En la película alemana estrenada en el 2008. La ola (Die Welle), un carismático profesor de una secundaria a regañadientes, acepta dar una clase sobre la autocracia. Sus jóvenes estudiantes se burlan del fanatismo de obediencia enceguecida en la Alemania nazi de Adolfo Hitler. Todos coinciden que es imposible que algo así pueda volver a suceder en el país teutón. El profesor propone un experimento al salón de clase sobre el funcionamiento de los gobiernos totalitarios. Así con algunas ideas vagas sobre la disciplina y el sentido de comunidad, el educador termina convertido, en el líder de un movimiento real llamado La Ola, con el seguimiento enceguecida de los alumnos a sus afirmaciones y críticas, con saludo propio, con uniforme de un solo color, con slogans vacíos, con la creación de un logo. Los estudiantes empiezan a espiarse entre sí. A excluir y perseguir a todo pensamiento distinto al del grupo. Por cierto que aquí llevamos más de 20 años con las consecuencias de un experimento muy parecido. Porque al contrario del mundo del cine, cualquier semejanza o parecido con la realidad no es ninguna coincidencia o casualidad.
Porque a veces siento que estoy viviendo en un país de zombis, dónde el ser o no ser de nuestra venezolanidad parece haberse reducido a irse por los caminos de la aventura extrema o quedarse a aguantar las pelas de la cotidianidad.
Una sociedad inmensa en un perenne experimento parloviano del estímulo y la respuesta. Es una gestión que permanece victoriosa por la siembra de pequeñas y grandes derrotas en el camino diario de los habitantes de esta tiranía de la costumbre. Siempre provisto por la excusa de algún culpable de nuestras desgracias para crucificarlo cada semana.
Es que hemos institucionalizado que un escándalo solo se puede ocultar con otro escándalo. Así hemos asistido a las exequias de nuestra propia capacidad de sorpresa.
Y por supuesto, ese arte de la promesa anual del caratablismo oficial con aquello de: “Todo está mejorando, a pesar de los sabotajes, guerras económicas y las malas intenciones ahora sí. Ahora sí es verdad que alcanzaremos el bienestar y la solución de todos nuestros problemas…No tengan dudas de que eso lo vamos a lograr desde el año que viene”.
Siempre me pregunto en que momento nos perdimos y caímos en esta especie de tragedia vernácula producto de la insensatez de un resentimiento de dimensiones épicas.
Quizás, ahí está el detalle, como en la película mexicana del mismo nombre, como decía ese filósofo de la tautología llamado Mario Moreno, “Cantinflas” cuando trataba de esclarecer ante un jurado su inocencia en un supuesto asesinato.
“¡Ahí está el detalle! Que no es lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”.
En un país alegre, acostumbrado a reírse de sus malos gobiernos, algo ha cambiado en el sentido de humor. Creo sinceramente que ahora somos más cuidadosos de qué o de quién nos reímos.
«Porque a la palabra pueblo la volvieron una parodia”, le oí decir a un pana desencantado del socialismo…hasta que lo nombraron ministro.
Recuerdo una obra de teatro donde se presentaba Cayito Aporte poco tiempo antes de su fallecimiento. Cayito cuya imitación del expresidente Carlos Andrés Pérez superó a la versión original, nos brindó un obsequio inolvidable al público que medio llenamos la sala. Al final de la obra, después de los aplausos Cayito emergió del fondo del elenco de la obra con su voz de tenor, a capella, cómo nos acostumbró a lo largo de muchas noches de lunes de la vida de unos cuantos venezolanos, empezó a cantar.
“Se va la audición. Que le vaya bien. Pedimos perdón por lo de recién…. Cantando muy bajito se va la cruzada…”.
Y recordé tanto. Recordamos mucho. Y por un momento sentí a plenitud el país que alguna vez fuimos.
Y es que nuestro pasado no es tan malo después de todo, como nos ha querido hacer ver una propaganda hegemónica con cuentos y mentiras de todos los calibres. Convertir en un perreo nuestra esencia y mejores recuerdos. Yo por mi parte seguiré ejerciendo mi derecho irrenunciable a la terquedad.
Sé que habrán mejores humores, aunque los oprimidos por la costumbre me digan que nada va a cambiar, esta es una nación condenada a la rochela.
Por: Amos Smith