Desafiando el fuerte calor maracucho fui a caminar por el centro de la ciudad. Quizás por el temor al calor no lo había hecho antes.
En medio de estas altas temperaturas y agobiado por el ruido se podían ver en las aceras cartones, colchones y mucha suciedad que servían de cama a numerosas personas que por alguna historia de la vida quedaron sin hogar.
La lluvia ligera que caía en ese momento parecía desdibujar sus rostros y arreciar el inclemente y pegaso calor.
Pero allí en medio de esa atmósfera insalubre e incomoda se encuentran esas personas algunos de ellos niños, mujeres y hombres llenos de harapos y nubes de moscas que los cubrían, sin zapatos, tratando de soñar, buscando escapar de la dura realidad de sus vidas.
Algunos caminan por las calles arrastrando bolsas con latas y plásticos, encorvados por el peso, llenos de hollín con la esperanza de conseguir algún mínimo de dinero para su sustento o vicio.
Mucho se ha escrito y estudiado está realidad lacerante, con cifras, diagnósticos que queda todo en el papel que podrían tapizar las calles de la ciudad y que tal vez terminen como desecho reciclable que ellos mismos juntan y les sirva de abrigo.
La crisis profunda que vivimos suman cada día más personas en situación de calle que en la mayoría de los casos terminarán dependientes de las drogas, del alcohol y otros se convertirán en delincuentes y la prostitución.
¿Qué pasará por la mente de estas personas que sienten todo el día el desprecio de la gente?.
Debe ser difícil para un individuo escuchar alguna palabra de aliento, el sentir el aprecio de alguien y menos aún el acceso a una comida digna.
Tal vez se vieron forzados por la condición de vida de sus hogares o impulsados por la dependencia. Estas son vidas humanas que también tienen dignidad y muchas veces preferimos ignorar.
La mayoría de las veces nos conmueven las historias de los animales callejeros, que no está mal, pero no vemos los seres humanos que deambulan por toda la ciudad y pasan por nuestro lado con olores a orines y la mirada perdida rumiando su drama y tragedia.
Es el momento oportuno de ver está realidad que clama ante los ojos de Dios.
Por Ángel Montiel