El laboratorio de restauraciones de los Museos Vaticanos, fundado en 1923 por Pío XI, ha cumplido su primer siglo de historia como un «hospital» que vela por el enorme patrimonio artístico de los papas.
En este taller, los restauradores, ataviados con batas blancas, se convierten en auténticos «médicos» para devolver su esplendor original a obras de diversos periodos históricos y técnicas, desde cuadros, esculturas, frecos y materiales de todo tipo.
Ahora, para celebrar esta efeméride, se ha abierto la muestra La mirada del Restaurador, que permitirá apreciar con un detalle inédito el trabajo sobre una treintena de obras de Miguel Ángel, Rafael o Leonado Da Vinci, gracias a un recorrido de códigos QR.
«Se trata del Laboratorio de tradición más antigua que tenemos en los Museos Vaticanos», indicó a EFE la directora de los Museos Vaticanos, Barbara Jatta, que aseguró que, además, es «el más numeroso» en cuanto a trabajadores.
Un taller, indicó, en el que «la evolución del concepto de restauración y conservación» ha sido la máxima que ha asegurado el cuidado de las cinco mil 300 cuadros y otros cientos de frescos que abarrotan los casi ocho kilómetros de galerías en los Museos Vaticanos.
El equipo de restauradores, historiadores y científicos está compuesto por 26 personas con un contrato fijo en los talleres a las que se suman otros 10 trabajadores «externos» que van y vienen en función de los trabajos que se estén acometiendo en los 350 metros cuadrados de unas instalaciones dotadas con la última tecnología.
Arte y evangelización
Situado bajo la pinacoteca de los Museos Vaticanos, el grueso de estos talleres se divide en siete «estudios» donde se trabajan las distintas técnicas, desde la restauración de pinturas, el dorado, la policromía o la estructura en madera de las obras, hasta el mantenimiento y prevención de posibles daños.
En 1923, el papa Pío XI, un papa «culto, que fue prefecto de la biblioteca Ambrosiana y archivero de Milán», al llegar al papado, entendió «el valor de la cultura, el arte y la historia para la evangelización», aseguró Jatta.
Aunque esta preocupación de la Iglesia por la conservación de las obras de arte se remonta a siglos atrás.
Durante los siglos XV y XVI, se promulgaron edictos para «proteger los edificios de los empobrecimientos» e incluso «la prohibición de enajenación de bienes privados», señaló a EFE la responsable del laboratorio, Francesca Persegati.
El germen de este ente que mantiene sanas y salvas las obras de arte se remonta al año 1543 con la Oficina del Mundator, que se encargaba de limpiar el polvo de la superficie de pinturas propiedad de los Estados Pontificios.
Desde entonces, y especialmente desde 1923, se han llevado a cabo importantes actuaciones, como la limpieza de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina en 1984, un hito que se produjo por primera vez con un enfoque «científico, tecnológico y multidisciplinar», que marcó un antes y un después en la forma de restaurar.
La «mirada» del restaurador
Las técnicas de restauración que se llevan a cabo en estos talleres varían «en función del tipo de problemas» que presentan las obras y del «estudio del caso» llevado a cabo por el laboratorio científico, señaló a EFE la maestra restauradora del laboratorio de pintura, Angela Cerreti.
Este trabajo en equipo con los científicos e historiadores es esencial para utilizar «los materiales menos invasivos para la obra y menos tóxicos para el operador» en lo que es un equilibrio necesario para no alterar el espíritu original de cada pintura.
Cerreti llegó al laboratorio tras el atentado mafioso contra la basílica de San Juan de Letrán en 1993, un hecho «dramático» que impulsó la contratación de un equipo formado en su mayoría por mujeres y que no deja de «ponerse al día» para buscar «metodologías cada vez menos invasivas».
Por: Agencias / Fotos: Cortesía