Lejos del guacamole que seduce paladares durante el Super Bowl de fútbol americano, en Colombia la creciente producción de aguacate divide a cultivadores y ambientalistas.
El monocultivo provocó inundaciones en los cafetales de José Hernández, quien se niega a sembrar el «oro verde» como hicieron casi todos sus vecinos.
Desde lo alto de la montaña bajaron corrientes de agua que abrieron zanjas de hasta dos metros y destruyeron su parcela en Pijao, un municipio del departamento de Quindío (centro-oeste).
El campesino de 64 años perdió unas 4.000 plantas y culpa a las multinacionales de aguacate, que usan cantidades descomunales de agua y desvían los afluentes naturales.
«Veinte años de trabajo me los acabaron con esas aguas que me echaron encima«, protesta en conversación con la AFP.
Hernández es uno de los pocos lugareños que han «resistido» al avance del aguacate tipo Hass que crece en los campos de Colombia para ser exportado principalmente a Estados Unidos, Países Bajos, España y Reino Unido.
Sus dueños gozan especialmente en las semanas previas al Super Bowl, donde la salsa de aguacate es el alimento estrella de los televidentes.
Según el Ministerio de Agricultura, Colombia enviará a Estados Unidos 1.432 toneladas que se consumirán únicamente durante el partido del domingo entre los Philadelphia Eagles y los Kansas City Chiefs.
En 2021 el país exportó 97.000 toneladas de aguacate y tenía 55.000 hectáreas sembradas, siendo el tercer productor mundial detrás de México (2,3 millones) y Chile (186.000).
Mientras el presidente Gustavo Petro dice que «los aguacates son más importantes que el petróleo«, ambientalistas alertan sobre la contaminación que provocan en fuentes de agua, su invasión en áreas protegidas y el acaparamiento de tierras de campesinos que ceden ante ofertas de compra.
En 2021 la estatal Corporación Autónoma del Quindío, encargada de supervisar la conservación del medio ambiente, acusó a los aguacateros de «captación ilegal de agua«, «contaminación de fuentes hídricas» y «aprovechamiento forestal ilegal«.
Aguacate por café
Pijao, históricamente cafetero, hoy tiene 789 hectáreas de aguacate, 245% más de las que había hace siete años, según datos de la alcaldía.
Cuando el precio internacional del grano cayó, los agricultores encontraron allí un trampolín más rentable.
Diego Aristizábal, presidente de la Federación Nacional de Productores de Aguacate, reconoce que al principio las empresas extranjeras «desconocían» las normativas en «temas ambientales«, pero asegura que actualmente cumplen los parámetros.
Voceros de la industria se quejan de la «satanización» de la que son víctimas, cuando generan unos 26.000 empleos.
Pero un ingeniero agroindustrial, que habla bajo reserva por temor a represalias, sostiene que los afectados como Hernández pululan.
Los productores de aguacate «no solo han tapado los desagües que había para los predios de ellos, sino que han hecho que el agua pase por predios de los vecinos» y «eso causa una erosión«, perjudicial para otros cultivos, explica.
La activista ambiental Mónica Flórez estima que las multinacionales, en su mayoría chilenas, mexicanas y peruanas, empezaron a llegar a Pijao en 2017, casi en simultáneo al desarme de las FARC, la guerrilla que firmó la paz y estaba asentada en estas tierras.
«El cambio se ha visto en el uso del suelo, en el tema económico y en las afectaciones ambientales que las empresas han venido dejando«, sostiene la directora de la ONG Pijao Cittaslow.
En la cima más alta del municipio un páramo se achica ante la voracidad del aguacate. En este frágil ecosistema nace el agua y crece la palma de cera, una especie nativa de los bosques de Los Andes en peligro de extinción.
Bultos de pesticidas delatan las malas prácticas que «interrumpen el ciclo» del páramo, de donde brotan dos ríos, lamenta el ingeniero.
«Encerrados»
Las rutas del aguacate mexicano están minadas de violencia, narcotráfico y deforestación. En Michoacán, la huerta más grande del fruto, el crimen organizado saca tajada del negocio mediante robos, secuestros y extorsiones.
Chile vive un boom del «oro verde» que se extiende por tierras áridas a costa de un déficit de agua cada vez más grave.
Y en Colombia, el conflicto armado se suma al explosivo cóctel.
Investigadores de la Universidad de Wisconsin y el King´s College de Londres relacionan la expansión del aguacate con la huida de pequeños agricultores de sus fincas en un país donde la distribución desigual de la tierra atraviesa medio siglo de violencia.
Hernández jamás volvió a saber de sus antiguos vecinos.
Los poderosos aguacateros quieren «sacar corriendo a la gente«, deplora.
La ambientalista Flórez sostiene que son pocos quienes «resisten a las presiones industriales» y los demás se «están quedando encerrados«.
Mientras tanto, el paisaje cafetero, reconocido por la UNESCO, se va desdibujando. El tercer productor mundial del grano tuvo en 2022 su peor cosecha en casi una década.
«Lo que terminan haciendo los campesinos es estar en un vaivén«, resume Flórez.
Por: Agencia