domingo, diciembre 22

Conozca la historia de una venezolana vendida por su amiga en Trinidad y Tobago

Mi amiga me vendió y casi muero desangrada”: el HORROR venezolana

Ángela viajó a Trinidad y Tobago en marzo de 2020. Su “amiga” la convenció de llevar una vida diferente en la vecina isla. Ella tiene 27 años y huyó de esa isla por temor a ser asesinada. Ahora está en un país lejos de todo, aunque dice, «cerquita de Tucupita por ustedes los de Tane tanae». Su familia vive en Puerto Ordaz y Caracas. Su mamá, ya fallecida, era deltana.

Tras arreglarlo todo, embarcó clandestinamente en un puerto de Tucupita con destino a Trinidad y Tobago. Era de madrugada, hacía mucho frío. Jamás había sentido el sereno marino. Era una niebla espesa, pero que por fortuna significaba, según la tripulación del bote, que no habría olas de camino.

A las 5 de la mañana del 7 de marzo fueron lanzados al mar a orillas de una playa. Tuvieron que nadar «un pedazo grande» para llegar a tierra. Allí fueron buscados en camionetas por trinitarios desconocidos, aunque ellos mencionaron a sus conocidos; una afirmación que alivió a Ángela.

Llegó sin problema alguno hasta Princess Town. Una de las personas que la llevaba le ofreció dinero a unos oficiales de la policía, entonces supo que algo no andaba bien. Pero intentó calmarse.

El auto que la trasladó finalmente la dejó en casa de la amiga, una que conoció en Caracas. Ya iban a ser las 8 de mañana. Ella estaba cansada, aunque sin sueño, llegó llena de arena, estaba empapada. Su amiga le había preparado arepa con huevos, «para que me sintiera como en casa» y tras contarle lo vivido, le hablaron de un trabajo en un bar. La pandemia del coronavirus estaba por clausurar todo.

Ángela relata que estuvo dispuesta a trabajar en el bar. Sabía que era «lo más rápido» en ese país, también admite que sabía que debía vestir «sexy» para los clientes. «Pero hasta allí», le insistió a su amiga.

«No chica, tranquila, cómo crees, yo no ando en eso», es la frase que Ángela recuerda claramente, porque sería lo que la decepcionaría más, luego.

En mayo, con el comercio cerrado y Ángela apenas recién llegada a Trinidad y Tobago, su amiga le propuso trabajar a escondidas en otro bar, propuesta que ella no aceptó. Lo vio muy arriesgado. A finales del mismo mes, la invitaron a un compartir con unos amigos trinitarios; lo vio como una oportunidad para socializar y de pronto acceder a otro tipo de trabajo que no fuera el de exhibirse.

Eran las 9 de la noche. Lloviznaba, Ángela, que sabe hablar inglés, porque sus padres fueron docentes de este idioma en Venezuela, estaba lista para sorprender. A lo lejos vio una gran casa lujosa. Era blanca, tenía un gran garaje, piscinas, área verde, ventanas de vidrios y acabados caros.

Su amiga, Ángela, dos trinitarias y tres hombres de pieles oscuras, se sentaron en la sala de estar. Sirvieron champangne y comenzó la fiesta. Ya eran las 11 de la noche. Uno de los hombres la miraba con intensidad.

Desde que llegué me comenzó a bucear ( miradas penetrantes con probables intenciones sexuales, en Venezuela).

Su amiga dijo conocerlo y que se lo presentaría. Y así ocurrió. Él dijo llamarse Jazz Mohamed y que vivía unos metros más adelante. Ángela aún no sacaba su arma secreta, que a la postre la salvaría: su inglés estadounidense.

Ya estaba mareada. Había tomado bastante y dejó de hacerlo, pero seguía cerca de Jazz, quien le hablaba «un español cruzado», es decir que apenas lo hablaba. Entonces él la invitó a dar una vuelta por el jardín. Era el momento oportuno para respirar aire puro.

Intentaron comunicarse fluidamente durante media hora, sin éxito. Tras un trago más que él trajo, diez minutos fueron suficientes para que Ángela se sintiera muy somnolienta.

Estaba como con mucho sueño y me daba vuelta la cabeza, estaba muy débil, no veía bien. Entonces supo que había sido drogada.

Corrí , pero me caí, el me agarró, me agarró muy duro, yo intentaba huir, gritar, pero apenas podía gemir.

Ángela explica que todo transcurrió como litaralmente una pesadilla, porque quería moverse con todas su fuerzas, pero no podía. Él rompió su vestido negro: fue cuando la penetró bruscamente. Ella sintió que sus entrañas se les desgarraban, porque los movimientos del hombre eran violentos, mientras le pasaba su larga lengua por la cara.

Sentí mucho dolor aunque estuve drogada. Su miembro (se obviaron palabras explícitas) me hirió.

Tras varios minutos su pesó cayó sobre el devastado cuerpo de Ángela por varios segundo, pronto se levantó, se abrochó el pantalón y salió corriendo. Ella permaneció tirada durante un tiempo que no recuerda muy bien y vio que sus partes sangraban. Tras arrastrase por la grama, perdió el conocimiento.

Despertó en una extraña habitación, no sabía qué hora era. Su cuerpo estaba adolorido, su cabeza estaba a explotar. Tenía heridas leves y un protector vaginal.

Su amiga se le acercó y le explicó lo que había ocurrido, la abrazó y lloraron juntas. Ella dijo haber conocido a Jazz, pero aseguró desconocer de lo que era capaz. Posteriormente llegó el dueño de la gran casa lujosa y fue determinante para descubrir la trama sexual.

Yo le dije que solo era una cita y mira lo que hizo, ahora estamos en problemas.

No, yo no estoy en problemas, tú y él están en problemas. Hablaron en inglés.

Ángela estuvo a pocos segundos de desmayarse, pero regresó a la cama.

Tranquila, ya vamos a denunciar a la policía, primero recupérate, le insistió su amiga… La que consideraba su amiga.

Pronto regresaron a casa. Donde comenzaría otro infierno. Ella no informó de lo sucedido a sus familiares en Tucupita, en Puerto Ordaz, mucho menos a su abuela que vive en Caracas.

Si hablas te buscaré hasta debajo de las piedras, mald…, perr…, fueron los sucesivos WhatsApp que Ángela recibía a diario, sobre todo por las noches. Ella sabía que su amiga estaba involucrada, pero obvió darle razones por temor.

Fue una semana de amenazas. La última noche de Ángela en Trinidad y Tobago, le enviaron un WhatsApp donde le dijeron: «no denuncies, sabemos dónde estás, afuera está un carro negro». El terror y la decisión final fue cuando lo verificó y era cierto.

Fue el momento en el que decidí irme de Trinidad, fue una decisión firme, definitiva, gracias a Dios sigo viva. Supe que había sido víctima de una red de trata de personas, que probablemente involucraba a policías, no lo sé. Solo quería irme de ese infierno.

Ángela ahora vive en un país de suramérica, está tranquila, tiene un novio de su edad que la quiere y cuida. Aunque admite haber tomado la peor decisión de irse a Trinidad y Tobago, estuvo lista para asumir su falla y recapacitar.

Por Agencia