viernes, noviembre 22

Entre Miggy y su mamá: “Bateo más que tú”

Cuando Miguel Cabrera llegó a 3,000 hits hace un par de semanas, el listado de “clubes” a los que se sumó el venezolano parecía interminable. Trigésimo tercer jugador y sexto latinoamericano con tal cifra de imparables; séptimo con 3,000 incogibles y 500 jonrones; único hombre con 3,000 hits, 500 bambinazos y una Triple Corona; tercer miembro junto a Willie Mays y Hank Aaron de la cofradía de bateadores con al menos 3,000 hits, 500 jonrones y un promedio de .300 o mejor. Y la lista sigue.

Pero más allá de todos esos números y récords, el sencillo al jardín derecho que le conectó a su compatriota Antonio Senzatela de los Rockies le sirvió a Cabrera para conseguir otra cosa. Tras 20 años en las Grandes Ligas, finalmente terminaba una disputa más vieja que su carrera profesional, un tema de conversación que nació como una fuente de motivación y que todavía le saca risas a él y a sus seres queridos: ser reconocido como el mejor bateador de su familia, reseña un trabajo especial el portal Las Mayores.

Ese título, aunque no lo registren los libros de récords oficiales, le perteneció todo este tiempo a su mamá, Gregoria Torres. O al menos eso le ha dicho ella a Miguel desde que era un adolescente.

“Siempre me ha dicho que ha bateado más que yo”, reconoció Cabrera recientemente vía Zoom. José Miguel Cabrera padre confirmó la versión desde su casa en Maracay, la ciudad donde nació y creció el toletero de los Tigres de Detroit. “Una vez le dijo, ‘Si quieres bateo yo por ti”, contó el papá.

¿Se lo dijo cuando Miguel era todavía un muchacho?

“No, grande, ahorita en Grandes Ligas”, aclaró el papá. “Eso creo que fue el año pasado. Pura echadera de broma”.

Pero no más. La monarca, que forjó su propio nombre en el diamante como miembro de la selección venezolana de sóftbol femenino y de distintos combinados estatales de Carabobo, Aragua y Lara, ya entregó el trono. Se lo reconoció ella misma a Miguel durante esos días que pasaron juntos en Detroit, mientras esperaban el ansiado hit 3,000.

“Hablamos de eso, de que ahora no, ahora batea él más, porque meter 3,000 hits hay que tener corazón, eso no es fácil”, dijo la madre del cuatro veces campeón bate y dos veces Jugador Más Valioso de la Liga Americana. “Ya no se lo digo. Es que nadie, no se le puede decir eso. Ya no se le puedo decir”.

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“Antes sí, a cada momento se lo decía, que yo bateaba más que él, que yo era mejor que él, cosas así”, continuó Goya, como le dicen sus allegados. “Pero uno lo hace más que todo para motivarlo, pues, y a él le gusta eso, él se alegra. Cuando uno le habla así, él saca su sonrisa, se alegra. A él le gustan esas cosas”.

Cabrera siempre vio en aquel contrapunteo de palabras con su mamá eso mismo, una forma de impulsarse. “Llevamos una buena relación con eso”, contó el toletero. “Me gusta, me gusta que me diga mis cosas, que siempre busque la manera como de motivarme. Es una de las primeras personas que me critica cuando no bateo. Ella siempre ha sido fuerte conmigo a la hora de cuando voy a jugar pelota».

Las bromas van y vienen de un lado a otro. Hace un año, en un mensaje del Día de las Madres que publicó en su cuenta de Instagram, Cabrera no dejó pasar la oportunidad:

 

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Como Cal Ripken Jr.

Miguel Cabrera no recuerda haber visto mucho a su mamá jugando sóftbol, aunque sí la acompañó a distintos torneos. “Él compartió momentos conmigo cuando estaba pequeño”, mencionó la madre. “Tengo una foto cuando jugaba con la selección de Carabobo y estábamos en Cabimas, y él aparece ahí en el medio. Tenía tres años. Me la mandaron en estos días que dio el hit 3,000”.

