La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) advierte que “los sistemas agroalimentarios siguen siendo muy vulnerables a las crisis y perturbaciones derivadas de los conflictos, la variabilidad del clima y los fenómenos climáticos extremos y la contracción económica”.
¿A qué se refiere? A las proyecciones de cambios en los patrones de lluvia, al posible aumento de la temperatura de al menos 2,5° y a la intensificación de eventos climáticos que podrían incidir en las siembras y cosechas, traer nuevas plagas, influir en los conflictos por la tierra e impactar en la productividad de nuestros campos y en el precio y consumo de nuestros alimentos, publicó El Pitazo.
El Banco Mundial instaba en junio de 2023 a “adoptar medidas urgentes para combatir todas las formas de malnutrición, en particular medidas climáticamente inteligentes”. En sintonía, la organización internacional Acción contra el hambre propone la agroecología, la agrosilvicultura o incluso la hidroponía como medio para “la implementación del derecho a la alimentación, proporcionando nuevas bases para un sistema alimentario sostenible, una agricultura resiliente y una buena nutrición”.
Y no hablamos de un futuro lejano. Acción contra el hambre asegura que “el cambio climático ya está teniendo un impacto importante en la seguridad alimentaria y los medios de vida de un gran número de pequeños productores. Actúa como un factor agravante en áreas que ya son extremadamente vulnerables y pueden exacerbar las tensiones entre comunidades cuando el acceso a los recursos naturales es una cuestión de supervivencia”.
Sí, el cambio climático podría afectar nuestra seguridad alimentaria, provocar hambre; y en el camino afectar también nuestro patrimonio culinario, no menos importante si consideramos que forma parte de nuestra identidad.
“Los productos de la tierra y las cocinas locales comparten tanto su singularidad como una complejidad que se deriva de referirse, simultáneamente, a prácticas y técnicas vivas, por un lado, y a las identidades, a lazos afectivos y a preferencias gustativas específicas por otro”, reflexiona el catedrático Xavier Medina, de la Universitat Oberta de Catalunya.
No por nada, desde hace poco más de una década, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) comenzó a incorporar propuestas culinarias como Patrimonio Cultural Inmaterial. “Su salvaguarda afecta a las comunidades y colectivos que sustentan ese patrimonio; a formas de vida y de organización social; a la permanencia de muchos individuos en sus lugares de origen; a ecosistemas amenazados y espacios naturales con un alto valor patrimonial; y a la diversidad genética y cultural de la alimentación”, reitera Medina.
Por ello, pensar que en Venezuela pueda caer la producción de arroz o maíz, que en Colombia se pueda ver afectado el frijol, que en Bolivia se cosechen menos hortalizas o que en Panamá la caída del trabajo en los campos fomente una mayor importación y aumento de precios, no solo representa un peligro para nuestra capacidad de alimentarnos de forma óptima, sino también un riesgo para la protección de nuestra cultura.
Por: Agencia.