lunes, noviembre 18

Mujer marabina cruza cinco peligrosas trochas para reencontrarse con su hija en Chile

Carmen Pérez viajó durante 13 días con su hija de cuatro años. Cruzó las trochas de cinco fronteras, las que hay entre Venezuela y Chile. Encima llevó dos morrales con un poco de ropa para el frío, pantalones deportivos, suéteres, medicinas, su teléfono celular, un cargador, productos de higiene personal, el par de zapatos que llevaban puesto ella y su hija, el pasaporte vigente y mucho miedo.

Carmen tiene 40 años y es maestra. Este no es su verdadero nombre porque pidió resguardar su identidad para no exponerse. Contó a Foco Informativo que de los días previos a su ida recuerda que estaba cargada de incertidumbre, de ansiedad. Dejar a sus padres en Maracaibo fue lo que le generó más tristeza, pero que su hija siguiera viviendo en un país donde no podía mantenerla ni darle calidad de vida, fue lo que le dio el impulso.

También la empujó el hecho de que su hija mayor, de 15 años se fue en 2019 a Chile para vivir con su papá. Tuvo un año planeando salir, pero la pandemia por el COVID-19 la detuvo. Le truncó el sueño por 12 meses, como Carmen cuenta.

«Necesitaba irme. No hay futuro en mi país y cada vez las opciones para migrar se disminuían. Yo necesitaba reunirme con mi hija». Unido a esto, la embajada chilena suspendió los trámites para la entrega de visas, y ella sentía que no podía esperar más.

Las medidas de bioseguridad fueron cubiertas para impedir contraer el virus durante el recorrido por cinco países. (foto Cortesía)

Esto lo contó a través de notas de voz en donde explica su larga travesía, la que decidió emprender pese a los riesgos. Atrás quedaron sus padres y su tierra. La ciudad donde nació que se convirtió, según Carmen, “en el peor rostro de la crisis”, porque hay racionamientos eléctricos, hay fallas en la distribución de agua potable y mala conexión a internet y al servicio telefónico.

En Maracaibo, al igual que el resto del país se sobrevive a los altos precios de los alimentos y medicamentos, porque el salario mínimo no alcanza para cubrir la canasta alimentaria. El último informe que publicó la Cámara de Comercio en la ciudad, refiere que se necesitan al menos 275 dólares al mes para adquirir la canasta alimentaria.

“Tour ilegal para inmigrante”

El viaje de Carmen inició a las 4.30 de la madrugada del 11 de enero de 2021. Para eso tuvo que completar 950 dólares que le exigían como pago en lo que ella misma califica como: “tour ilegal para inmigrantes”. El servicio prometía llevarla desde la puerta de su casa, en el sector Pomona, hasta Chile.

Fotografía de Carmen con los miembros iniciales del «tour de migrantes» que partieron de Maracaibo. A medida que avanzaban los kilómetros, el grupo se hizo más grande. (Foto Cortesía)

“Con mucho sacrificio logré reunir los 950 dólares por el paquete que incluía dos comidas y hospedaje para cuando no es posible cruzar las trochas por diversos inconvenientes».

Salir de Venezuela no fue complicado, dice. Al atravesar la frontera con Colombia se llevó la primera impresión de toparse de cerca con lo que ella asegura era la guerrilla.

“Me impactó el momento cuando crucé el puente internacional Simón Bolívar, que conecta a San Antonio del Táchira con Cúcuta y vi a la guerrilla. Pasamos un río por un puentecito muy estrecho que cuando cruzábamos se tambaleaba por la gran cantidad de personas que querían pasar de lado y lado. Muchos se tiraban al cauce sin importar que se mojaran y había mujeres desesperadas por pasar con bebés en los brazos gritando”.

Carmen temía por la vida de su hija de cuatro años. Eso la llenaba de miedo. “Mi mayor temor era que no resistiera a cualquier dificultad, o que tuviéramos que correr muy fuerte y nos quedáramos ahí, o que alguna autoridad nos detuviera”.

Al llegar a la frontera de Colombia con Ecuador el cruce se haría en moto. “Calculo que más de 200 personas estaban a la espera para cruzar el trecho entre Ipiales-Tulcán, y llegamos 12 personas más que soñábamos con atravesar Ecuador”.

 

Carmen junto a su hija prendiendo una vela en el Santuario de la Virgen de las Lajas en Ipiales, frontera entre Colombia y Ecuador, para que la divinidad le alumbre el camino para llegar a su destino. (Foto cortesía)

En el Lago Titicaca separada de su hija

Lo más traumático del viaje lo vivió Carmen entre Perú y Bolivia y lo cuenta entre sollozos. “Pasamos la trocha en la noche. Había que atravesar el lago Titicaca en balsas pequeñas, sin salvavidas”.

Era una noche oscura y la orden era salir en ese momento. La condición de ilegal obliga a que se deben hacer los “movimientos rápidos” en los cruces entre fronteras para evitar ser detectados por las autoridades.

Llovía y hasta granizo cayó, comenta, pero había que pasar el lago más hondo del mundo. Ese recorrido era de unos 15 minutos, aproximadamente.

