“Papí. Viste el entierro de la Reina Isabel?”.
Me pregunta mi hija preuniversitaria que se molesta ante mi encogimiento de hombros.
Claro que el tema es un trending topic nacional, característico de un pueblo tan metío y tan doliente de las causas ajenas.
Entonces me acuerdo de aquella definición de nuestro gentilicio tan demoledora y cierta del maestro Cabrujas con aquello que. “Somos el país del mientras tanto y por si acaso”.
Admito que no soy fanático de las monarquías, pero reconozco ese placer culposo, primero por Juego de tronos y ahora La casa del dragón. Grandes producciones sobre las intrigas del poder, las miserias, ambiciones, relaciones incestuosas dónde no hay derechos humanos que valga. Solo que no fríen las cabezas de los disidentes o enemigos en aceite, sino que los carbonizan con el fuego de los dragones. Aquí somos testigos de esos caudalosos ríos de sangre, causados por el más absoluto ejercicio del poder. Bueno ni los protagonistas se salvan.
Así que henos aquí. En un país preocupado por las desgracias de la realeza inglesa. Bastante gente que vi con lágrimas en los ojos por el trágico fallecimiento de la Princesa Diana de Gales.
Yo siempre pensé que la realeza inglesa vivía del erario público y ese libro de Petete de la era informática llamado Wikipedia me saco de mi error de juicio patrimonial.
Resulta que, aunque la realeza inglesa ha perdido el poder sobre las decisiones políticas como muchas que quedan en el mundo. Aclarando que quedan algunas que joden a sus súbditos, la inglesa es una realeza sustentable. Tienen la propiedad de inmuebles, oficinas y locales en las mejores zonas de Londres y del imperio.
Es propietaria de empresas que generan Miles de empleos al pueblo inglés y los representantes de la realeza solo reciben el 15 por ciento de las ganancias. Claro que como en La gran misión vivienda no pueden vender ninguna de sus propiedades. Quien lo diría. El Estado británico es como medio comunista con su monarquía. Claro que después de todo definitivamente no hay monarquía santitas. Allí está la historia para corroborarlo.
En Venezuela no hay monarquía que nos gobierne ni de rejito, desde nuestra independencia de la corona española, pero vamos a estar claro que a lo largo de nuestra existencia republicana se han visto y se ven casos. Digamos que ha sido algo así como una Guerra de tronos tropical, claro que salvando las distancias. Aquí todo ha sido por una silla.
La verdad es que en este país, desde el fondo de la pirámide social, somos mayoría y para reforzar nuestro liderazgo pelabólico, cada día somos más. A veces siento, y tengo que escribirlo, que celebramos hasta nuestros fracasos. En vez de andar por ahí en un teclado, en un café, en un trabajo mal pagado, en una pobre pensión en una permanencia superviviente o en un exilio forzoso, repartiendo culpas y resentimientos, acaso nos hemos descartado a nosotros mismos.
Es que sin monarquías aquí hemos vivido de reinado o mejor de abismo en abismo, como solía decir el penúltimo de nuestros monarcas.
Mientras tanto, seré plebeyo, pero súbdito jamás. Ya no hay dragones y aún así nos quieren acostumbrar a vivir en la candela.
Mientras tanto y por si acaso. Dios salve a la reina.
Por Amos Smith