Como en los museos “no hay adioses”, sino un “para siempre”, en uno de ellos, con la Plaza Botero como testigo, el maestro Fernando Botero recibió este martes un emotivo homenaje póstumo en su natal Medellín, el lugar donde habita su corazón, al que siempre quiso volver y donde creó un refugio para el arte, habitado por sus voluminosas esculturas.
Después de unos días solemnes en Bogotá, donde le rindieron honores en el inicio de su despedida, el féretro del pintor y escultor fue trasladado a su ciudad para cumplir uno de los deseos que expresó en vida para sellar su amor eterno por el departamento de Antioquia y su capital.
“Es cumplir de alguna manera con los deseos de mi padre de regresar a su tierra natal, y para nosotros es un placer infinito poder cumplir con ese anhelo”, expresó su hija Lina Botero Zea, quien aseguró que el Museo de Antioquia y la Plaza Botero “representaban absolutamente todo” para su padre.
Antes de recibir honores militares en un pasillo fúnebre y un minuto de silencio, la verdadera calle de honor para el maestro Botero la conformaron sus esculturas La Mano, Esfinge, Mujer a caballo y Mujer con fruta, que reposan en la plaza que el mismo convirtió en una galería a cielo abierto donando 23 de sus creaciones.
Aunque la grandeza de su obra lo convirtió en un colombiano universal, para el artista, nacido el 19 de abril de 1932 en Medellín, el lugar donde recibió el homenaje “representaba lo máximo de su corazón, lo que él más amaba”, según dijo a EFE su hijo Fernando Botero Zea.
Amor a la tierra
En el tributo, que incluyó flores, minuto de silencio, alfombra roja, oraciones, aplausos y bambucos interpretados por el quinteto de vientos y percusión de la Orquesta Filarmónica de Medellín, la sencillez del hombre inmortalizó con su obra la idiosincrasia colombiana y sus costumbres quedó retratada en una decena de discursos.
Entre quienes tomaron la palabra estaban amigos cercanos, niños y jóvenes beneficiados con los programas culturales que apoyó el maestro, así como fotógrafos que trabajan en la plaza.
Hablaron de su gusto por la bandeja paisa, las arepas campesinas y el aguardiente, del acento que nunca perdió y de “términos provincianos” que no dejó de utilizar, pese a que vivió más de la mitad de su vida en el exterior.
Lo llamaron “gran patriota”, “autodidacta” y la prueba de que “un hombre humilde puede ser un gigante del arte”.
“Lo despedimos de esta manera, en este acto público, pero en los museos no hay adioses. Hay hasta siempre y para siempre (…) gracias, maestro, por revelarnos el misterio de trascender a través del arte y la generosidad”, expresó la directora del Museo de Antioquia, María del Rosario Escobar.
La directora destacó que Botero regresó al “lugar donde habita su corazón” y al espacio en donde reposan algunas de sus obras “más queridas”.
Para su hijo Juan Carlos Botero, luego de un acto que le produjo “una mezcla de sentimientos”, su ciudad y todos sus compatriotas pueden recordar al artista con tres palabras: “estilo, gratitud y generosidad” y espera que sirva de ejemplo para propagar “la filantropía que se necesita tanto en Colombia”.
En esa Ciudad Botero que en el 2000 empezó a tomar forma con sus donaciones, fue anunciado que Medellín creará el Centro de Documentación Botero, dedicado a recoger y custodiar la memoria histórica del maestro, además de la Sala Pedrito, un espacio de aprendizaje del arte para familias y niños.
Luego de ese encuentro con sus 23 esculturas, su cultura y parte de su gente, el féretro de pintor y escultor empezó a ser velado en cámara ardiente en el Museo de Antioquia, que alberga la mayor colección del Botero, donde estará hasta el jueves, día en que le hará otra misa solemne en la catedral metropolitana y le rendirán honores militares.
Por Agencia