Darío Úsuga, jefe de la banda criminal los Urabeños, tenía la debilidad típica de la mayoría de los mafiosos: las mujeres. En su caso, esa obsesión lo llevaron a niveles extremos de aberración, como abusar de niñas entre los 12 y 16 años de edad a quienes, por dinero o por la fuerza, las obligaba a tener relaciones sexuales con él en las selvas de Urabá, donde se escondía. Su captura este sábado en Antioquia pone punto final a un reinado del horror.
Al temido jefe de esa organización delincuencial lo venían siguiendo desde hace meses. En junio, el director de la Policía, general Jorge Vargas, había dicho que alias Otoniel y sus hombres más cercanos estaban aguantando hambre, debido a las operaciones de la fuerza pública, reseña La Semana.
“Este golpe es solo comparable con la caída de Pablo Escobar”, dijo el presidente Iván Duque al anunciarle al país su captura este sábado. Al igual que el llamado patrón del mal (Pablo Escobar), recordó el primer mandatario, Otoniel “es un asesino de policías, soldados, líderes sociales y reclutador de menores. Se conoce también por la demencia que lo llevó a abusar de manera recurrente de menores de edad”.
Esa aberración por las mujeres lo hizo cometer los más infames delitos contra decenas de niñas en el país. Pero no eran solo víctimas las mujeres que rodeaban su vida. Las más cercanas a él, durante años se convirtieron en uno de los pilares de su organización criminal y, paradójicamente, en los últimos tiempos se transformaron en su perdición.
Ese grupo está conformado por su esposa Blanca Madrid y las hermanas de esta, María, Sandra y Martha. (Ver galería de las mujeres). Lo primero que llama la atención de estas cuatro hermanas, que forman parte de una familia de diez hijos, es su impresionante parecido.
SEMANA contó su historia en una portada del año 2015, cuando las autoridades comenzaron a pisarle los talones. Nacidas en Turbo, Antioquia, todas tienen prácticamente la misma contextura física. “Ellas no eran así. Eran normales y obviamente diferentes. Pero cuando Otoniel comenzó a salir y se casó con Blanca la hizo operarse de todo. Lo mismo hizo con sus cuñadas. Todas parecen hechas con el mismo molde y al gusto de Otoniel”, explicó a SEMANA un oficial que lleva más de cinco años tras el clan de los Urabeños.
A medida que alias Otoniel fue ganando cada vez más poder, hasta llegar a ser la cabeza de la banda criminal, su esposa Blanca, conocida con el alias de la Flaca, fue asumiendo un papel más grande y estratégico dentro de la organización. Era la encargada de lavar los millones que ganaban los Urabeños producto del narcotráfico. Entre otras cosas, se dedicaba a conseguir los testaferros y adquirir las propiedades para la organización criminal.
Rápidamente involucró en esas actividades a sus hermanas y hermanos, estos últimos encargados principalmente de la parte militar. Para 2012, el poder económico y la expansión de los Urabeños hizo que el gobierno los considerara una gran amenaza y los declarara objetivo prioritario. Al efecto, encomendó a la dirección de inteligencia de la Policía Dipol asumir la punta de lanza de esa misión.
Grupos especiales de agentes encubiertos de inteligencia se desplegaron por las zonas de influencia del grupo. Y Medellín era uno de los lugares claves. En la capital antioqueña los hombres de la Dipol sabían que Blanca tenía su centro de operaciones junto con sus hermanas. Infiltraron agentes encubiertos en los gimnasios, salones de belleza y centros de estética a los que ellas acudían y las vigilaron día y noche durante meses. Descubrieron que Otoniel hacía ir a su esposa a diversas zonas de Urabá para visitarlo.
“Con el tiempo, y como vivía como una reina llena de lujos en Medellín, le fue cogiendo asco a ir hasta casas de madera en la selva. Lo que hacía Otoniel cuando eso pasaba era que hacía subir entonces a algunas de las otras hermanas con las que tenía romances, lo cual explica por qué las hizo operarse y que quedaran todas igualitas. Lo curioso es que ninguna de ellas les contaba a las demás. Todas se ponían los cachos entre todas”, contó uno de los agentes de la Dipol.
“Vamos pastores, vamos”
En diciembre de 2013 Blanca y sus hermanas hicieron una de sus últimas visitas a Urabá. En Turbo organizaron una fiesta, que aún muchos recuerdan por lo ostentosa, para celebrar los 50 años de matrimonio de los padres. En el lugar había varios agentes encubiertos que se percataron de un detalle que resultaría clave para descubrir que Otoniel y su bacrim estaban lavando dinero de una forma novedosa.
En efecto, presidió la fiesta un supuesto pastor evangélico que Blanca llevó desde República Dominicana, llamado Jorge Cedeño, muy conocido en ese país caribeño. En el lugar también estaba otro supuesto pastor del Chocó, llamado Orlando Arce, conocido como el obispo dentro de su congregación religiosa. Los investigadores pusieron sus ojos en los dos clérigos y descubrieron que en varias poblaciones a lo largo de Urabá, y en especial en zonas claves por donde se movía Otoniel, estaban construyendo decenas de pequeñas iglesias. Allí también llegaron agentes encubiertos que descubrieron que si bien el pastor dominicano y el chocoano aparecían como los benefactores de esas obras, en realidad el dinero provenía de Blanca y de su hermana Martha, conocida como la Jefa.
