domingo, diciembre 22

Morella León López tras la condena de 17 años de su agresor: No sirvió el desprestigio de la defensa

Aunque a Morella León López le parecen injustos los años de condena de Matías Salazar Moure, tras mantenerla en cautiverio por 31 años en Maracay, estado Aragua, está satisfecha porque se hizo justicia y no sirvió el desprestigio de la defensa de su agresor.

Caracas. 17 años y 10 meses. Con un lápiz Morella anotó estos números en una libreta, mientras el juez proseguía con la lectura: “Condena que se cumplirá hasta el 27 de noviembre de 2037”, reseñó Crónica Uno.

Morella miró los números fijamente. Hacía calor. De inmediato sintió dolor de espalda y de cabeza. El cansancio de tres años de proceso abrió paso a las emociones que la invadieron después de una audiencia de más de nueve horas.

“Lo veía todo abstracto. Anoté también la fecha 27 de noviembre del 2037. Cuando el juez hizo mención de la fecha me di cuenta de que ya le estaban contando los tres años y medio que él tiene detenido, fue el único momento en el que saqué cuentas”.

Salió de última de la pequeña y calurosa oficina del Tribunal 1º de Juicio de Aragua. Eran alrededor de las 9:20 p. m. cuando se acercó a una de sus hermanas, que esperaba afuera desde el inicio de la audiencia a la 1:00 p. m.

“Lo absolvieron por el delito de esclavitud sexual por falta de elementos probatorios y lo condenaron a 17 años y 10 meses”, le dijo Morella a una de sus hermanas.

Para Morella, aquello fue el cierre de un capítulo. El final de un camino muy largo y difícil. Cuando se montó en el carro, con destino a Valencia, pudo más el hastío emocional y se durmió.

El día del juicio Morella volvió a ver a Matías Salazar Moure, quien la mantuvo encerrada durante 31 años, en distintos inmuebles de la ciudad de Maracay, estado Aragua.

Su primer encuentro fue temprano en el pasillo del tribunal. Él llegó escoltado por los funcionarios y Morella estaba cerca de la puerta de la oficina junto con sus familiares. Se apartaron para que él pudiera pasar.

Aquel martes, 21 de junio de 2023, Matías vistió con chaqueta negra y un jean para ir a la audiencia. Los tres años que tiene detenido en la policía estatal de Aragua no le han restado tanto peso, o eso asume ella.

Pero Morella no lo detalló, el miedo que aún siente cuando lo ve no le permitió observar al hombre que por tantos años la sometió a una pesadilla: aislamiento, tratos humillantes, golpizas, abusos, torturas psicológicas y hambre.

Lo vi y se me saltó el corazón, me asusté, sí me asusté. Sigo sintiendo miedo, pero es parte del proceso que me toca trabajar todavía a nivel emocional”.

Los delitos y las víctimas

La condena de 17 años y 10 meses de Matías es por los delitos de violencia física, psicológica y amenaza, previstos en la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, contra Morella. También por violencia psicológica a tres mujeres, entre ellas la hija de Matías.

Aunque Morella fue la única que denunció a su agresor en febrero de 2020, luego de escapar del apartamento de la torre C, en el Conjunto Residencial Los Mangos, en el expediente está la investigación de Fanny Araque y su hija, María de los Ángeles Salazar.

Fanny y María vivían en las mismas residencias donde estuvo encerrada Morella los últimos 18 años, y en el mismo piso: el cuatro.

Para los vecinos de Los Mangos, Fanny era la esposa de Matías y en varias ocasiones vieron salir al hombre con su hija al colegio. Pero de Morella no supieron nada.

En 2020, los familiares de Fanny dijeron  que estuvo desaparecida durante 23 años y en ese período tuvo una hija de Matías. También los familiares de Ana María Galvicius, la esposa de Matías, declararon que tenían 35 años sin verla, desde 1985, cuando se casó con él.

Las historias de estas tres mujeres coinciden en algo: sus familiares no estaban de acuerdo con la relación que tenían con Matías y ellas decidieron irse con él, engañadas por un futuro que cambió de rumbo.

Sin embargo, los primeros defensores de Matías alegaron en una rueda de prensa, el 10 de febrero de 2020, que él “tenía tres familias y las tres vivían felices. ¿En qué ley dice que un hombre no puede tener tres mujeres?”, dijo el abogado de ese momento Briceño Barreto.

Al agresor de Morella lo absolvieron por el delito de esclavitud sexual, por falta de elementos probatorios. Tarek William Saab,  tuiteó la información dos días después.

“Aún en medio del agotamiento, con todo y que parece injusto porque es casi la mitad del tiempo que él me tuvo encerrada a mí, se hizo justicia, no hubo forma ni manera que ellos lograran lo que estaban buscando: hacer parecer que yo estaba mintiendo, que yo me estaba inventando un cuento”.

A la cárcel de Tocorón

El “gordo Matías”, como lo conocían algunos vecinos de Maracay, deberá pagar su condena en el Centro Penitenciario de Aragua, en Tocorón, según la nota de prensa del Ministerio Público. Aunque desde 2020 esa misma institución había solicitado el traslado de este hombre a ese centro de reclusión.