Cuando aquel pequeñito, ya más grande, empezó a mostrar su talento y amor por el béisbol, Gregoria decidió que era hora de dejar el terreno y enfocarse en sus hijos, Miguel y Ruth.

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“Me dije: ‘O juego yo, o juega él’”, rememoró la señora Torres. “Lo hice para dedicarme más a él. Ya tenía siete años y la niña ya tenía tres. Era un poco más problemático, pues”.

Atrás quedaban 14 años de carrera con la selección de Venezuela, incluyendo una participación como tercera base y receptora en el Mundial de Sóftbol Femenino de Taiwán en 1982, un año antes de que naciera Miguel. “Ahí quedé en el equipo Todos Estrellas”, mencionó orgullosa.

Germán Robles fue el scout de área de los Marlins que en su momento llamó la atención de sus jefes para avisarles por primera vez de un joven prodigio llamado José Miguel Cabrera al que tenían que ver. Terminaron firmándolo el 2 de julio de 1999 por US$1.8 millones. Él también vio jugar sóftbol a Goya, pariente lejana suya y a quien conocía de toda la vida en el barrio La Pedrera de Maracay.

A los Torres les corre el juego de pelota por la sangre. La casa de la familia linda con un campo de pelota donde su hermano David, ya fallecido y considerado el primer maestro de Cabrera, tenía una escuela de béisbol menor. David y José, su otro hermano, jugaron a nivel profesional. Sus hermanas María, Bertha y Juana también jugaban sóftbol.

“Era como ver a Cal Ripken Jr. en tercera, con el bate de Miguel”, describió Robles a Gregoria vía telefónica desde Valencia, donde ahora trabaja como supervisor de scouts para Venezuela de los Nacionales. “Era muy buena. Buenas manos, tremendo brazo, poder. Una mujer fuerte, decidida. Tremenda atleta”.

“Goya bateaba mucho”, añadió Cabrera padre. “Primero fue segundo bate y shortstop, pero después agarró fuerza y bateaba de tercero o cuarto en la selección”.

Si le preguntan a la señora Torres qué tipo de bateadora era, si una de poder o de habilidad para dejar promedios altos, responde con una mezcla de confianza y picardía: “Bueno, las dos cosas. Por eso es que yo le decía a Miguelito que bateaba más que él”.

Goya tenía, en otras palabras, autoridad de sobra para hablar y opinar de béisbol. Todavía lo hace, aunque advierte que ya con Miguel trata de no adentrarse en cosas técnicas.

“A veces uno le dice: ‘Oye papá, te están pichando afuera, muy afuera está cayendo la bola’. Pero eso es otra cosa. Tú no le puedes decir a Miguel, ‘levanta el brazo, estás dejando el bate abajo’. A Miguel no le puedes decir eso. No se puede, porque estás diciéndole a uno de los mejores bateadores del mundo cómo va a batear. Él está mejor para aconsejar”.

Preparando a Miguel

Con Miguel decidido a enfocarse en el béisbol, el plan original de los Cabrera era que su tío David se encargara de terminar de prepararlo para firmar con una organización de Grandes Ligas. Su muerte interrumpió todo. Gregoria y José Miguel padre decidieron inscribir al entonces joven de 14 años en un equipo en Cagua, una pequeña ciudad cercana a Maracay, y tomar el control de su preparación y su representación. Nada de academias, ni agentes. Eso sí, con la misma condición de siempre: era fundamental que siguiera estudiando y se graduara de bachiller.

“Gracias a Dios, él hacía mucho caso”, acotó la madre. “Y el carácter de nosotros era fuerte. Llegaba del colegio y lo primero que hacía era la tarea para poder ir a practicar, porque si no, no iba”.

Robles vio de cerca todo lo que hicieron Gregoria y José Miguel padre para asegurarse de que a Miguel no le faltara nada y pudiera hacer los viajes con los distintos seleccionados estadales y nacionales en los cuales participó.

