«Me gustaría saber que pasa en un libro cuando está cerrado. Naturalmente dentro solo hay letras impresas sobre el papel, pero sin embargo, algo debe pasar porque cuando lo abro, aparece de pronto una historia eterna».
Michael Ende.
La historia sin fin es un libro escrito por Michael Ende y adaptada en una película de 1984, dirigida por Wolfang Petersen. Parafraseando a ese poeta de la tautología que es Ricardo Arjona, es un libro dentro de un libro y una película dentro de una película.
Trata de un niño solitario que sufre de bullyng y que, perseguido por sus compañeros de clase, se esconde en una tienda de antigüedades donde encuentra un libro cuyo título se fusila de frente el nombre de mi artículo. Al leerlo se encuentra con la historia de un país llamado fantasía amenazado por un ente de oscuridad llamado: la Nada, que progresivamente está desapareciendo del mapa al territorio de Fantasía.
Para mí ha sido inevitable a lo largo de todos estos años que mis películas preferidas se conviertan en alegorías con este país anormalizado.
Recuerdo que el padre eterno de esta involución, levantada a fuerza de cursilerías, peluchitos y oropel solía denominar como a la nada a cualquiera que osara desafiar sus designios.
Demás está describir como la nada se tragó al país más prometedor de Latinoamérica.
Para explicar este singular fenómeno de nuestra actual realidad fantástica, hay otra forma de destrucción de la que no se habla y es igual de trágica. La de nuestro mundo interior.
Un principio que ha usurpado nuestra filosofía nacional que no es otra que la subordinación al beneficio. La exacerbación del: ¿Cómo voy ahí?
En La historia sin fin, la perdida de los recuerdos fortalecía a la Nada y aquí la historia se repiten la vida real, porque el que nada recuerda nada puede desear.
Así vemos como el vampiro bailarín que gobierna Carabobo a ritmo de Reguetón, alega una rumba como expresión de la salud mental. Claro que ese espejismo de Waikiki siempre saldrá más barato que arreglar un hospital y ganará el título antinobiliario de pajuo aguafiestas.
Pero como solía repetirme esa entrañable filosofía materna. Hay que saber de dónde se viene para saber adónde se va.
Es como aquella canción interpretada por Mercedes Sosa y Fito Páez llamada Inconsciente Colectivo. “Pero a la vez existe un transformador que te consume lo mejor que tenés te tira atrás te pide más y más. Y llega un punto en que ya no querés”.
Así que estamos viviendo la escasez de imaginación en un mundo real donde no se crea, ni se sueña.
Espero que está amnesia nacional pueda algún día vencer está epidemia de conformismo y miedo. Que está historia tenga fin. Por fin.
Nunca dejare de creerlo.
Por: Amos Smith.