viernes, noviembre 8

¿Miseria, rusos y gringos?

“No matéis! ¡No preparéis a los hombres a la destrucción y exterminio! ¡Pensad en vuestros hermanos que sufren hambre y miseria! ¡Respetad la libertad y dignidad de cada uno!”, Juan Pablo II.

No todo se ha dicho sino que apenas el show comienza a ganar espacios en los medios y redes sociales del mundo. Gringos y rusos ya mutuamente han venido gruñéndose y mostrándose los dientes en torno a la polémica del avance de los primeros en resguardo de Ucrania y de otras republicas exsovieticas que desean el tutelaje de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, pero desde el Kremlin no admiten nada de eso y, en contraparte, los camaradas, —sin pedirnos permiso a los venezolanos—, nos ofrecen como carne de cañón en una disputa donde no tenemos velas en un entierro ajeno, pero sí mucha destrucción, pobreza y atraso en nombre de una revolución socialista que ha sido una máquina de producir miseria y pobreza extrema que es confirmada por agencias de la Organización de Naciones Unidas, ONU, por demás muy agravada los últimos años de los 23 que cumple un modelo de dominio político, extremadamente populista, en la patria de Simón Bolívar.

La diatriba entre esos dos colosos, —rusos y norteamericanos—en manos de quienes está buena parte de la paz mundial no es cosa para no preocuparse. Contrariamente, no creo que se trate de un amague o un globo de ensayo que ha soltado Vladimir Putin, lanzando el balón del lado de la cancha de Occidente y más directamente contra la administración de Joe Biden, desde donde han recogido la esférica cautamente y replican que habrá respuestas “sorpresivas” en caso de que las tropas rusas invadan Ucrania y la anexen otra vez a su mapa geopolítico. No obstante, los herederos de Josep Stalin alegan que permitir que la OTAN siga extendiéndose a territorios de la antigua URSS, es como justificar que Norteamérica acepte sin mover un dedo que Texas, —alguna vez de soberanía mexicana—, sea emancipada,
anexada y entregada en sus manos al presidente Andrés Manuel López Obrador. En buen humor criollo la interpretación de los rusos es como decir que lo que es bueno para el pavo lo es para la pava. Pero en todo este asunto de alta política internacional, los venezolanos estamos algo así como el jamón y el queso en medio de dos rodajas de pan a punto de que nos peguen un mordisco. Dios nos libre si algún desquiciado, entre rusos y gringos, se le ocurre apretar algún botón.

A todas estas, los venezolanos observamos impávidos que desde Miraflores no sale humo blanco, sino más bien un frío silencio gubernamental de permanecer ciegos, sordos y mudos que es como para preocuparse cuando de lo que se trata es de un tema delicado. Salvo la declaración muy tímida del titular de la Defensa sobre la presencia de rusos en territorio venezolano, no ha habido una contundente respuesta o amague de cuidar las formas, al menos simulando un mínimo de respeto a la cacareada defensa de la soberanía territorial venezolana, después de la declaración del vicecanciller ruso, Sergei Ryabkov, en cuanto a su vocería como si se tratara de un funcionario rojo rojito de la Cancillería venezolana que pueda llevar a la instalación de tropas y moderno armamento militar de destrucción masiva en Venezuela —también en Cuba y Nicaragua— en dirección de tiro a Estados Unidos, cuando el lunes 10 último en Ginebra, afirmó que “no se puede confirmar ni excluir la posibilidad de que Rusia disponga infraestructura castrense en la región. Todo depende de las acciones de nuestros homólogos estadounidenses”.

A todo esto, analistas y dirigentes de la oposición seguros de no equivocar sus argumentos, creen que el tejemeneje, entre rusos y gringos, le cae al gobierno como anillo al dedo, en cuanto a que el impasse por Ucrania desvía la atención y presiones internacionales sobre las denuncias contra el modelo político que gobierna a Venezuela, donde a lo interno durante 23 años hemos pasado a tener estandares que nos colocan en los últimos lugares en cualquier actividad, digamos, de infraestructura, económica, sanitaria, científica, educativa o en las que nuestro país antes de la Revolución Bonita destacaba cuando éramos felices y no lo sabíamos.
Hoy tenemos la no agradable verdad de poseer el récord de ser el segundo país en todo el mundo, después de Siria, con más de seis millones de compatriotas migrantes que han huido de la tierra que los vio nacer buscando mejores condiciones de vida. Cual grifo de agua abierto, siguen saliendo a diario, previéndose que esa cifra pueda llegar a siete millones al finalizar 2022. Calidad de vida similar a la de Haití o naciones africanas es la que exhibe hoy esta tierra bendita de riquezas naturales como pocas del mundo, pero llena de miseria y extrema pobreza nunca vista en más de 200 años de vida republicana. Seguramente, en algo más de dos semanas, el gobierno nacional organizará a lo grande el 30 aniversario del 4 de febrero de 1992, cuando en verdad es la fecha de arranque de la destrucción de esta tierra que alguna vez fue calificada la Suiza de Suramérica, adonde llegó gente de muchas nacionalidades que contribuyó con el desarrollo de Venezuela que se ha visto truncado o detenido en más de dos décadas, cuando el populismo instalado en Miraflores ofreció un gobierno para los pobres y hoy miles de hombres, mujeres o jefes de familia cargan el peso sobre sus hombros de sangre, sudor y lágrimas para sobrevivir y garantizar la alimentación en el hogar donde la “soberanía alimentaria” del gobierno ha sido un mal chiste vendido a la mayoría de venezolanos en hogares de desempleados o con sueldos y salarios miserables que los condena a pasar hambre pareja y para colmo con la amenaza de ser cazados por la Covid-19 que los mande a mejor vida. Qué decir de jubilados y pensionados contra quienes el populismo que ha cabalgado en Venezuela pareciera jurarles su desaparición. Los sobrevientes en Venezuela de la tercera edad en edad negra, —deberían ser de edad dorada—, están destinados a sucumbir, desaparecer y a ser cosa del recuerdo, pulverizados como alguna vez dijo el líder del 4F que haría cuando prometía desaparecer a los opositores a su modelo que inició en 1999 en Miraflores.

Lo cierto es que hoy a poco de llegar a 30 años de la célebre frase del “Por ahora” muchos venezolanos teniendo bien puestos los pies sobre la tierra, enamorados, cautivados y engañados en ese entonces, están desencantados y abrieron los ojos después de dos décadas de fábulas, mentiras y embustes como el despertar inimaginable del pueblo de Barinas. Millones han dejado de creer los cuentos de camino de un “gobierno revolucionario” convencido que con el pago de miserables sueldos y salarios, entrega de bonos y bolsas Clap —cuando llegan— ha resuelto la hambruna y la pobreza extrema que sus políticas económicas han creado. En contraste, luego de haber echado de una patada a los “imperialistas gringos” del territorio venezolano, la Revolución del Siglo XXI alentó la presencia de rusos, chinos e iraníes que nos coloca en una posición nada envidiable en la confrontación política en el ajedrez de las grandes potencias.

Por eso es que Vladimir Putín sacó, —digamos de algo así como un sombrero de mago—, el nombre de Venezuela para restregárselo en la cara a su par Joe Biden y amenazarlo con instalar algo del moderno arsenal bélico ruso aquí, pero la guerra que de verdad nos preocupa a los venezolanos es el “resuelve” cada vez que amanece para sobrevivir.

Por: José Aranguibel Carrasco / CNP-5003