lunes, noviembre 18

El Tambor de Plástico

Desde hace un tiempo me despierta el sonido de un tambor con diversidad de ritmos. Un sonido inspirado, sin dudas en un estado de ánimo, donde predominan la gaita y la guaracha. Es un loco me dicen. Salgo a la calle y lo veo diagonal a mí, sentado sobre la jardinera de cemento cuadrada que rodea un arbolito reseco. Tiene la flaqueza de la pobreza extrema y la edad indefinible en una tez morena reforzada por la inclemencia del sol y en evidencia por el pavoso morralito tricolor a su lado en el concreto. Con su gorra celeste en reversa ejecuta con energético desahogo, una tamborera en un cuñete amarillo vacío de aceite que rodea con sus piernas.

Resulta que esta vida disparatada de los últimos años ha desviado con inusitada perversidad mis apreciaciones al ver una película. Si antes valoraba la fotografía, el guion y las actuaciones, ahora en mi mente se construyen inevitables analogías con este mundo multipolar que nos ha obsequiado la involución de esta comarca.

Gunter Grass, un escritor alemán, de origen polaco escribió: El tambor de hojalata, un clásico de la literatura alemana llevada al cine por Volker Schlondorff. Es la historia de Oskar, un niño que a sus tres años, recibe de su padre como regalo de cumpleaños un tambor de hojalata. Es el símbolo de la juventud que se niega a perder y que le acompañará el resto de su vida. Oskar se niega a crecer al ver el comportamiento de los adultos. Desde la pequeñez de su estatura es protagonista, narrador y observador en la gestación y auge del nazismo. Allí se mezcla el realismo mágico y la crudeza de la realidad para mostrar las dos caras del pueblo alemán. La de una sociedad impasible y silente ante la barbarie y la de una hegemonía totalitaria y despótica con invitación abierta a la complicidad

Oskar se convierte en un ser egoísta que se lleva por delante a su propia familia con la dualidad del pronazismo y el antinazismo.

Es la perdida de la inocencia en un contexto de destrucción y veo muchas similitudes. Pienso como se nos ha extraviado la inocencia colectiva todos estos años y ahora tentada por el espejismo de un país en vías de arreglo.

Pienso como nos ha invadido el escepticismo y como hemos aprendido a reírnos a carcajadas de nuestra tragedia nacional y creer que la resistencia extrema es parte de nuestra cotidianidad. Hoy sufrimos una escasez de memoria como Dory, la pecesita cirujano azul con pérdida de memoria a corto plazo compañera del pez payaso Nemo en la película animada de Disney.

Me pregunto qué pasará por la mente del tamborero de plástico. Seguramente es más feliz que cualquiera de nosotros y que un pensador de tantas pendejadas como yo.

Por: Amos Smith