
El papa León XIV declaró Doctor de la Iglesia a San John Henry Newman, una de las figuras más destacadas de la Iglesia Católica en Gran Bretaña y un teólogo brillante, además de converso del anglicanismo, uno de los más influyentes de los últimos siglos.
Al inicio de la Misa por la Solemnidad de Todos los Santos este 1 de noviembre, y en el marco del Jubileo de la Educación en el Vaticano, el Cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio de las Causas de los Santos, leyó la biografía de Newman y solicitó, junto al postulador, la declaración del santo converso como Doctor de la Iglesia, indica la nota de ACI Prensa.
A continuación, el Santo Padre leyó en latín la fórmula para declarar Doctor de la Iglesia a San John Henry Newman:
“Nosotros, cumpliendo con el voto de la mayoría de los hermanos en el Episcopado y de muchos fieles cristianos de todo el mundo,
por recomendación del Dicasterio de las Causas de los Santos, con conocimiento cierto y madura deliberación, y en virtud de la plenitud del poder apostólico, declaramos a San John Henry Newman Doctor de la Iglesia Universal. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
El Vaticano había informado de esta declaración el pasado 31 de julio, en una audiencia del Papa León con el Cardenal Semeraro.
San John Henry Newman: Inspiración para las nuevas generaciones
“En esta solemnidad de Todos los Santos, es una gran alegría inscribir a San John Henry Newman entre los doctores de la Iglesia y, al mismo tiempo, con motivo del Jubileo del Mundo Educativo, nombrarlo copatrono, junto con Santo Tomás de Aquino, de todas las personas que forman parte del proceso educativo”, dijo el Papa León al iniciar su homilía.
“La imponente estatura cultural y espiritual de Newman servirá de inspiración a las nuevas generaciones, con un corazón sediento de infinito, dispuestas a realizar, por medio de la investigación y del conocimiento, aquel viaje que, como decían los antiguos, nos hace pasar per aspera ad astra, es decir, a través de las dificultades, hasta las estrellas”, subrayó el Santo Padre.
¿Qué es un Doctor de la Iglesia?
El título de Doctor de la Iglesia reconoce a los santos hombres y mujeres, canonizados, que tienen un conocimiento profundo, fueron excelentes maestros y contribuyeron significativamente a la teología de la Iglesia Católica.
El título se ha concedido con tres requisitos: la manifiesta santidad del candidato afirmada por su canonización; la eminencia en doctrina, demostrada por haber dejado un cuerpo de enseñanzas con contribuciones significativas y duraderas en la Iglesia; y una declaración formal por parte de la Iglesia, por lo general de un Papa.
El último santo en ser declarado Doctor de la Iglesia fue San Ireneo de Lyon, con el título de “Doctor de la Unidad”, proclamado por el Papa Francisco en 2022.
Otros doctores de la Iglesia son Santa Teresa de Ávila, San Agustín, San Ambrosio, Santa Catalina de Siena, Santo Tomás de Aquino, Santa Teresita de Lisieux, San Antonio de Padua y San Francisco de Sales.
Con San John Henry Newman, los doctores de la Iglesia son ahora 38.
¿Quién es San John Henry Newman, el nuevo Doctor de la Iglesia?
John Henry Newman nació en Londres (Reino Unido) el 21 de febrero de 1801, fue primero presbítero de la Iglesia anglicana, hasta su conversión al catolicismo en 1845, consecuencia de su apertura a la verdad.
Como católico profundizó y contribuyó a la enseñanza de la Iglesia, gracias a su amplio conocimiento de la teología y a su aguda mirada evangélica sobre los tiempos modernos.
De joven estuvo vinculado al llamado Movimiento de Oxford, llegando a ser una de sus figuras más importantes, que aspiraba a que la Iglesia de Inglaterra volviera a sus raíces, lo que derivó en posiciones teológicas cada vez más cercanas al catolicismo y en el consiguiente deseo de sus miembros de incorporarse a la Iglesia Católica.
Después de concluir sus estudios en el Trinity College de la Universidad de Oxford, Newman fue ordenado presbítero de la Iglesia anglicana el 29 de mayo de 1825. Fueron dos décadas las que estuvo al servicio de dicha Iglesia, hasta que recibió la ordenación sacerdotal en la Iglesia Católica el 30 de mayo de 1847.
Newman fue el fundador del Oratorio de San Felipe Neri en Inglaterra y desarrolló una prolífica obra, escribiendo 40 libros y más de veinte mil cartas.
