidad Popular Venezolana (UPV) y Bandera Roja, que de igual manera han sufrido los embates de este torbellino político que hoy nos agobia.
Dejemos de lado la revancha. Si no pasamos el capítulo de los vencidos y los vencedores jamás podremos avanzar en una solución factible para todos. Venezuela no tiene tiempo para seguir anclada en eso. Según Cáritas, al cierre de 2020 las cifras de desnutrición infantil subieron 73 % en niños menores de 5 años; mientras que la FAO, agencia de las Naciones Unidas que lidera el esfuerzo internacional para poner fin al hambre, estima que este año estaremos entre los 45 países del mundo que necesitarán asistencia alimentaria exterior, al lado de Zimbabwe, Yémen, Zambia, Afganistán, Burkina Faso, Haití e Irak, entre otros.
Es tiempo de proclamar y practicar un cese en este conflicto político desmedido. ¿O es que acaso los cinco millones de compatriotas que viven un exilio obligado tienen dinero de sobra para seguir aguantando la pela en el extranjero? ¿O es que los mil 300 muertos por Coronavirus que se contabilizan en nuestras fronteras no tienen dolientes? ¿O es que seguiremos permitiendo que el bolívar llegue a récord Guinness de devaluación, cuando ni siquiera los tres nuevos billetes del cono monetario alcanzan para comprar un dólar? ¿O es que la ruina de 9 mil cañicultores por las 280 mil toneladas de caña de azúcar que están por perderse por la falta de gasoil no importa? ¿O es que los venezolanos pueden seguir viviendo con un sueldo mensual menor a 1 dólar? ¿O es que tanto dolor y división familiar no tendrán alivio?
Nos guste o no, la única vía posible en Venezuela es la electoral. Nos guste o no tenemos que hacer cotidianas las palabras “diálogo”, “conversaciones”, “negociaciones”, “pacto político”. Lo contrario, es hipotecar nuestro futuro. No podemos seguir dejando en manos de terceros la solución de nuestros problemas. Reaccionemos. Nos guste o no, chavistas y opositores tendrán que hacer de tripas corazón, ponerse un pañuelo en la nariz y sentarse a trazar opciones para llevar adelante un proceso electoral lo más transparente posible, aunque esté muy lejos de ser perfecto.
El tiempo nos ha demostrado que la única opción viable es contarnos. Los deseos no empreñan, pero para que lo hagan, se debe pasar a la acción y hacerlos realidad. A los venezolanos no nos sirve un Gobierno que tenga poder a lo interno pero que mantenga al país aislado del mundo con todas las consecuencias que eso implica; pero tampoco nos sirve un interinato que por más que sea el único interlocutor válido con 60 países, no tenga el poder para tomar alguna decisión que repercuta directamente en nuestro día a día. A los venezolanos no nos sirven dos Asambleas Nacionales, una sesionando desde el Capitolio y la otra por internet. A los venezolanos no nos sirven las excusas y ya no queremos seguir hablando de alacranes. A Venezuela le sirve es que todos nos pongamos de acuerdo y con carácter de urgencia.
Si Bolívar y Morillo, enemigos acérrimos y jefes de dos bandos en guerra, sellaron con el abrazo de Santa Ana de Trujillo, el 27 de noviembre de 1820, el fin de la guerra a muerte entre la Gran Colombia y el Reino de España ¿no vamos a poder nosotros sentarnos para llegar a algún acuerdo de reconstrucción nacional? ¡Por Dios! No seamos tan engreídos al pensar que sólo uno de los bandos en pugna tiene la razón y que el otro es el culpable de todos los males. Ni tan calvo ni con dos pelucas. Aquí está en juego el pellejo de todos, por tanto, todos tenemos que mover las piezas para que lleguemos al lugar del que nunca debimos salir: la vía electoral.
Tenemos la obligación de poner orden en este berenjenal en el que estamos metidos. Son muchas las heridas abiertas, pero debemos avanzar. Como dijera el papa Francisco en su reciente visita a Irak: “La paz no exige vencedores ni vencidos, sino hermanos y hermanas que, a pesar de las heridas del pasado, se encaminan del conflicto a la unidad”. Sin duda, el camino de la paz puede ser muy duro, pero irremediablemente se debe transitar. Hacerlo es de valientes.
Por: Gladys Socorro / Periodista