Todas las obscenidades juntas o sus vicios en una orgia visual frenética en clave de comedia negra de la mano de un gran Director como Martin Scorsese. Los excesos sin fin alrededor del dinero, droga, sexo, alcohol y el manejo caótico de las pasiones humanas más irrefrenables. Sodoma y Gomorra nunca fueron destruidas en realidad por Dios. Tampoco el Diluvio bíblico logró su cometido y en el Apocalipsis, una renovación de toda la humanidad a través del hierro y fuego, está por verse.
“Quince codos más alto subieron las aguas, después que fueron cubiertos los montes.
Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había en la tierra, murió. Así fue destruido todo ser que vivía sobre la faz de la tierra, desde el hombre hasta la bestia, los reptiles, y las aves del cielo; y fueron raídos de la tierra, y quedó solamente Noé, y los que con él estaban en el arca. Y prevalecieron las aguas sobre la tierra ciento cincuenta días. Génesis 7.
El ascenso y caída de un corredor de bolsa excepcionalmente interpretado por Leonardo DiCaprio, en realidad un especulador financiero, de esos que se dedican a explotar las ilusiones de un enriquecimiento rápido y fácil sobre unas gentes tocadas por el desarreglo genético de origen que muy bien disecciona Erasmo de Róterdam (1466-1536) en su obra cumbre: “Elogio de la locura” (1511), es el punto de partida de ésta muy larga película de tres horas redondas y que los cines en su momento se dedicaron a cortar por razones comerciales haciendo espejo al mensaje de la película: para ganar plata, hay que engañar a la gente.
Esta es una película que pudiera clasificarse como pornográfica en un sentido estricto. Bajo el entendido que la pornografía es la repetición mecánica del acto sexual sin apenas variantes; un acto plano y sin trascendencia sentimental plena. Decimos esto porque su Director tiene la virtud de no moralizar sobre los hechos que va relatando: sólo los muestra junto a todo su frenesí y sin razón. Estos hijos del dinero para mantenerse “despiertos” necesitan estar “estimulados” las veinticuatro horas del día para engañar sus rudimentarios códigos éticos que en la práctica son un impedimento para hacer bien sus trabajos de estafar al prójimo.
Los protagonistas de la película fueron tocados por la gracia del dinero abundante y mal habido y desde entonces hicieron de las orgias, de todo tipo, su propia Iglesia y misas negras. El Diablo, inventor del dinero, yace complacido. Hay una frase de la película que es rotunda entre las ventajas de ser rico en vez de pobre aunque no se detiene en el costo humano que esto acarrea si se vende el alma.
Hay en ésta muy larga, aunque ágil película, cuya atención e interés no decae en ningún momento, una reiterada mención a la importancia de la arenga moral como recurso manipulador efectivo, sobre móviles psicológicos sobre el rebaño o masa para modelar sus conductas en beneficio propio. Esto se usa en la política de parte de los demagogos y populistas para obtener los codiciados votos; en el pulpito de las iglesias por parte del pastor o sacerdote para rendir el alma de los feligreses; en los cuarteles militares y la misma guerra para arengar sobre las ventajas de la muerte heroica y en el mundo empresarial para estimular la codicia como motor de una búsqueda insaciable de dinero sin reparar en los medios para obtenerlo.
De manera insospechada el sistema en los Estados Unidos, un resguardo legal e institucional de la sociedad, procura vencer el delito y crimen que derivan de estos excesos que produce la vanidad humana. La contraparte del protagonista sediento de ambiciones sin límites es el policía del FBI que evita ser sobornado y cuya integridad le permite reivindicar el orden social bajo una justicia imperfecta pero que funciona. Quizás en esto resida la diferencia abismal entre vivir en una sociedad del llamado Primer Mundo y una del Tercer Mundo como la venezolana de hoy.
Por: Ángel Rafael Lombardi Boscán