Por el momento se trata de “alertas” y “sospechas” que preocupan a autoridades y organizaciones humanitarias, que temen que las refugiadas ucranianas sean “presas fáciles” de redes de prostitución y hombres malintencionados que les proponen alojamiento.
Principios de marzo. Ante el centro de acogida que acaba de abrir la asociación “France terre d’asile” (Francia tierra de asilo) en París, dos desplazadas ucranianas advierten a los voluntarios de que un desconocido les propone “trabajar” para él, reseñó AFP.
“¡Estaba intentando captar mujeres en la fila de espera! Desde entonces, tenemos una fuerte vigilancia de la policía”, explica a la Delphine Rouilleault, directora general de la asociación.
Otro hombre quería acoger a mujeres en nombre de una asociación desconocida. También está el caso de varias mujeres que se dirigieron a una oenegé “intranquilas” tras una primera noche en casa de una persona “solidaria”.
En Francia, la mayor parte del asilo recae en estos buenos samaritanos, que ponen a disposición sus casas o alojamientos propios.
Desde hace semanas, tanto las autoridades como los trabajadores humanitarios alertan del riesgo que corren las ucranianas, que, junto a sus hijos, representan el 90 % de los refugiados de este conflicto.
Las mujeres pueden “atraer tanto a agresores individuales y oportunistas que se hacen pasar por voluntarios como a redes criminales especializadas en el tráfico de personas”, alertó en marzo la oficina de cooperación policial europea Europol.
“Una rubia de ojos azules”
El riesgo es alto en Polonia y Rumanía, países fronterizos con Ucrania, pero también durante su exilio en Francia, aunque por hora “no se confirmó ningún caso de trata”, según Elisabeth Moiron-Braud, responsable de Miprof, organismo público que lucha contra esta práctica.
“Sin embargo, hay sospechas, alertas de parte de trabajadores sociales. (…) Son riesgos que conocemos, porque tenemos la experiencia de la crisis migratoria de 2015, cuando un flujo importante de menores nigerianas acabaron en las redes” de prostitución, señala.
Las ucranianas son “presa fácil”, máxime cuando las redes de trata de Europa del Este ya están activas, agrega la magistrada.
No obstante, a las autoridades francesas les inquieta especialmente el “riesgo de trata vinculado a los particulares que las acogen y quieren aprovecharse de su vulnerabilidad”, agrega Moiron-Braud, para quien “este es el gran peligro de esta crisis”.
Hay ofertas que indignan a las asociaciones. Algunos “aseguran que sólo quieren una joven ucraniana, sin niños. Otros especifican: ‘una rubia de ojos azules’”, explica la empleada de una organización, que prefiere no revelar su identidad.
Controles
“France terre d’asile” inició un “trabajo de control”: exige un documento sobre la existencia de antecedentes penales, visita los lugares de acogida y garantiza un “seguimiento social”.
“Explicamos que se trata de una acogida sin contrapartida. Porque la trata no es sólo sexual. También puede tratarse de mujeres que deben encargarse de la limpieza y de cuidar de los niños todo el día”, apunta Rouilleault.
Las refugiadas “nunca deben dar su documentos de identidad” y “llevar cuidado con las ofertas demasiado bonitas para ser verdad”, abunda Céline Schmitt, portavoz en Francia del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
Para ayudar a estas mujeres a menudo agotadas y limitar el riesgo, la diáspora se organiza.
“Las acompañamos para ver el apartamento, hablar con quienes las acogen”, explica Nadia Myhal, presidenta de la asociación de mujeres ucranianas de Francia. “Damos prioridad a las familias o a las mujeres. Si es solo un hombre, abandonamos la idea”, explica.
Pero todos estos esfuerzos son en ocasiones “paños de agua tibia”, ya que es difícil averiguar qué pasa cuando se cierra la puerta de esas casas, reconoce Delphine Rouilleault.
Sobre todo, porque “el proceso para detectar una víctima es largo”, abunda Moiron-Braud. “Quizás están explotando a una mujer en este momento, pero sólo lo sabremos dentro de varios meses”.
Por Agencia