«Salvaje no es quien vive en la naturaleza. Es quien la destruye.»
Jacques Cousteau
La historia no registra que después del 24 de Julio de 1.823 en las aguas del Lago de Maracaibo haya habido otra batalla, confrontación o guerra entre fuerzas militares, sino que esa fue la última que selló definitivamente la Independencia de Venezuela, de la que se cumplirán 200 años el próximo lunes, día cuando conmemoraremos además el 240 aniversario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar.
Un día así, doscientos años atrás, la historia dice que por agua y tierra las fuerzas patriotas terminaron por desalojar el último reducto español que dominó a esta parte de la América, siempre guiados en ciudades, pueblos, caseríos, llanuras, sábanas, ríos o montañas por El Libertador Simón Bolívar, verdadero estratega y genio militar que nos otorgó la nacionalidad, siempre seguido y apoyado de valiosos oficiales criollos y extranjeros. Uno de ellos de su máxima confianza, el General en Jefe, Rafael Urdaneta Faría, hijo epónimo del estado Zulia.
Esa gran batalla escenificada en las cristalinas aguas del Coquivacoa nos reencuentra dos siglos después en otro momento muy distinto, sin galeones, carabelas, navíos, cañones, olor a pólvora o sangre, sino a putrefacción, descomposición y malos olores que emanan de sus contaminadas aguas, siempre inspiración de poetas, compositores, gaiteros y folkloristas.
Hoy en mala hora el lago enfrenta su propia batalla por sobrevivir y permitir que en su superficie o en lo profundo de sus aguas, continúe latiendo la vida de su flora y fauna. Triste es decirlo, pero muchas de sus especies han desaparecido y otras van camino a la extinción.
Es lamentable que zulianos y vecinos ribereños en Trujillo, Mérida y Táchira donde asimismo nacen muchos de sus afluentes, incluida Colombia, hayamos permanecido de espaldas al destino del lago más grande de Sudamérica y el décimo octavo en el mundo, siendo testigos mudos y cómplices silenciosos, cuando el daño ecológico quizá signifique cientos de años para su recuperación, si aún no es demasiado tarde.
El daño es evidente producto de más de cien años de explotación petrolera, descargas de hidrocarburos, industriales, agrícolas, petroquímicos, desechos de grandes barcos que surcan sus aguas y volúmenes residuales de ciudades sin ningún tipo de control, a pesar que Venezuela posee una de las mejores legislaciones mundiales en materia de protección ambiental, pero como el papel lo aguanta todo no ha habido en las últimas décadas voluntad política que le ponga el cascabel al gato.
En 2016 en la Asamblea Nacional hubo la discusión de una Ley Programa para el Saneamiento del Lago de Maracaibo y de su Cuenca Hidrográfica. No obstante ese otro recurso legislativo no pasó de ser otro intento «lleno de buenas intenciones» por iniciar el rescate del lago de Maracaibo.
Sin embargo, la iniciativa murió antes de nacer, perdiéndose tiempo y recursos quizá posibles en ese momento cuando existía la «chequera que caminada por América Latina» regalándole dólares a otros países. Eso hoy no es posible en un país quebrado y sin dinero.
Que suceda lo anterior no es extraño, así como tampoco leer o escuchar declaraciones de «políticos» ahora alarmados por el verdín de las aguas del lago. Sus manos las llevan a la cabeza «preocupados» cuando desde hace rato, mucho tiempo atrás, ONG, ecologistas y pescadores han denunciando la muerte lenta del que no es hoy un «hermoso lago» como le cantó alguna vez la desaparecida gaitera Gladys Vera.
Qué decir de las desafortunadas declaraciones, aún calientes del ministro para el Ecosocialismo, Josué Alejandro Lorca, cuando aseguró solo hace días que el verdín del lago «no representa emergencia alguna», que el lago está en “excelentes condiciones” y que su ecosistema estaba “saludable”.
Y como lo que está a la vista no necesita anteojos, podemos decir que el Lago de Maracaibo vive un estado agónico. La deuda de Venezuela y el Zulia es grande con él, porque de la riqueza de sus entrañas este país pasó de lo rural a lo urbano.
