domingo, diciembre 22

La Guajira, el departamento colombiano donde el «hambre se volvió paisaje»

Isabel y María Jusayú son dos hermanas de la etnia wayuu que llegaron al desértico departamento colombiano de La Guajira desde Venezuela pensando que tendrían un futuro mejor, con trabajo y alimento para sus hijos, pero se toparon con otra realidad: falta de oportunidades, hambre, sequía y el abandono estatal que las ha llevado a vivir sin nada.

La Guajira, donde han muerto 21 niños por desnutrición en lo que va de año y el hambre «se volvió paisaje», y el Chocó, son los departamentos con más muertes por desnutrición infantil en el país, aunque el hambre es una realidad que se encuentra en cada rincón de Colombia.

«Cuando conseguimos medio kilo de arroz no nos toca comer a nosotros los mayores, dejamos de comer para que los niños se alimenten perfectamente», cuenta en una entrevista con Efe Isabel, rodeada de los hijos de ambas en una pequeña construcción donde, por las noches, duermen siete personas.

A pesar de la situación, Isabel y María, que van a comer un plato de arroz con frijoles, su único alimento del día, no se plantean volver a Venezuela porque en Colombia «los niños están estudiando», reciben una «mejor educación», a pesar de que a veces tienen que faltar a clase para ayudar a sus mamás a lavar ropa para conseguir comida.

Territorio sin fronteras

En La Guajira, en el extremo norte del país, la situación se ha agravado en los últimos años con la llegada de wayuus que residían en Venezuela y huyeron con la profundización de la crisis. Para ellos existe un solo territorio, no hay fronteras, por lo que transitan entre Colombia y Venezuela como si fuera un mismo país.

En el municipio de Uribia centenares de wayúus que llegaron en los últimos años desde Venezuela se apoderaron de un antiguo aeropuerto que convirtieron en un asentamiento donde viven en condiciones infrahumanas.

En El Aeropuerto viven ahora casi 13 mil 500 personas, la mayoría de ellas mujeres que llegaron solas, cuenta a EFE Antonio José Jayariyu, que denuncia la falta de atención de las instituciones, especialmente las de salud, ya que muchas de las mujeres llegan embarazadas y no se les brinda seguimiento.

«Estábamos acostumbradas a la luz, al agua fría y cuando invadieron aquí (El Aeropuerto) comenzamos también a meternos», cuenta Isabel, que llegó a Colombia en 2018.

«Fue muy difícil: cómo conseguir para comer, conseguir una casa. Al principio comenzamos fritando arepitas y vendiéndolas por 500 pesos colombianos (unos 12 centavos de dólar), eso nos daba para comer diario», continúa Isabel, que añade que en ese entonces ella y su hermana estaban embarazadas «y era difícil conseguir trabajo».

Los wayuu también habitan las zonas rurales de La Guajira, donde se dedican al pastoreo y a la fabricación de artesanías, trabajos que, no obstante, no les alcanzan para sobrevivir, quedando usualmente a merced de la ayuda humanitaria que muchas veces no es suficiente.

En la enramada, el espacio comunitario de los wayuu de la comunidad de Ishamana, los niños dibujan lo que les gustaría tener: comida para perro, una cancha, un balón, una bicicleta, una casa o un jardín, mientras una nutricionista los mide para comprobar que no están sufriendo de desnutrición.

Luchando contra la desnutrición

El Banco de Alimentos de La Guajira ha desarrollado un modelo exitoso, centrado en los niños de menos de cinco años y sus madres, en el que hace un seguimiento exhaustivo de los menores para garantizar que no caen en la desnutrición y que tienen la talla que les corresponde.

Además de proporcionarles paquetes alimentarios, y en el caso de los niños que sufren desnutrición micronutrientes, la organización ha impulsado un programa de liderazgo desde el que en alianza con las mujeres wayuu venden sus tradicionales mochilas.

Ahora mismo atienden a más de 2.000 familias, tanto en zonas rurales como en la propia Riohacha, capital de La Guajira, entre ellas a la de Wilmer, un niño de siete años con la estatura y talla de uno de tres.

Wilmer y sus nueve hermanos tienen desnutrición crónica, al igual que su mamá y probablemente sus hijos, y es algo de lo que nunca se recuperarán, explica el director de la Asociación de bancos de alimentos de Colombia (ABACO), Juan Carlos Buitrago, quien agrega que ya es «una enfermedad irreversible».

Signos de la desnutrición

Para identificar la desnutrición, «lo primero es hacer un diagnóstico y tamizaje nutricional donde se tiene en cuenta el peso, la talla y el perímetro braquial», e identificar signos como «el cabello despigmentado, zonas de alopecia o aspecto de ‘viejito'», cuenta a EFE Atenas Urdaneta, nutricionista del equipo del Banco de Alimentos que recorre las comunidades haciendo seguimiento.

Semanalmente visitan las comunidades adheridas al programa para hacer seguimiento a los menores: si no cumplen con las metas establecidas y persiste la desnutrición, se suspende el programa de tamizaje, en una manera de incentivar a las madres a que sigan el tratamiento de micronutrientes.

Y aunque «se ponga remedio», los niños «nunca van a llegar a desarrollarse como un niño normal», lamenta Urdaneta. La desnutrición crónica es una enfermedad que retrasa todo el desarrollo cerebral, cognitivo y emocional.

Cuando el Banco de Alimentos encontró a Wilmer en la comunidad Witka no hablaba, ahora puede comunicarse y hasta sonríe.

Y mientras las organizaciones llegan hasta las partes más recónditas de La Guajira, la institucionalidad tiene una deuda pendiente con las comunidades wayúu, donde el hambre «se volvió paisaje», en palabras de Buitrago, y los niños siguen muriendo por desnutrición.

Por: Agencia