Gladis Angarita, de 62 años, huyó aterrorizada de su pueblo en el noreste de Colombia el viernes pasado, entre miles de personas que escapaban de un nuevo ataque guerrillero que ha cobrado docenas de vidas en apenas unos días. No tuvo tiempo de hacer las maletas, y escapó con poco más que la ropa que llevaba puesta y su medicación para el asma.
“Hubo muchos disparos”, dijo Angarita en la ciudad de Tibú, fronteriza con Venezuela, donde se refugió en un centro comunitario con otras 500 personas, entre ellas muchos niños y ancianos. “Por miedo lo dejamos todo”, se lamentó, sentada en un tronco y fumando su inhalador. “No tengo ni pijama”, manifestó, reseñó AFP.
El Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia, el mayor grupo guerrillero aún activo en el país sudamericano, asolado por el conflicto, lanzó un sangriento ataque el jueves 16 de enero, en la región nororiental del Catatumbo.
El ataque tuvo como blanco a civiles y combatientes disidentes de una formación rival integrada por exmiembros de la ahora extinta guerrilla de las Farc, que siguieron combatiendo después de que se desarmó en 2017.
Las autoridades informaron que hasta este domingo 19 de enero, hubo al menos 80 muertos, unas dos docenas de heridos y cinco mil desplazados en una convulsión que recuerda a la sangrienta década de 1990, cuando Colombia atravesó el peor período de su conflicto armado de seis décadas.
Nueve personas también murieron en enfrentamientos en los últimos días entre el ELN y el Clan del Golfo, el mayor cártel de la droga de Colombia, en otra región del norte del país.
La violencia llevó al presidente Gustavo Petro a cancelar las negociaciones con el ELN que habían sido parte de su declarada búsqueda de una “paz total”.
El sábado 18 de enero, Tibú era un hervidero de actividad frenética, con su terminal de autobuses repleta de gente desesperada por huir a otras partes de Colombia o más lejos.
“Me duele el corazón por el Catatumbo… por todo el país. Hay mucha gente inocente pagando el precio de la guerra”, sollozaba Carmelina Pérez, también de 62 años, mientras se protegía del fuerte sol con un cartón.
Pérez dijo que huyó con su marido y sus nietos a Tibú “en pánico”. Está desesperadamente preocupada por sus hijas, que se quedaron en su aldea.
Alrededor de Pérez, en el refugio, las hamacas cuelgan de los árboles para que la gente duerma y los niños corren mientras las mujeres preparan una sopa colectiva en una olla grande sobre el fuego.
Su compañero refugiado Luis Alberto Urrutia, un venezolano de 39 años, dijo que había huido de la crisis económica y política de su propio país hace siete años, para trabajar en las plantaciones de coca del Catatumbo. Ahora está de nuevo en movimiento, y contemplando la posibilidad de regresar a casa.
“Esto es más difícil que incluso en Venezuela”, dijo Urrutia en Tibú. “Hay peligro en todas partes, pero más aquí. Hay muchos muertos”, afirmó sobre los acontecimientos de los últimos días.
Por Agencia


