Wu Di está casado, tiene un segundo hijo en camino, posee un apartamento en Pekín y un coche financiado con un empleo bien pagado en el sector tecnológico. A su manera, realizó el «Sueño chino«.
Incluso superó la barrera de las restrictivas normas de residencia de China para mudarse desde la provincia oriental de Shandong hasta la capital, cerca del barrio de clase media de Shangdi.
«Las cosas van bastante bien«, dice el hombre de 33 años con una sonrisa.
Su ascenso en la pirámide social de la bulliciosa y competitiva capital china ha ido en paralelo al liderazgo del presidente Xi Jinping.
Hace diez años que Xi desveló su «Sueño Chino«, una gran visión para restaurar la influencia global del país a través de un esfuerzo colectivo para la prosperidad, el poder y la gloria guiado por el Partido Comunista.
Entre sus logros destaca haber sacado a decenas de millones de la pobreza con una economía efervescente gracias a la tecnología, las cadenas de suministro industriales y la energía incansable de 1.400 millones de personas.
Esto trajo nuevas libertades y oportunidades a la población, así como desafíos inesperados para un partido que prioriza el control y su supervivencia.
«Cada uno tiene sus propios ideales, aspiraciones y sueños«, dijo Xi en un discurso el 29 de noviembre de 2012, poco después de convertirse en secretario general del partido.
«En mi opinión, realizar el gran rejuvenecimiento de la nación china es el mayor Sueño Chino«, afirmó.
Pero mientras el presidente se prepara para obtener un tercer mandato sin precedentes, algunos ven que este sueño se difumina.
Incluso en el apacible barrio de Shangdi, la ansiedad acecha detrás de los adornos de la opulencia.
Allí, los trabajadores se preocupan por el agotamiento laboral, el coste creciente de la casa y la crianza o la presión social para casarse. Todo ello en una economía lastrada por la pandemia del covid-19.
Las expectativas de futuro están cambiando, lo que puede tener implicaciones profundas para el poder en China. «La gente persigue cosas diferentes a lo que solía«, dice Anna Chen, de 29 años.
Cuentos tecnológicos
En la última década, enormes edificios de oficinas transformaron Shangdi de un suburbio ordinario a un lugar de referencia en el mapa tecnológico de China.
La zona está cercana a las ruinas del Antiguo Palacio de Verano destruido por soldados británicos en 1860, un recordatorio del «siglo de la humillación» de China ante las naciones occidentales que todavía escuece en Pekín.
Muchos de los nuevos residentes de Shangdi trabajan para gigantes tecnológicos como Baidu, Kuaishou o Didi Chuxing, empresas que dominan la vida diaria del país más poblado del mundo y que ahora superan a muchas de sus competidoras occidentales.
Con sus gafas con montura de alambre, camiseta oscura y pantalones deportivos, Sheldon Zhang, de 31 años, viste el uniforme de una generación de jóvenes profesionales tecnológicos que emerge como de las mejores educadas y más cosmopolitas de la historia de China.
Zhang dejó la universidad y cofundó una empresa emergente a los veintipocos años. Ahora es «arquitecto de experiencia de usuario» en una gran firma de internet, que juega con robótica e inteligencia artificial en un empleo para «el futuro beneficio de la humanidad«.
Lugares como Shangdi son ejes de impulso para la inteligencia artificial, la computación cuántica, los sensores y los chips informáticos destacados como esenciales para la próxima fase de desarrollo chino en el plan quinquenal del partido.
Pero desde la industria advierten de un «invierno» en el sector ante la campaña de Pekín para poner coto a estas grandes firmas temiendo que tengan demasiado poder sobre los consumidores.
El crecimiento de los ingresos de firmas como Alibaba y Tencent se desacelera y los despidos en el sector aumentan.
Y la economía de China creció solo un 0,4 % en el segundo trimestre de este año, su peor desempeño desde el comienzo de la pandemia.
«Sin una explosión en nuevas tecnologías, podemos empezar a desacelerar o retroceder«, dice Zhang.
Baño de realidad
Algunos ya sienten el frío invernal.
Li Mengzhen, especialista en estrategia en una plataforma de videos cortos, dice que los trabajadores del sector ya se autodenominan «obreros digitales«.
«Nuestra situación es bastante similar a los trabajadores migrantes de los 1990«, afirma la mujer de 27 años.
«Nuestros programadores son como la gente que trabajaba en las máquinas de coser o enroscando tornillos (…) Sus trabajos son fácilmente reemplazables«.
