“…y esa luna que amanece alumbrando pueblos tristes. que, de historias, que, de penas, que de lágrimas me dice”.
Otilio Galíndez.
Todo venezolano que se respete debería leerse Memorias de un venezolano de la decadencia, de José Rafael Pocaterra. Allí se describe las intrigas y arbitrariedades de dos compadres andinos, Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, en la toma del poder de la Venezuela a finales de siglo 18 y a principios del 19. Una tragedia nacional a la que Pocaterra culpa a un pueblo conforme y resignado ante la voluntad de hombres crueles, carentes de cultura y abundantes de resentimiento.
Así hemos llegado a este siglo 21 con un despliegue de maldad insolente. Dónde un escándalo sustituye a otro en nuestro trending topic vernáculo.
No somos nadie”. Cómo cuando uno no tiene nada que decir en un velorio. El mismo valor que anunciar que algún día…pospuesto cada año siguiente, con la promesa siempre fallida de convertirnos en una potencia por generación espontánea.
De golpe, todos fuimos perdiendo la memoria, nos sustituyeron la historia. Hicieron que lo épico se redujera a una recopilación de cursilerías. Un territorio de impunidad es, dónde los chivitos expiatorios apenas son apéndices o solo ‘burusas’ de las rencillas de la patota o exclusiva feligresía de la corte malandra.
Una decadencia histórica que les ha dado a las mayorías el status de sobreviviente, dónde los morralitos tricolores dan más información que una cédula de identidad.
Mientras tanto nos hemos convertido en un país productor de escépticos, tanto nacionales como en el exterior.
Una larga agonía que nunca termina de terminar como los tiempos finales de Macondo en Cien años de soledad.
Hasta yo me contagié y pensé no escribir sobre estas cosas, pero al final he terminado sintiéndome cómplice de la institucionalidad de la desmemoria. Así que por aquí estoy otra vez con mi corazón terco.
Por cierto ¿con que se irá a comer la unidad?
Por: Amos Smith