Primos del árbol nacional, el Araguaney, los Curarires dispersos en toda la planicie de Maracaibo, son una demostración de la vida que rebrota permanente, que cumple sus ciclos, que no se detiene en esta tierra de prodigios, llena de bendiciones de Dios que es el Zulia.
No hay una fecha exacta, pero su floración suele ocurrir entre los últimos días de abril e inicios de mayo, posterior a las primeras lluvias que casualmente cayeron la pasada semana, aumentando la expectativa ante este evento natural, que se aprecia una o dos veces al año y que aunque se presenta en diversos espacios de la región, como la carrera Lara- Zulia, la vía al Aeropuerto La Chinita, es el Jardín Botánico el escenario escogido por muchos para el disfrute de este espectáculo de impactante color amarillo, dada la cantidad de árboles de Curarires en el lugar.
No cabe duda que la floración de este árbol, identificado con el nombre científico de Handroanthus serratifolius, convoca la sabiduría más profunda frente a los cambios y la adaptación necesaria para subsistir en medio de las carencias. Para mantenerse vivo en largas épocas de sequía, es capaz de desprenderse de parte de su ramaje, Pero con las primeras lluvias, surge majestuoso, brillante y vital, como la naturaleza misma. Su floración dura solo entre tres y cuatro días, pero es un verdadero regalo.
Este agradecimiento de la especie, “la primavera de oro”, como la llamaba Rómulo Gallegos, nos lleva a reflexionar sobre las grandes lecciones que nos da la naturaleza, sobre lo bondadoso que es Dios con sus creaciones. Sobre lo afortunado y privilegiados que somos no solo de poder disfrutar de los matices su floración, que se entrelazan con el sol radiante que cubre la tierra zuliana, sino que nos deja uno de los mayores aprendizajes. Como dijimos los Curarires al llegar la sequía quedan descubiertos, resecos en apariencia, pero en espera de un rebrote de vida, un nuevo ciclo ante la llegada de otra temporada de lluvia.
En el Jardín Botánico de Maracaibo, provoca convocar para disfrutar de estas flores amarillas, que caen sobre nosotros y alfombra nuestro paso. Amarillo que nos llama a la alegría de la vida, a agradecer a Dios, a recrear en nuestro espíritu y en nuestro cuerpo, esa maravilla natural. No podemos dejar de pasar por el centro del jardín. Disfrutar igual de los troncos veteados, de las amorosas protuberancias del tronco de los sibucaros, abrazarnos a ellos, compartir y sentirnos parte breve de su magia y su maravilla.
Acercarnos a los baobabs. Con unos 30 años, ya son gigantes. Proyectados para durar más de cien vidas humanas. El árbol del principito. De visita en la enorme planicie de Maracaibo, crecen sin causar temor, para que aniden los pájaros, para darnos sombra y para darnos amor por la naturaleza. Podemos igual admirar las formas y el verdor del follaje de los cabimos, abrazarlos y dejar fluir nuestras energías en su savia. Curativa. Bueno este florecer de la vida que nos traen los Curarires en este 2022.
Por Francisco Arias Cárdenas