«Miente, miente, miente que algo quedará. Mientras más grande sea una mentira más gente la creerá».
Joseph Goebbels.
Está premisa del Ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich Hitleriano se ha convertido en una máxima de totalitarismos posteriores. Cómo en un carnaval dónde la emoción se disfraza de razón, dónde el egoísmo y la ambición juegan a las escondidas con el servilismo incondicional y un patriotismo chauvinista, con la historia y los símbolos patrios subordinados a una ideología.
Historias de la Edad de Oro es una película dirigida por un colectivo de cineastas que muestra las leyendas urbanas en los trapos sucios de la revolución del régimen de Nicolae Ceausescu en la Rumania de los ochenta del siglo pasado (cualquier coincidencia o condición de tocayo es por pura casualidad).
En varias historias entrelazadas queda evidenciada la forzosa y resignada supervivencia de la militancia en una simulación institucionalizada. La resiliencia día tras día de una nación ante el surrealismo y las situaciones absurdas impuestas por una dictadura dónde la comida es más importante que el dinero y la necesidad de sobrevivir sobrepasa los principios.
Mención aparte es el segmento del fotógrafo presidencial que se da cuenta que en una foto Ceausescu sale sin sombrero y más pequeño que el Presidente de Francia en una época sin Photoshop. Es toda una declaración de la ausencia de sentido y el ridículo del poder omnipresente.
Como el pueblo rumano nos ha querido vender una época dorada dónde está de moda salir de Venezuela a conocer el mundo. Dónde cada año se renueva la promesa de un porvenir luminoso a la vuelta de la esquina. El cinismo de la abundancia alimentaria hasta en una bolsa de basura.
Esos ojos de plomos inmortales que nos miran en las calles, desde las edificaciones públicas, desde los peldaños de la inmensa escalera hacia El calvario, desde las paredes de las pajareras de la Gran Misión Vivienda, que parecen decirnos a todos. No se equivoquen. Cuidado con una vaina.
Después de siete años ininterrumpidos de hiperinflación con la extinción del poder adquisitivo y el desafío a toda lógica de políticas económicas ahora resulta que su disminución provocada más que todo por el cansancio de los bolsillos es un logro involucionario. Esto me recuerda cuando Juan Vicente Gómez excarcelaba a alguno de sus opositores después de muchos años de cautiverio y el beneficiado terminaba agradeciendo la libertad a quien tiempo atrás se la había arrebatado.
Aquí entre nos. Les confieso que detesto a quien aplaude cuando llega la luz después de muchas horas de oscurana, así como la invasión de los morralitos tricolores en las espaldas de las grandes beneficiados en la repartición de las miserias.
Algo anda muy mal cuando el hombre nuevo prometido por la desmemoria nacionalista y soberana está pasando hambre y allí está la devaluación de la vida cotidiana de los venezolanos que armados de un sentido de humor insólito sobrelleva la desgracia nacional.
Con todo el me da la gana descrito por José Ignacio Cabrujas en. El Estado de disimulo, está desgobernancia con su característica generosidad y desapego al cochino poder nos ha obsequiado un día de diez horas y centros de recolecciones de firmas en lugares recónditos para que nos entretengan jugando a las escondidas por si digamos, estamos, pensamos, queremos, sentimos, creemos que, estamos inmensamente cansados de la pretensión de la obediencia. Eterna y se nos ocurrió la extraña y subversiva intención de revocarlos.
Mientras tanto el showman del canal oficial de televisión se desvive enseñando a sus culpables con un letrero de película vaquera con el Se busca.
Y tiene razón deberían imprimir millones de carteles con el Se busca. Porque vivimos en un país de millones de malagradecidos con esta época dora
Por: Amos Smith