“Fueron muchos sacrificios”, aseguró el cazatalentos. “Yo recuerdo que Goya vendía artesanías, hacía rifas. El papá todo lo que ganaba arreglando carros lo guardaba para que a Miguelito no le faltara nada. Eso tiene bastante valor, porque de verdad su papá y su mamá siempre estuvieron encima de Miguel y de Ruth”.

Cabrera fue dirigido por su padre en distintas categorías a lo largo de su niñez y adolescencia. También era normal ver a su mamá en los viajes de las selecciones a las que perteneció.

“De hecho, muchas de las prácticas de Miguelito, cuando Miguel iba para las selecciones, las hacía su mamá, que andaba con él”, dijo Robles. “Le bateaba rollings, le lanzaba práctica de bateo, junto con su papá”.

Nadie recuerda la fecha exacta, pero sí que fue antes de la firma de Cabrera con los Marlins, probablemente después de uno de esos pocos juegos en los que a “Migue” no le había ido bien, cuando Gregoria le dijo por primera vez a su hijo que ella era mejor bate.

“Eso siempre era en el buen sentido de la palabra, se lo decía como para que bateara”, enfatizó el padre. “Fueron muy pocas veces, porque él en las competencias siempre se destacaba”.

Pero aquello se quedó como un juego de palabras entre ellos, un juego que se extendió por las ligas menores y las Grandes Ligas. Un asunto entre un hijo y su mamá. Un mundo al que nadie más podía entrar. ¿O es que podía haber otra persona capaz de decirle a Miguel Cabrera que bateaba más que él? “Nadie, nadie”, dijo su papá.

El regalo perfecto

Como buena madre, Gregoria siempre ha estado orgullosa de su muchacho. Pero reconoció que la espera por el icónico batazo y todo lo que representaba una cifra de esa magnitud, “te emociona más”. Algo similar había pasado con el jonrón 500.

Cabrera notó lo feliz y emocionada que estaba su mamá esos días que pasaron juntos en su casa en Detroit.

“Más orgullosa no creo que se pueda sentir, porque en realidad lo vi en los últimos días en su cara”, dijo Cabrera. “Vi lo emocionada que estaba, cuando le salían sus lágrimas. Es algo que a mi principalmente me llena de orgullo, porque todo lo que me enseñó, todo lo que hizo para sacarme adelante, dio sus frutos.»

Por eso fue tan especial para Cabrera el abrazo con su esposa Rosangel, sus dos hijos y su mamá en el terreno después de dar el histórico batazo. Sólo le faltó su papá, que no pudo viajar desde Venezuela mientras espera por una nueva visa. “La familia es todo en la vida de uno”, resumió lo que sentía.

“¿Orgullosa?”, repreguntó doña Goya. “Eso no tiene palabras. No encuentro como explicar tanta alegría, tanta emoción, son tantas cosas juntas. Es demasiado. Yo me siento demasiado, demasiado, demasiado orgullosa de mi hijo”.

Está tan agradecida con la vida que a veces, sin saber por qué, se pone a llorar en su cuarto. Son lágrimas de felicidad, eso sí: “Le digo a Dios que gracias, gracias, porque a veces no hay palabras”.

Con los Tigres de gira esta semana, Cabrera no podrá pasar el Día de las Madres con su mamá, que se quedó en Miami. ¿Tenía preparado algún regalo especial para ella o el hit 3,000 ya es más que suficiente?

“No, a su mamá uno nunca se va a cansar de regalarle, es lo más grande que uno tiene en su vida después de los hijos”, comentó Miguel. “Siempre estaré agradecido con ella toda mi vida. Cada detalle, cada cosa que yo pueda darle, siempre se lo daré”.

Pero Gregoria Torres no pide más nada, salvo salud para su muchacho.

“Ya me dio el regalo”, recordó. “Ya me lo dio por adelantado”.

Pensándolo bien, quizás Miguel Cabrera consiguió mucho más de lo que parecía a primera vista el día que arribó a 3,000 hits en las Grandes Ligas. Sí, primero estaban todos esos récords. Y además terminó de asegurar su puesto como el mejor bateador de su casa. Pero también encontró, con aquel mismo batazo, el regalo perfecto para su mamá.

Por: Agencia