Max Scherzer no comenzará las prácticas de pretemporada este miércoles, en el cálido campamento de los Mets en Port St. Lucie, Florida. Tampoco Marcus Stroman estará sacudiéndose el óxido entre los cactus del complejo de los Cachorros en Mesa, Arizona.
No resonarán los bates al golpear las pelotas, ni éstas al impactarse contra los guantes.
Tampoco habrá agentes libres que se pongan el uniforme de sus nuevos equipos por primera vez. Ni veteranos que abracen a sus compañeros tras meses de no verlos.
Será imposible ver a los niños recargados contra las alambradas, a la espera de cazar algún autógrafo. De hecho, ni siquiera hay un solo indicio de que alguien se esté preparando para una inauguración de temporada que podría no llegar en la fecha prevista del 31 de marzo.
Después de todo, no hubo siquiera en la jornada una sesión de negociaciones.
Ninguna de las partes ha emitido declaraciones públicas en lo que va de la semana para reconocer lo obvio: La pretemporada no comenzará a tiempo. La última vez que ello había ocurrido fue en 1995.
El paro patronal cumplirá el miércoles 77 días, y tanto los peloteros como las directivas mantienen sus diferencias sobre cómo compartir el dinero en una industria que genera 10.000 millones de dólares al año.
Así que, en vez de debatir sobre carreras limpias y remolcadas, en las Grandes Ligas se habla ahora del impuesto para el equilibrio competitivo y del valor promedio anual.
Los lanzadores y los receptores no se presentarán en los campamentos como estaba programado, pero las Grandes Ligas no prevén anunciar una afectación en la pretemporada sino hasta que no puedan realizarse los juegos del 26 de febrero.
Y si las discusiones se prolongan hasta marzo —como apuntan todas las señales— casi seguramente se pospondrá la inauguración de la campaña regular.
“Estoy optimista y creo que tendremos un acuerdo a tiempo para jugar nuestro calendario regular”, confió el comisionado de las mayores Rob Manfred el jueves, en una conferencia de prensa. “Veo que si nos perdemos juegos, ello sería desastroso para la industria, y siempre estamos comprometidos para llegar a un acuerdo en un esfuerzo por evitar eso”.
Aquéllos fueron los primeros comentarios de Manfred a la prensa desde el 2 de diciembre, el día en que comenzó el noveno paro de labores en el béisbol —el primero desde 1995.
El ritmo de las negociaciones ha sido incluso más lento que el de algunos juegos.
Ha habido sólo unas cinco sesiones de negociación sobre temas económicos torales desde el comienzo del paro: una videoconferencia el 13 de enero, seguida por encuentros presenciales el 24 y el 25, así como el 1 y 12 de febrero.
El relevista Andrew Miller ha sido el único pelotero que ha asistido en persona y el director general de los Rockies, Dick Montfort ha sido el único dueño que ha hecho lo propio.
Los jugadores han exigido cambios significativos, disgustados ante el hecho de que las nóminas totalizaron 4.050 millones de dólares el año pasado, un descenso del 4.6% respecto de su récord de poco menos de 4.250 millones en 2017, el primer año del contrato colectivo que expiró recién.
El sindicato ha exigido que la capacidad de buscar el arbitraje salarial se expanda a dos años de servicio en las mayores, el nivel que tuvo de 1974 al 86. Ha propuesto un decremento en la compartición de los ingresos y quiere nuevos métodos para que a los peloteros jóvenes se les cuente un tiempo adicional de servicio.
La organización gremial considera que esa última medida atendería su queja de que los equipos manipulan el tiempo de servicio de los jugadores.
Los dirigentes han señalado que no considerarán reducciones en la compartición de ingresos ni una expansión del derecho al arbitraje. Ambos bandos están muy distanciados en materia de salarios mínimos, el monto del dinero a repartir como bonificaciones para los jóvenes astros así como los topes y cuotas del llamado “impuesto al lujo”.
Por: Agencia