sábado, noviembre 16

El odio no es lo más peligroso. Es la indiferencia

Acabo de ver un cortometraje hindú que no llega a los dos minutos de duración que ganó el Oscar en el 2020 y se llama. Sorry. En él un joven con audífonos en un centro comercial aborda un ascensor atestado de gente. El anuncio señala la palabra sobrecarga. Alguien tiene que abandonar el ascensor para que esté se active. Todos, empezando por el joven que fue el último en entrar, se hacen los locos. Todos se ven ansiosos pero nadie da un paso al frente en un incómodo silencio hasta que una niña en muletas lo hace y abandona el ascensor. La niña se sonríe con satisfacción mientras las puertas se cierran a sus espaldas. Otra metáfora sacada del cine para describir una epidemia tan peligrosa como el Covid-19.

Recuerdo también un capítulo de esa fuente inspiradora de la situación nacional que es la serie. La dimensión desconocida, dónde en una sociedad futurista al estilo de. 1984 de George Orwell las personas antisociales eran condenadas a sufrir la indiferencia del resto de la sociedad. En este caso un hombre sufre lo indecible en su invisibilidad ante la gente hasta que cumple su condena. Aprende la lección tan bien que ya libre, cuando le llega una mujer condenada a la indiferencia y le suplica llorando que le hable, el hombre le abraza y termina rodeado de máquinas voladoras que volverán a condenarle por hacer todo lo contrario de su anterior castigo.

Desde los tiempos de los virreinatos esta tierra de gracia ha sido un lugar indiferente, donde todo se construye en forma temporal, un campamento como el simulacro de un país del mientras tanto, como más o menos señalaba muy acertadamente José Ignacio Cabrujas.

Aunque el morocho del abasto cante que veinte años no son nada como me encantaría ver llegar a Carlos Gardel en la máquina del tiempo de H.G. Wells a la Venezuela de por estos días. Ustedes saben que nada es más trágico que la letra de un tango. Seguro que desplazaría por decreto a las urgencias de las alpargatas en el joropo.

En nuestra sociedad actual, dónde sale más caro el transporte y el almuerzo que el mínimo común múltiplo del salario mínimo, La indiferencia es la consecuencia  de la aniquilación de toda posibilidad de normalidad.

Cualquier disparate enunciado por la versión oficial pasa a formar parte de nuestra realidad asintomática. O sea que estamos jodidos y lo sabemos. Y nos hacemos los locos como el último ocupante que causa el sobrepeso en el ascensor y entonces terminamos siendo cómplices de algo así como un tiempo detenido.

Y aunque está ingobernancia se haya encargado de sembrar millones de hectáreas de odio, su mejor cosecha ha sido vivir a costillas de la indiferencia, porque si a nadie le importa lo que hacen, lo que deshacen o lo que no hacen ya esas justificaciones fantásticas para proyectar su propia decadencia en el perjuicio de una nación que no les importa mucho que digamos es un éxito del egoísmo.

Sin querer echármelas de Ismael Cala, solo les puedo decir que únicamente se puede vencer la indiferencia creyendo en algo o en alguien, o en ti mismo aunque sea.

Recuerdo la lucidez de mi madre cuando en medio de la desmemoria de su vejez un día me dijo.

 “ Lo bueno de perder la memoria es que terminamos olvidando aquellas cosas que hasta mejor es olvidar. Amorcito. Ya comiste?”.

Y que conste que mi mamá nunca escuchó a Ricardo Arjona o quizás también se le olvidó.

 

Por Amos Smith