Aunque tiene un salario decente, teme que comprar una propiedad en Shangdi, donde los apartamentos fácilmente alcanzan los 100.000 yuanes (14.100 dólares) por metro cuadrado, estará siempre fuera de su alcance.
«Dejamos nuestros hogares para trabajar en Pekín (…) pero no podemos decir que seamos pekineses«, asegura Li.
Es un malestar que se extiende entre su generación. Muchos de ellos entran en una espiral de tedio y terminan en la contracultura del «no hacer nada«, abandonando este inacabable ciclo de trabajo persiguiendo las metas imposibles de la vida urbana.
La insistencia de China en la política «covid cero» ha recortado el crecimiento y hace todavía más difícil encontrar un trabajo, o incluso mantenerlo.
El desempleo joven en zonas urbanas ha concatenado máximos récord este año, alcanzando el pico en julio con casi un 20 % de la población entre 16 y 24 años sin trabajo, según la Oficina Nacional de Estadísticas.
Aun así, la nueva cultura urbana ofrece escapatorias.
En un café en el sur de Shangdi, Feng Jing explica sonriente que acaba de dejar su trabajo en una plataforma audiovisual para convertirse en instructora de yoga.
«Soy alguien que busca la libertad«, dice la mujer de 30 años. «No me siento atada al dinero o a otras ideas preconcebidas«.
Valores familiares
En el «Love Park» del distrito, los niños se persiguen entre risas, vigilados por estatuas de piedra con inscripciones del pasado comunista de China.
«Estabilizar el bajo nivel de natalidad, aumentar la calidad de la población recién nacida» entona un monumento dedicado a la política de planificación familiar que se impuso a finales de los 1970 para contener el crecimiento demográfico y prohibió a muchas familias tener más de un hijo.
El gobierno ahora anima a las familias a tener hasta tres hijos para revertir la crisis demográfica que puede obligar a las menguantes y agotadas nuevas generaciones a hacerse cargo de los costes de cientos de millones de ancianos.
Este puede ser el mayor reto del «Sueño Chino» y amenaza con condicionar el gasto estatal para ofrecer atención sanitaria y pensiones a los aproximadamente 400 millones de personas mayores de 60 años para 2040.
Si la tendencia continúa, la población china alcanzará su máximo al final de la década antes de entrar en un declive «sostenido», según la Academia China de Ciencias Sociales, vinculada al Estado.
Esto puede infligir «consecuencias sociales y económicas extremadamente desfavorables» al país, advierte.
Hasta ahora, los intentos de impulsar la natalidad con rebajas fiscales y reembolsos del coste del cuidado infantil han caído en saco roto.
«Un hijo ya es suficientemente caro«, dice un padre que no quiere ser identificado.
Otros cuestionan la necesidad de casarse o de tener hijos, una postura radical en una sociedad patriarcal donde existe una alta presión por empezar una familia.
Anna Chen dice que su objetivo es trabajar suficiente para viajar por el mundo y ayudar a sus padres en la vejez.
«Ya hay bastante gente en el mundo«, dice a AFP con un seudónimo para evitar represalias de su empresa. «Y en la forma en que se desarrolla la sociedad, puedes vivir bien sin matrimonio o hijos«, añade.
Construir el sueño para otros
En la sombra de un bloque de apartamentos de lujo, Wang Yufu, de 70 años, trata de escapar del calor de mediodía del verano de Pekín.
El anciano se mudó de la provincia oriental de Jiangsu a la capital más o menos cuando Xi desveló su «Sueño Chino«.
Alegre y discreto, dirige un equipo de trabajadores migrantes que cuidan de los espacios verdes de Shangdi. Gana unos 6.500 yuanes (917 dólares) mensuales, varias veces más que cuando llegó.
La rápida urbanización de China en las últimas cuatro décadas se debe a la mano de obra migrante. Los datos oficiales indican que hay unas 290 millones de personas desplazadas del campo a la ciudad, muchas de ellas dedicadas a construir la China moderna con empleos de bajos salarios.
Pero los estrictos requisitos de residencia y los hinchados costes de vida impiden a la mayoría asentarse en las ciudades que han ayudado a construir.
Terminada la pausa del almuerzo, Wang persuade a su equipo para volver a trabajar.
Para él, las cosas están mejor que hace una década, pero los grandes sueños siguen correspondiendo a los demás: «La gente como nosotros nunca podrá permitirse una casa aquí«.