Los conceptos, las teorías, lo imaginado para la vida en sociedad, «en República», diría el maestro Rodríguez, se enfrenta desde el gobierno, a cada minuto, a una realidad que es diversa y con muchas variables. Pero, sin duda que es en el día a día, en el quehacer, donde podemos ejercitar el verdadero trabajo revolucionario. Ello requiere consciencia y principios éticos como único aval.
Llegar a un cargo público, aprender el funcionamiento de una estructura viciada, para repetir la vieja práctica del beneficio personal y el irrespeto al ciudadano, sólo cambiando colores y slogan, con palabras de la revolución, se revierte rápidamente contra nosotros, agrede a nuestra gente y se convierte en un freno que a nuestro entender no es más que una condición para cambiar lo que deba cambiarse frente a nuestros ojos a cada instante para el objetivo de la vida mejor de todos. Eso ocurre en cualquier espacio donde estemos.
En las líneas gruesas para la reorganización de la vida económica nacional, con los errores que lleva siempre la acción humana, el Comandante Chávez hizo lo que tenía que hacer.
Acertadamente dirigió los conceptos de democratización de la renta petrolera orientando esos recursos en prioridad a la gente y a nuestros pueblos. El impacto social fue reconocido por la misma ONU: Venezuela territorio libre de analfabetismo, cambios favorables en los indicadores de salud, educación, mortalidad de madres, talla y peso, morbimortalidad infantil. Tres millones de viviendas nuevas para el pueblo pobre.
Sin embargo, en el camino ocurrieron prácticas que no fueron consecuentes con las líneas del propio Presidente y que no son su culpa, ni culpa de la revolución sino de manipuladores de sus instrucciones y de sus planes. Bajó el mantenimiento y al tiempo la productividad dentro de la industria, desaparecieron las condiciones salariales y de vida de los propios trabajadores.
El gran plan de industrialización y la «construcción de fábricas de fábricas», que soñaba Chávez no se concretaron con el plástico, con la metalmecánica, con la agroindustria. A la locura de la oposición que no aprende de sus errores y derrotas, ni con sus aciertos y victorias en el año 2007 ó 2015 y sigue insistiendo en destruir al país con sus aliados extranjeros.
Esa labor dura de reactivación, en medio de una guerra que distrae esfuerzos por la irracionalidad de la oposición sin dolor ajeno y sin patria, sí tiene mucho que ver con el freno y retroceso de los logros que Chávez avizoraba para el bicentenario de Carabobo.
Entonces la tarea que tiene el presidente Maduro es titánica. Lo primero derrotar la guerra externa con todos los instrumentos a la mano. La defensa, la negociación, la buena diplomacia. Pero además lograr que los gerentes públicos, al interior de las grandes empresas nacionales, puedan ejercitar a todos los niveles, el cambio hacia la productividad plena.
A veces simplemente significa servir, como dice nuestra Constitución, como corresponde en las tareas públicas, solucionar los problemas y no dificultar para que actúe un gestor, esa acción es en sí revolucionaria.
Muchas veces sin robar personalmente, pero sin chocar con la vieja estructura que permite los vicios, traicionamos a Chávez y no ayudamos a Maduro en su tarea de vencer en el más duro campo de batalla para hacer la revolución de la producción, de la vida digna, de la estabilidad en Venezuela.
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