lunes, diciembre 23

Naomi Osaka encendió el pebetero olímpico de Tokio 2020 en una ceremonia que parecía imposible

En medio de una honda preocupación por la escalada de contagios en la capital, Tokio 2020 sacó adelante su ceremonia inaugural. No era fácil presentar una fiesta en unos momentos duros para el país, una atmósfera que invita más al recogimiento que a los Juegos Olímpicos. Se huyó del humor y de coreografías mayúsculas. Acostumbrado como estaba el movimiento olímpico a una performance propia de Brodway, ésta se quedó un punto por debajo, entendible atendiendo de donde se partía. El momento de los pictogramas valió por toda la noche. Fue un canto a la imaginación.

El honor del último relevo de la antorcha recayó en Naomi Osaka. Wakako Tsuchida, deportista paralímpica -gran mensaje integrador- aproximó el fuego a un grupo de seis estudiantes de prefacturas externas a Tokio, para esto dejarlo a pie de la escalerilla, donde la tenista fue a encender uno de los pebeteros más majestuosos que ha tenido el olimpismo.

Antes de eso, había sido una ceremonia guionizada con inteligencia, muy para el corazón de los deportistas y con una enorme simbología. Arrancó sobre la inmensidad de la cancha del Estadio Olímpico, agrandado por la ausencia de público en las gradas, con sólo dos de los artistas en el escenario. Uno montaba en una bicicleta estática y la otra en una cinta de correr. Era la mención al periodo de aislamiento que sufrieron los deportistas con el confinamiento, un buen arranque para centrar la situación. La bandera de Japón, introducida en el estadio por distintos campeones olímpicos, otorgó la identidad a la ceremonia junto al himno nacional cantado por el bailarín Mirai Moriyama. Fue entrañable el momento en el que los acordes del Imagine de John Lennon, con Alejandro Sanz y Keith Urban entre los cantantes, se mezcló con la proyección en el cielo del globo terráqueo formado por drones, reseña Marca.

Cientos de drones compusieron el globo terráqueo en el cielo

Marcadas por la distancia social, sin la apabullante, sí numerosa, presencia de artistas a la vez en el escenario como ya es patrón en cada una de las ceremonias anteriores, las representaciones intentaron mostrar la globalidad y no se ciñeron a un guión meramente nacional. Se recordó a las víctimas del COVID-19, pero también a los caídos de la familia olímpica, con una mención al Septiembre Negro de Múnich. Tampoco faltó el agradecimiento a los sanitarios que han peleado en primera línea

Se hizo un guiño al pueblo entonando el Komari Uttar, un himno de los trabajadores, mientras unos carpinteros componían los aros olímpicos en madera, sacada de los árboles cuyas semillas trajeron en 1964 varios de los deportistas que participaron en la otra edición en la que Tokio tuvo los Juegos. Fue una explosión de frescor el claqué de Kanuzori Kumagai sobre una de las mesas que simulaban una taberna.

Por: Agencia