Cuando repartieron a las personas que cruzarían en las balsas, Carmen le entregó a su hija a una de sus compañeras de viaje que ya estaba montada y cuando iba a subirse un guia le dijo: “Tu no cabes porque ya está full, vamos a montarte en otra. Empecé a llorar y a pedirle que me permitiera irme con ella, pero fue en vano. Me montó en otra balsa y me dijo: ya te traigo a tu hija, algo que no cumplió. La embarcaión donde iba mi hija arrancó, todas se empezaron a mover. Mi pequeña viajó esos 15 minutos lejos de mí. No paré de llorar por todo el camino, y se me cruzaban muchas ideas por mi cabeza”.

La realidad en el desierto Atacama

Al entrar a Chile se enfrentó con el desierto Atacama. Caminó más de cinco horas. La niña le dio las fuerzas necesarias para continuar la ruta y no desmayar en ningún momento.

«Me pedía que la cargara en ciertos tramos, pero yo no podía más. La inocencia de mi hija hacía que yo secara mis lágrimas y continuara el camino. ella cantaba canciones, y en medio del desierto se sentó en la árida explanada para hacer un huequito y sembrar una plantica, pero sembró fue una piedra”.

Un descanso necesario en el duro trayecto del desierto de Atacama, que se ha convertido en un cementerio de pertenencias de los migrantes quienes cansado por el peso dejan allí sus cosas para hacer más ligera la carga. (Foto Cortesía)

Pero la historia de Carmen no era la única. Contó que en el grupo había un niño de ocho años. “Venía descompensado, con vómitos y diarrea. Se desmayaba, estaba muy débil, no podía caminar y su papá lo cargaba y le colocaba alcohol en la nariz”. Carmen miraba a su alrededor y veía familias enteras con niños, adultos mayores, personas deshidratadas.

El desierto de Atacama, zona fronteriza que comparten Chile y Perú, es el más árido del mundo. No hay ríos, ni árboles, ni animales; las bacterias son escasas. Hay partes tan inhóspitas que ni siquiera viven insectos ni hongos. Es una zona andina a más de tres mil 600 metros de altura sobre el nivel del mar.

Muchos inmigrantes fallecen al tratar de cruzar este desierto a causa de hipotermia por las bajas temperaturas en la cordillera.

Las duras condiciones climáticas en el paso entre Bolivia y Chile con temperaturas extremas de frío fueron superadas por el amor de una madre por reencontrarse con su hija. (Foto Cortesía)

En el recorrido vio que había ropa tirada, objetos personales y calzados abandonados. Supone que lo dejaron porque no aguantaron el peso de llevarlos al caminar tantas horas continuas.

“Yo tuve que dejar en ese desierto parte de mi equipaje botado y otras cosas más… Mi niña no entendía y lloraba por mis pertenencias, yo le decía que iba a trabajar muy duro y que después me las iba a comprar más bonitas”.

Tras superar la dura caminata por el desierto fueron llevados a Huara, una ciudad chilena ubicada a 160 kilómetros de la frontera Colchane-Pisiga, en el límite con Bolivia donde había un punto de control, y quien los trasladaba no podía pasar en carro así que dejó a Carmen en ese sitio. Continuó el trayecto caminando y pudo violar los controles migratorios para llegar a la capital chilena.

Al caer la noche caminó en busca de un refugio. Encontró una plaza que había sido habilitada para varios coterráneos. En ese lugar se recostó con su pequeña hija. El frío del concreto impedía que sintiera calor por las pocas cosas que tenía para abrigarse. Dice que aún tiene en su mente el llanto, y el titiritar de los vecinos por la baja temperatura.

“El frío era insoportable, yo había dejado mi chaqueta en el desierto y algunas cosas con las que me podría arropar. Fueron momentos muy duros. Dormimos en el piso encima de los bolsos que servían de almohadas, hasta la mañana que logramos trasladarnos hasta la población de Pozo Almonte, un lugar que era cerca, más o menos a 15 minutos, una especie de mini-terminal y de allí hasta Santiago”.

El reencuentro

Una vez que Carmen llegó a Santiago de Chile y recordó todo lo que había vivido en 13 días concluyó que tener la posibilidad de volver a abrazar a su hija mayor valió todo el esfuerzo y el peligro.

Aferrarse a Dios la mantuvo de pie. La esperaban las cómplices, unas amigas que habían servido de apoyo para preparar una reunión y darle la sorpresa a la hija.

El reencuentro quedó congelado entre llantos y sonrisas, donde no hubo recuerdo de aquellos recorridos, ni las trochas, ni caminatas, solo el grito de: “Llegaron las guerreras”.

“A pesar de que llevo en mi mente esa película de terror que viví, donde yo fui la protagonista, no tiene precio estar aquí con mi hija, valió la pena pasar todo eso que pasamos para poder lograr mi objetivo que era estar las tres juntas”.

Emotivo  reencuentro con su hija en Chile. (Video Cortesía)

Por Lizaura Noriega