Mientras, está recluido en la estación policial del centro de Maracay. Una fuente extraoficial contó  que, presuntamente, en la actualidad no hay traslados para la cárcel de Tocorón y por eso los privados de libertad deben estar en el comando policial a la espera de que les asignen un cupo.

Agregó que en ese penal no reciben reclusos por delitos de violencia y, supuestamente, son enviados al Centro de Formación para el Hombre Nuevo El Libertador, conocido como cárcel Fénix, en Tocuyito, estado Carabobo.

Manipulación

Morella conoció a Matías Salazar cuando era una adolescente de 17 años de edad. Al iniciar la relación también comenzaron los disgustos con la mamá de Morella, quien no estaba de acuerdo con el control que el joven de 23 años ejercía sobre su hija.

La adolescente no salía de su casa porque debía esperar las llamadas de su novio o recibía visitas de él a altas horas de la noche. Una de las excusas de Matías para llegar tarde era el tiempo de viaje que demoraba desde Maracay hasta Valencia, para visitar a su novia.

Los inconvenientes incrementaron y el día que Morella decidió terminar la relación para ahorrarle los disgustos a su familia, Matías le propuso vivir juntos, pagarle los estudios y las consultas médicas que necesitaba.

Ella aceptó. El 23 de diciembre de 1988 huyó de su casa, en Valencia, con dos bolsas llenas de ropa y algunas pertenencias, porque no quería llamar la atención de sus hermanas. Matías la esperó en el terminal de Maracay.

Con el tiempo, Morella se dio cuenta de que las promesas de Matías no eran ciertas. No vivió con ella, como le dijo, la visitaba de noche o de madrugada, y no a diario. Siempre variaban las excusas. “La violencia fue progresiva y no durante los primeros años”.

En el tiempo que estuvo desaparecida, la madre de Morella denunció ante la antigua Policía Técnica Judicial (PTJ), actualmente el Cicpc, pero los funcionarios le dijeron que debía esperar que ella regresara, porque se había marchado bajo su propia voluntad, y posiblemente “estaría embarazada”.

La madre de Morella no descansó. Obtuvo la dirección de la casa materna de Matías Salazar, en la urbanización El Limón de Maracay, y fue hasta allá, aunque no la encontró. Sin embargo, Matías se enteró de esa visita.

Morella no olvida la última conversación con su madre, en la que le pidió que no la buscara más. Es un recuerdo que la quiebra. “Está bien, hija, solo quería saber que estabas bien. Dios te bendiga”, fueron las últimas palabras de su madre, quien falleció en 2011.

La madre de Morella no quiso cambiar de domicilio ni de número telefónico, con la esperanza de que su hija apareciera. Y precisamente ese fue el número que ella recordó y dio a las autoridades, cuando escapó del apartamento donde la encerró Matías.

El miedo fue su carcelero

Morella no fue capaz de huir de su agresor por miedo. En dos ocasiones intentó agarrar las llaves del apartamento y a cambio recibió severos castigos.

Matías empleaba distintas estrategias de control para hacer sentir a Morella vigilada. Parte del terror psicológico que ejercía sobre ella era a través de llamadas telefónicas en las que le preguntaba por detalles mínimos del apartamento. “¿Por qué se movió la cortina?”, decía, y ella no se explicaba cómo sabía estas cosas. “Seguro fue la brisa”, pensaba, porque ella no lo había hecho.

Poco a poco Matías sembró el miedo, la obligaba a repetir órdenes durante horas o le exigía que le pidiera permiso para buscar agua o ir al baño. Cuando Morella oía las llaves, que anunciaban la visita de él, la consumía viva el temor.

“El miedo es un elemento que no va a desaparecer porque el agresor siempre mantiene vivo el miedo, es su mecanismo de control, ese es su seguro de que la víctima no le va a reaccionar, ese miedo no se va a ir. A las mujeres víctimas de violencia les digo que tomen la decisión con el miedo, absolutamente vivo, porque es parte del día a día”.

“Mientras te aferres a esa horrible verdad, a lo que ese hombre te hizo vivir, tú vas a lograr que ese proceso de investigación corrobore que tu denuncia es cierta. Es un proceso largo, es agotador pero hay que hacerlo porque si uno se queda callado el que gana es él y uno nunca sabe cuándo a ellos se les va a acabar la paciencia”.

Hostigamiento por redes sociales

Morella se prepara para la apelación de la defensa de Matías Salazar. Los abogados tienen cinco días hábiles para este proceso. Pero no teme.

“En la audiencia ellos insistieron, siguieron pidiendo las pruebas, siguieron diciendo que era mentira y que ellos no entendían cómo yo estaba encerrada y los vecinos nunca me vieron la cara, y están sus testimonios”.

A través de las redes sociales cuentas anónimas descalificaron a Morella, a sus familiares y a los periodistas que dieron cobertura al caso. Con fotos y apodos, estas personas tildaron de delincuentes y cabecillas de banda a los reporteros que visibilizaron la denuncia.

Este hostigamiento ocasionó que Morella tema por su seguridad y la de su familia; por las redes sociales se difundieron fotografías de sus hermanas, sobrinos y sobrinas.

 

Por Agencia