Yoji Yamada ha dirigido 90 filmes, incluida “Tora-san”, que encabeza el récord mundial Guinness a la serie de películas de mayor duración protagonizada por el mismo actor. En cada una de las 48 entregas, comenzando desde 1969, el héroe, un vendedor ambulante con un corazón de oro, se enamora, pero no consigue a la chica que desea.
Recientemente, dirigió una obra de teatro Kabuki, un género dramático musical japonés que data de hace cuatro siglos, sólo que fue al estilo Yamada. La producción incluye su característica voz de compasión por los desvalidos que nunca ha flaqueado a lo largo de sus siete décadas de carrera.
“Debes explorar lo que significa ser humano. Debes estar interesado en las personas, en su existencia, en cómo viven”, dijo Yamada, de 92 años, con un aspecto frágil pero vivaz y un mechón de pelo cano.
Yamada reconoció que su enfoque en la dirección es similar a “el método” en la actuación de estilo occidental. Sus actores deben comenzar simplemente existiendo cuando están frente a una cámara, dijo Yamada en voz baja, deteniéndose para reflexionar antes de responder cada pregunta.
Los actores que se creen buenos son los que le resultan más difíciles. Empiezan a actuar cuando simplemente necesitan ser.
Hasta hace poco, el Kabuki era protagonizado sólo por hombres. Yamada dijo que los actores tendían a ser teatrales y no al estilo del método. Escribió nuevas escenas y diálogos, agregó una mujer al elenco y se centró en los personajes femeninos para representar de una forma más integral la historia de Chobe, un hábil yesero que ha sucumbido al juego.
Chobe vende o empeña casi todo lo que hay en su destrozada casa y se queda reducido a su ropa interior.
Su hija se ofrece a un burdel para saldar sus deudas. El propietario le entrega el dinero a Chobe, pero lo amonesta para que haga las cosas mejor y le promete que su hija será sirvienta y no prostituta, siempre y cuando devuelva el dinero en un año.
Caminando a casa por la noche, abrazando las monedas, Chobe se topa con un hombre que está a punto de saltar de un puente. Acaba de perder el dinero de su patrón y está decidido a suicidarse para expiar su error.
Chobe le da su dinero al joven y le dice que la vida humana es más preciosa que el dinero.
Es una historia conmovedora sobre cómo incluso un perdedor puede tener momentos heroicos y hacer lo correcto. El clásico, escrito originalmente por Encho Sanyutei, un narrador de “rakugo” (un tipo de entretenimiento japonés basado en monólogos humorísticos) del periodo Edo, ha sido interpretado innumerables veces por leyendas del Kabuki, hace que el público ría, aplauda y llore.
La versión de Yamada resuena con la misma historia humana que ha contado tantas veces en sus películas.
Su portafolio cinematográfico abarca una variedad sorprendentemente amplia de géneros, incluyendo “Tasogare Seibei” (“El ocaso del samurái”), nominada al Oscar; su reciente “Kinema no Kamisama” (“Una vida fugaz”), un homenaje al cine ambientado en una humilde sala de cine; y “Shiawase no kiiroi hankachi” (“El pañuelo amarillo de la felicidad”), una historia de amor sentimental sobre un convicto fugitivo que es una de las favoritas de los japoneses.
Con su enfoque en la comedia y el entretenimiento de masas, Yamada se ha desviado del camino de la aclamada “Nouvelle Vague” japonesa, que incluye a directores como Nagisa Oshima de “Ai no korîda” (“El imperio de los sentidos”) y Masahiro Shinoda, quien dirigió “Hanare goze Orin” (“La balada de Orin”), obras que se centraron en los temas más oscuros de la sexualidad y la brutalidad social.
Descarta la sugerencia de que el mundo finalmente pueda estar listo para reevaluar a Yamada, quien ha evitado historias sangrientas y las escenas para adultos con tanta vehemencia como se ha mantenido alejado de la acción espectacular y las persecuciones de autos.
Sus cineastas occidentales favoritos son Charlie Chaplin, Billy Wilder, Sian Heder y Alexander Payne. Le encantaría trabajar con Payne y otros artistas de Hollywood, dice con una sonrisa.
En sus últimos años, Yamada abrazó la realización cinematográfica de Yasujiro Ozu, cuyo estilo claramente sobrio era algo que él sentía que le faltaba en su juventud.
Ahora, piensa en Ryu Chishu, elegido frecuentemente para las películas de Ozu y Yamada, como el actor perfecto.
El proceso creativo en el cine requiere paciencia, como una gallina calentando sus huevos, según Yamada, en alusión a las enseñanzas de Mansaku Itami, un autor que lo precedió.
Cuando nace el pollo, simplemente sucede, sin ningún truco o planificación inteligente. Todo lo que uno hace es esperar.
Yamada trabaja en una adaptación teatral del filme clásico “Cuentos de Tokio” (“Tôkyô monogatari”) de Ozu, que explora los lazos familiares y la alienación urbana a través de la visita de una pareja rural a sus hijos adultos.
Aún no sabe cuál será su próxima película, pero tiene claro lo que no será.
“Los aviones vuelan por encima y Tom Cruise se ve bien; no estoy interesado”, dijo. “El ser humano es lo que cuenta. Me importa un carajo el hundimiento del Titanic”.
Por: Agencia