Desde 1958 cuando llegó el período democrático o en despectiva frase oficialista, la llamada IV República, nuestra nación inició el ascenso a una mejor calidad de vida de su gente y llenó el territorio de obras viales, educativas, sanitarias, deportivas, agrícolas, infraestructura hidroeléctrica, urbanismos, telecomunicaciones, red de servicio eléctrico y seguridad ciudadana.
En el ejercicio de mi profesión he sido testigo, —no me lo dijeron ni contaron—, que en la IV República, período del expresidente Jaime Lusinchi (+) y del exgobernador Omar Barboza Gutiérrez, respectivamente, la construcción de plantas de tratamiento de aguas servidas en las riberas del Lago de Maracaibo fue un esfuerzo planificado, responsable y serio por minimizar las descargas contaminantes al lago.
Los municipios Mara, La Cañada de Urdaneta, Miranda, Santa Rita, Cabimas, Lagunillas y Valmore Rodríguez fueron dotados de infraestructuras en favor de la descontaminación. En otros municipios la construcción de lagunas de oxidación a cargo de la Zona XV de Malariología y Saneamiento Ambiental –organismo desaparecido de un plumazo– dirigida por el ingeniero, Orlando Parra (+), permitió la solución de las descargas de aguas contaminadas que eran lanzadas a ríos y de allí pasaban al inmenso Coquivacoa.
¿Siguen funcionando y han construido otras?. La respuesta es no. En el caso de Maracaibo, la gran Planta Norte que poco le faltó a su culminación iniciada por el expresidente Rafael Caldera, dirigida a limpiar las aguas servidas de esa zona de la ciudad, la Revolución del Siglo XXI no la terminó y hoy es otro monumento a la destrucción, desidia y abandono.
El Iclam cuando era el órgano rector en materia ambiental lacustre tuvo en su dirección a un gran defensor del Lago de Maracaibo en la persona del ingeniero Nerio Adriana Rosales (+). Hoy esa institución está más subordinada a la línea política de la Revolución que a cumplir su papel estelar de aliado del Lago de Maracaibo.
Lo cierto es que desde la instalación en 1999 del chavismo en Miraflores, el lago ha tenido más verdugos que amigos. Otra evidencia es que las plantas de tratamiento de aguas servidas, construidas en la década de los ’80 por el Estado venezolano, hoy están abandonadas, destruidas y desvalijadas. Salvo la que tiene funcionando el bombeo de aguas putrefactas, caso de Santa Rita, esas descargas son licuadas y vertidas al estuario.
No descubro, digamos, el agua tibia, pero otro factor peligroso, enemigo mortal, ha sido el deterioro de PDVSA, llevada por la corrupción a su destrucción y administrada por una mala gerencia que descuidó programas de mantenimiento, reemplazo de tuberías, estaciones y piezas que forman las autopistas que no vemos por donde circula el petróleo extraído. Observar en las redes sociales videos de equipos dañados expulsando sin control petróleo al lago, infartaría a los patriotas que hace 200 años batallaron para darnos la libertad.
Duele decirlo, pero la salud del lago es poco o nada prioritaria para el gobierno de Miraflores. No le ha importado, interesado o preocupado lo que afecta su destino. Por lo pronto seremos testigos del acto central del 200 aniversario de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, cuando el presidente Nicolás Maduro llegue a la ciudad y lo trasladen hasta La Vereda, donde estrenarán un gigantesco monumento e igual que las vías por donde pasará su caravana, están renovadas, arregladas y en óptimas condiciones de asfalto, iluminación, pintura y demarcación. Contrariamente, las plantas de tratamiento del lago están cerradas por falta de mantenimiento.
El mejor regalo para el Lago de Maracaibo habría sido que alguna de las plantas de tratamiento cerradas desde hace años, arrancaran el venidero lunes sus motores y ni una gota más de agua putrefacta caiga y abofetee el gentilicio que no sólo sus aguas representan para el Zulia, sino para Venezuela. La segunda Batalla del Lago, la de su propia existencia, ha comenzado dos siglos después. ¡Amanecerá y Veremos!.
Por José Aranguibel Carrasco/ Ilustración: Feyo