“Aprovechaban la devoción de la gente de la zona con el fin estratégico de tener control territorial y ganarse la lealtad de los pobladores hacia Otoniel y el Clan Úsuga”, explicó uno de los agentes encubiertos de Dipol. Blanca y Martha habían convencido a Otoniel de entregar diezmos, que iban entre los 50 y 120 millones de pesos mensuales, a los dos pastores, a cambio del dinero, elevaran oraciones para evitar que el capo fuera capturado. Las numerosas veces que se salvó convencieron al jefe de los Urabeños de que efectivamente esas plegarias funcionaban.
Aprovechando su condición de evangélicos, los supuestos pastores se movilizaban en una camioneta marcada como ‘organismo internacional’. Esto junto al carné de una ONG evangélica les evitaba ser detenidos o requisados en los puestos de control en las vías, lo cual incluso les permitió visitar a Otoniel en sus escondites. Allí acudían a realizar con el capo ayunos y vigilias de oración para que no lo atraparan. Por cada visita recibían 300 millones de pesos. La facilidad para moverse sin levantar sospecha ni ser molestados por las autoridades hizo que Blanca y Martha le propusieran a Otoniel sacar los millones de pesos que tenían enterrados en las selvas del Urabá por medio de los pastores, cosa que efectivamente ocurrió.
Los pastores entregaban el dinero a Blanca y sus hermanas en Medellín y otros lugares. Parte era invertida para lavarla en propiedades en el país que estaban a nombre del pastor chocoano o sus designados. Sin embargo, hacían el movimiento de efectivo más grande por intermedio del clérigo dominicano. Los agentes de inteligencia encontraron que desde 2013 este ingresaba al país cada seis semanas. Al llegar se hospedaba en hoteles extremadamente discretos de Bogotá o Medellín a la espera de la llamada de Blanca. Una vez se encontraban, ella le entregaba sumas en efectivo que promediaban los 1.000 millones de pesos.
Aprovechando su condición de pastor evangélico, el hombre lograba salir con el efectivo de Colombia e ingresar a su país sin mayor problema. Una vez allá se encargaba de comprar propiedades para el clan de los Urabeños. De cada compra sacaba una generosa tajada para él y también le entregaba otro tanto a Blanca y a Martha, a escondidas de Otoniel. Una vez lavaba el dinero, viajaba nuevamente a Colombia con las escrituras de las propiedades que compraba, las cuales entregaba como muestra de haber cumplido la misión.
SEMANA tuvo acceso en 2015 a uno de los audios en el que el pastor dominicano llama a la secretaria de Blanca y le dice: “Tengo la carpeta de las tierras que tu patrona quiere comprar para que se la hagas llegar allá arriba”. El pastor dominicano ya tenía incluso una particular rutina. Una vez recibía los millones de pesos de Otoniel que debía sacar del país, se cambiaba del hotel humilde al más costoso de la ciudad donde estuviera. Allí consultaba páginas de mujeres prepago a las cuales llamaba. En una de esas conversaciones, a las que tuvo acceso esta revista, el pastor dominicano le indaga a su interlocutor por una de las mujeres del catálogo que estaba viendo por internet.
“Estoy llamando a una joven que estoy viendo aquí en la página. ¿Qué tal es Ximena, la número cinco?”, pregunta el evangélico. “Es excelente. Es muy bonita, alta, de 1,75 de estatura y toda una dama”, le responde el hombre al otro lado de la línea (escuchar audios al final del artículo). Entre 2013 y los primeros meses de este año el dominicano pudo sacar del país cerca de 10.000 millones de pesos en sus múltiples viajes, según los estimativos de los agentes de inteligencia. Sin embargo, las plegarias de él y su colega chocoano, que en teoría han salvado a Otoniel de ser arrestado, no resultaron muy efectivas para evitar que las mujeres del capo cayeran en manos de la justicia Ni los propios pastores.
En febrero de 2015, en una operación de la Dipol y la Dijín, fue arrestada Blanca quien quedó detenida en la cárcel de Jamundí acusada de concierto para delinquir, lavado de activos y enriquecimiento ilícito. Tras ese duro golpe su hermana Martha quedó al frente de toda la operación de lavado. Otoniel ordenó a los dos pastores acudir a todos los métodos necesarios y hacerla pasar por integrante de algunas de sus iglesias, con el fin de que le otorgaran la casa por cárcel para fugarse.
Una vez más las plegarias no funcionaron. Los pastores estaban haciendo las gestiones para conseguir la libertad de Blanca, pero desconocían que desde hace más de una año los agentes de la Dipol y funcionarios de la Dijín conocían al detalle todos sus movimientos. Tiempo después arrestaron a Martha, su secretaria y los dos pastores que lavaban la fortuna del nuevo patrón del mal.
Por Agencia