Fue creado cardenal por el Papa León XIII en 1879 y tomó como lema Cor ad cor loquitur (El corazón habla al corazón) como expresión de su experiencia de conversión, que es una “vuelta a casa”, un viaje a lo más íntimo del corazón, donde reside Dios.
El Cardenal Newman falleció en Edgbaston (Inglaterra), en 1890. Fue beatificado por el Papa Benedicto XVI el 19 de septiembre de 2010. El Papa Francisco lo canonizó el 13 de octubre de 2019.
Sus restos reposan en el cementerio católico de Rednal en Birmingham.
Homilía del papa León XIV
El Papa León XIV pronunció la siguiente homilía en la Misa de la Solemnidad de Todos los Santos este 1 de noviembre en el Vaticano, en la que declaró Doctor de la Iglesia a San John Henry Newman.
A continuación el texto completo de la homilía del Santo Padre:
«En esta Solemnidad de Todos los Santos, es una gran alegría inscribir a san John Henry Newman entre los doctores de la Iglesia y, al mismo tiempo, con motivo del Jubileo del Mundo Educativo, nombrarlo copatrono, junto con santo Tomás de Aquino, de todas las personas que forman parte del proceso educativo.
La imponente estatura cultural y espiritual de Newman servirá de inspiración a las nuevas generaciones, con un corazón sediento de infinito, dispuestas a realizar, por medio de la investigación y del conocimiento, aquel viaje que, como decían los antiguos, nos hace pasar per aspera ad astra, es decir, a través de las dificultades, hasta las estrellas.
De hecho, la vida de los santos nos da testimonio de que es posible vivir apasionadamente en medio de la complejidad del presente, sin dejar de lado el mandato apostólico: «brillen como haces de luz en el mundo» (Flp 2,15).
En esta solemne ocasión, deseo repetir a los educadores y a las instituciones educativas: “brillen hoy como haces de luz en el mundo”, gracias a la autenticidad de su compromiso en la investigación coral de la verdad, a su coherente y generoso compartir, a través del servicio a los jóvenes, particularmente a los pobres, y en la experiencia cotidiana de que «el amor cristiano es profético, hace milagros» (cf. Exhort. ap. Dilexi te, 120).
El Jubileo es una peregrinación en la esperanza y todos ustedes, en el gran campo de la educación, saben bien cuánto la esperanza sea una semilla indispensable. Cuando pienso en las escuelas y en las universidades, las considero como laboratorios de profecía, en donde la esperanza se vive, se manifiesta y se propone continuamente.
Este es también el sentido del Evangelio de las Bienaventuranzas proclamado hoy. Las Bienaventuranzas traen consigo una nueva interpretación de la realidad. Son el camino y el mensaje de Jesús educador.
A primera vista, parece imposible declarar bienaventurados a los pobres, a aquellos que tienen hambre y sed de justicia, a los perseguidos o a los trabajan por la paz. Pero, aquello que parece inconcebible en la gramática del mundo, se llena de sentido y de luz en la cercanía del Reino de Dios.
En los santos vemos cómo ese Reino se acerca y se hace presente en medio de nosotros. San Mateo, acertadamente, presenta las Bienaventuranzas como una enseñanza, proponiendo a Jesús como Maestro que transmite una nueva visión de las cosas y cuya perspectiva coincide con su camino.
Las Bienaventuranzas, sin embargo, no son una enseñanza más, son la enseñanza por excelencia. Del mismo modo, el Señor Jesús no es uno entre tantos maestros, sino el Maestro por excelencia. Más aún, es el Educador por excelencia.
Nosotros, sus discípulos, estamos en su escuela, aprendiendo a descubrir en su vida, es decir, en el camino que Él recorrió, un horizonte de sentido capaz de iluminar todas las formas de conocimiento. ¡Ojalá que nuestras escuelas y universidades sean siempre lugares de escucha y de práctica del Evangelio!
A veces, los retos actuales pueden parecer superiores a nuestras posibilidades, pero no es así. ¡No permitamos que el pesimismo nos venza!
Recuerdo lo que mi querido predecesor, el Papa Francisco, subrayó en su discurso ante la Primera Asamblea Plenaria del Dicasterio para la Cultura y la Educación, que debemos trabajar juntos «para liberar al ser humano de la sombra del nihilismo, que es quizás la plaga más peligrosa de la cultura actual, porque es la que pretende borrar la esperanza».[1]
La referencia a la oscuridad que nos rodea nos remite a uno de los textos más conocidos de san John Henry, el himno Lead, kindly light («Guíame, Luz amable»). En esa hermosa oración, nos damos cuenta de que estamos lejos de casa, que nuestros pies vacilan, que no logramos descifrar con claridad el horizonte.
