lunes, diciembre 23

El Monólogo de María Pote

Es un lunes con el cielo muy nublado. Voy saliendo a la calle y mientras cierro la reja con las llaves escucho una voz de mujer muy dulce.

_ Señor puede decirme la hora por favor.

Sin mirarla aún veo mi reloj y me acuerdo que me lo puse con la pila vencida. Entonces busco mi celular en el bolsillo.

_ Son las ocho y cuarto señora- y entonces le miro. Ella me sonríe.

_ Como pasa el tiempo cuando el cielo está así. – Se queja- ¿parece más temprano de lo que es, verdad?

Ella lleva un gorro rosado tejido que fracasa en retener el desorden de su pelo rubio ceniza. Su vestido también rosado, aunque desteñido, sin duda de un pasado elegante.

Tiene en cada mano una gran bolsa de botellas de plástico vacías. En sus breves espaldas conviven dos morrales pequeños, dónde no puede faltar por supuesto, el aciago tricolor. Trato de adivinar su edad en su rostro indefinible y le calculo unos 65 años Está acompañada por un perro que me parece la mezcla de un rottwailer con krakry, fornido y negro de contornos amarillentos que mueve la cola brevemente y se nos queda observando con un rostro afable. Ella pone sus dos bolsas en la acera y saca una botella de chinotto y me la enseña.

_Cerraron dónde las vendía. Me dijeron que por aquí hay un sitio donde las compran. ¿Sabes a dónde?

Ante mi respuesta negativa ella me dice.

_Yo debo ser la única vieja en este país que no tiene pensión, pero yo nunca he dejado de trabajar.- me cuenta con un aire de emprendedora convencida.

_ Yo tuve unos hijos morochos que se fueron a vivir a los Estados Unidos. A veces me mandan dinero, pero la última vez, con quién me lo enviaron se comió la plata. Yo soy de La azulita en Mérida y jovencita me vine para este calorón.

_ Cuando mis morochos tenían como seis meses- rememora- una tarde le estaba haciendo las arepas al papá y lo encontré sentado frente a la mesa.

Estaba muerto. Recuerdo que en mi desesperación llegué corriendo a la PTJ que estaba en Cecilio Acosta. Fueron hasta la casa y me dijeron que había Sido un infarto. Me quedé sola con mis morochos y los eché pa’lante. Mi vida ha sido como la de una protagonista de novela, eso sí. Llevando palo desde el principio hasta el final. Sin el último capítulo cuando todo se arregla.

_ Se burlan mío en la calle los muchachos. A mí me dicen que soy una loca. Me llaman María Pote por las botellas. Yo sola levanté a mis morochos y ojalá que nunca vuelvan.

_ Ese perro mío tenía un hermano igualito a él y me lo envenenaron- recuerda con los ojos aguarapados.

_ Es la primera vez que lo veo y usted a mí y le digo. Esto no lo aguanta nadie. Ni yo que he pasado de largo por todas las dificultades de la vida que se pueda imaginar.

_ Ya sabe mijo. Mucho gusto. Yo soy María Pote y no soy ninguna loca, aunque a veces lo parezca.

Y la vi desaparecer junto a su fiel can, en la calle, en el reflejo invisible de un cielo nublado. A cada quién siempre le acompañan sus recuerdos. Su propia historia. María Pote. El gusto es mío.

Amos Smith