sábado, junio 1

El mínimo sentido de humor

Cómo solía decir el maestro José Ignacio Cabrujas en su placer culposo por el fracaso. ”El venezolano no asume la tragedia, porque la tragedia expresa la fe del hombre en sí mismo”.

Les confieso que a veces ser testigo de tanto fracaso me flaquea la fe. A veces cuando la valentía es medida con la temeridad de cruzar una selva inhóspita para ser un invitado coleado en el American way of life. Un sueño atenuado por ese gobierno modo cambalache de Biden.

Después de todo seguimos en un país que en vez de ser, termina solo pareciéndose, porque de verdad la normalidad se convirtió en una utopía.

Hay quienes piensan que podríamos encabezar el top ten de los países más felices del mundo, aún con el salario mínimo más insignificante de América latina. Un lugar al que se le da más valor a lo que hemos llamado la viveza criolla mucho más valorada por estos lares que un mínimo de sentido común.

Es como un compañero de trabajo que me llama pidiendo ayuda porque en su casa tiene a los hijos sin nada de comer. Pero déjenme transcribir su emoción y su agradecimiento

“Gracias hermanito por esa ayuda que me diste. Te tengo que contar el milagro que me ocurrió. Cuando iba al mercado pasé por el remate de caballos y tuve un presentimiento y le aposté a un caballo. Adiviná…gané. Es un verdadero milagro del cie….”

Vivos son los que de verdad saben adónde van. Vivos son los gringos, los japoneses, los españoles acostumbrados a que nada ni nadie les interrumpa el almuerzo.

He escuchado a un conectado en 220 decir que Europa es muy vieja y prefiere un centro comercial del imperio.

En este emporio de desatinos nada mejor que llenar de mitos nuestra historia. Tenemos el del Bolívar infalible y perfecto, siempre citable para los reescribidores de la ingesta de los hechos, así como también la villanización del Catire Páez como el destructor del sueño de la Gran Colombia, castigado con su expulsión del billete de veinte bolívares de nuestro colorido cono monetario.

Cuentan que una vez el historiador Juan Vicente González se encontró de frente a un adversario político que le dijo. _ Yo no le cedo la acera a un perfecto imbécil.

A lo que González se apartó diciéndole.

_ Pues yo sí.

Nada como la inteligencia. Pero me preocupa que la desmemoria oficial decrete un mínimo sentido de humor. Sería todo un detalle.

No es necesario estar loco para reírse solo.

Por: Amos Smith