jueves, noviembre 21

Consolación: La Virgen que conserva intacta la fe del Táchira

Un nuevo 15 de agosto ha llegado. El segundo desde que el mundo enfrenta la pandemia de la covid-19. Aún así, hay eventos que no cambian, tradiciones y costumbres arraigadas en el sentir de los pueblos.

En la solemnidad católica de la Asunción de María al cielo, la Perla del Torbes se engalana para ver brillar el oro de su reina: Nuestra Señora de la Consolación.

Tal y como ocurre desde el año 2020, las procesiones y actividades que congregan a los fieles en el atrio de la Basílica Menor, o en la calle uno de Táriba, no se llevarán a cabo, debido a la situación de emergencia de la COVID-19 que ha cobrado la vida de muchos tachirenses.

No obstante, los ruegos y plegarias a la madre de Dios, siguen intactos. La fe, la confianza en la mujer vestida de azul, con la luna bajo sus pies, continúa latente en el corazón de los hijos que tienen varios petitorios a quien, desde la cima del altar mayor de su Iglesia, escucha como buena madre a sus pequeños.

Desde hace 461 años, cuando los frailes agustinos la llevaron a la Perla del Torbes, la tablita de Nuestra Señora se convirtió -junto al Santo Cristo de La Grita- en el bien más preciado de todo el Táchira. Cada corazón andino que habita no solo en Venezuela sino en cualquier rincón del mundo -por la diáspora-, enciende este domingo su corazón, cual lámpara luminosa, para pedir a la madre hermosa dos cosas: el cese de la pandemia y una mejor Venezuela.

Y es que el venezolano no solo se enfrenta al virus mortal que ha cercenado la vida de más de tres mil ciudadanos y contagiado a alrededor de 314 mil, también sufre las consecuencias de la hiperinflación que no da tregua, la falta de oportunidades, el desempleo, servicios públicos en crisis, colas para el abastecimiento de combustible y una larga lista de etcéteras que haría a cualquiera perder la fe y la esperanza.

Pero eso no le ocurre a quienes van a Jesús por María del Consuelo. Virgina Sandoval, por ejemplo, es una tachirense devota de 59 años. Tiene a sus dos hijos viviendo en Argentina. Cuenta que una vez al mes, va a Táriba a la casa de la Virgen a llorarle sus penas. Siente como la mano de Dios la sostiene en medio de las dificultades y de la tristeza que lleva en su corazón.

«Tengo más dos años sin ver a mis hijos. Ellos estaban planeando llevarme a Buenos Aires. Yo nunca quise. Una está muy amañanda en su tierrita, pese a lo difícil que es vivir aquí. Yo voy a la Basílica, rezo y hablo con la Virgen. Le pido que, por favor, nos ayude a desaparecer la pandemia pero, sobre todo que cambie el país para que los que están lejos puedan regresar a sus casas».

Virginia siente que cuando reza la Tablita de la Virgen resplandece. Como en el año 1600 cuando ocurrió, en aquella despensa donde colgaba el trozo de madera borrado, la restauración milagrosa de María del Táchira y que, desde entonces, se mantiene intacta en Basílica.

Venerar a la madre de Jesús se convierte en un acto de fe hacia el Hijo de Dios que en la cruz del Calvario legó a Juan, el discípulo amado, el cuidado de su bien terrenal más preciado: su mamá. Desde ese momento, la Iglesia primitiva vio en María –arca de la nueva alianza– una poderosa intercesora para lograr del Divino Señor los milagros más portentosos.

Se le ve, entonces, caminar cada año desde los rincones más alejados de la geografía tachirense –y de los estados vecinos– mezclada entre los niños, jóvenes, adultos y abuelos que van rezando el rosario con camándula en mano, entonando cantos e himnos o en el absoluto silencio de aquellas procesiones internas donde los rostros dibujan sonrisas y las almas penas.

«A la señora bonita –como la llama el señor Pedro Ruíz– tengo tanto que agradecer. La curación del cáncer de mi hijo. Yo sé que ella le dijo a su amado hijo que me hiciera el favor, y él obediente obró tal prodigio. Son 25 años yendo a la Basílica a dar gracias. A veces el mismo 15 de agosto o días después. Hoy, desde el corazón».

Don Pedro cree fielmente que aquella que “alumbró su historia”, como reza el himno de la Consolación, lo ha llevado a encontrarse con Jesús: el amor de los amores. Y se muestra agradecido por ello.

Al encuestar a los ciudadanos sobre: ¿qué representa, en una palabra, la Virgen de Consolación para ellos? Estos, sin dudar, arguyen: paz, ternura, dulzura, belleza, historia, generosidad, calor, abundancia, cercanía, amistad, encuentro, concordia, joya, reliquia, piedad, cristiandad, servicio, entrega; y concuerdan diciendo que es el gesto de amor más bonito que pudo tener Dios con el pueblo tachirense.

Siga siendo María la protectora del Táchira. Siga siendo la luz que perpetuamente ilumine el camino de los que amándola a ella, aman a su hijo Jesús. Siga guiando, cual estrella, los corazones de quienes hoy encenderán esa lámpara espiritual para decirle “quiero hacer lo que Él me diga”. Siga siendo María la reina a la que se le entona un himno de victoria. Siga siendo ella la madre a quien se le dedica un cántico de amor. La Nación

Por: Agencia