Pero nada de esto nos detiene, porque hemos encontrado la Guía: «Guíame, oh Luz amable, entre las tinieblas que me rodean. Guíame tú». Es tarea de la educación ofrecer esta Luz amable a aquellos que, de otro modo, podrían quedarse prisioneros de las sombras particularmente insidiosas del pesimismo y el miedo.
Por eso me gustaría decirles: desarmemos las falsas razones de la resignación y la impotencia, y difundamos en el mundo contemporáneo las grandes razones de la esperanza. Contemplemos y señalemos esas constelaciones que transmiten luz y orientación en nuestro presente oscurecido por tantas injusticias e incertidumbres.
Por eso los animo a hacer de las escuelas, las universidades y toda realidad educativa, incluso informal y callejera, los umbrales de una civilización del diálogo y la paz. A través de sus vidas, dejen que trasluzca esa «enorme muchedumbre», de la que nos habla en la liturgia de hoy el libro del Apocalipsis, «[…] imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas».
Y que «estaban de pie ante el trono y delante del Cordero» (7,9). En el texto bíblico un anciano, observando la muchedumbre, pregunta: «¿Quiénes son y de dónde vienen […]?» (Ap 7,13). En este sentido, también en el ámbito educativo, la mirada cristiana se posa sobre «estos […] que vienen de la gran tribulación» (v. 14) y reconoce en ellos los rostros de tantos hermanos y hermanas de todas las lenguas y culturas, que, a través de la puerta estrecha de Jesús, han entrado en la vida plena.
Y entonces, una vez más, debemos preguntarnos: «¿los menos dotados no son personas humanas? ¿Los débiles no tienen nuestra misma dignidad? ¿Los que nacieron con menos posibilidades valen menos como seres humanos, y sólo deben limitarse a sobrevivir? De nuestra respuesta a estos interrogantes depende el valor de nuestras sociedades y también nuestro futuro» (Exhort. ap. Dilexi te, 95). Añadamos: de esta respuesta depende también la calidad evangélica de nuestra educación.
Entre el legado perdurable de San John Henry se encuentran, en este sentido, algunas contribuciones muy significativas a la teoría y la práctica de la educación. «Dios —escribía—me ha creado para hacerle algún servicio definido. Me ha encomendado alguna obra que no ha dado a otro. Tengo mi misión. Nunca podré conocerla en esta vida, pero me será revelada en la otra» (Meditaciones y devociones, Madrid 2007, 225).
En estas palabras encontramos expresado de manera espléndida el misterio de la dignidad de cada persona humana y también el de la variedad de los dones distribuidos por Dios. La vida se ilumina no porque seamos ricos, bellos o poderosos. Se ilumina cuando uno descubre en su interior esta verdad: Dios me ha llamado, tengo una vocación, tengo una misión, mi vida sirve para algo más grande que yo mismo.
Cada criatura tiene un papel que desempeñar. La contribución que cada uno tiene para ofrecer es de un valor único, y la tarea de las comunidades educativas es alentar y valorar esa contribución. No lo olvidemos: en el centro de los itinerarios educativos no deben estar individuos abstractos, sino personas de carne y hueso, especialmente aquellas que parecen no producir, según los parámetros de una economía que excluye y mata.
Estamos llamados a formar personas, para que brillen como estrellas en su plena dignidad. Por lo tanto, podemos decir que la educación, desde la perspectiva cristiana, ayuda a todos a ser santos. Nada menos.
El Papa Benedicto XVI, con motivo de su viaje apostólico a Gran Bretaña en septiembre de 2010, durante el cual beatificó a John Henry Newman, invitó a los jóvenes a ser santos con estas palabras: «Lo que Dios desea más que nada para cada uno de vosotros es que os convirtáis en santos. Él os ama mucho más de lo que podéis imaginar y quiere lo mejor para vosotros». [2]
Esta es la llamada universal a la santidad que el Concilio Vaticano II convirtió en parte esencial de su mensaje (cf. Lumen gentium, capítulo V). Y la santidad se propone a todos, sin excepción, como un camino personal y comunitario trazado por las Bienaventuranzas.
Rezo para que la educación católica ayude a cada uno a descubrir su vocación a la santidad. San Agustín, a quien san John Henry Newman apreciaba tanto, dijo una vez que somos compañeros de escuela que tienen un sólo maestro, cuya escuela y cátedra están en la tierra y en el cielo respectivamente (cf. Sermón 292,1).
Por: Agencia

